Texto publicado por SUEÑOS;

Libros Quemados: La Soberbia Humana

Colombia: Los libros en la hoguera
por Renán Vega Cantor (Historiador, profesor titular de la Universidad
Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los
libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento
Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes),
Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y
realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre
otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008. Su último libro publicado
es Capitalismo y Despojo.)
(Artículo publicado en papel en la Revista Cepa Nº 17 que empieza a
circular en Colombia.) (Recogido por el Comité Hispano de Pensamiento
Libre.)
14/08/2013

Quemar libros de forma premeditada indica el grado de barbarie a que
puede llegar una sociedad, como se evidenció en diferentes momentos
del siglo XX, algunos de los cuales son evocados en este artículo. Es
importante rememorar los pormenores de este crimen cultural ahora que
se han cumplido 80 años de la masiva combustión de obras escritas en
la Alemania nazi y 35 años de la quema de libros en Bucaramanga por
parte de un furibundo inquisidor católico que ahora ocupa una alta
posición en el Estado colombiano.

"[…] el fuego destruye todo, libros incluidos, pero nunca puede
destruir los sentimientos, el saber y la Memoria". (Mempo Giardinelli)

Alemania: bibliocausto nazi

El 30 de enero de 1933 Adolf Hitler fue proclamado como Canciller de
Alemania y pronto se vieron las consecuencias "culturales" de esta
designación. El 4 de febrero se dictó una ley para la Protección del
Pueblo Alemán que restringió la libertad de prensa y precisó las
normas que permitirían requisar el material impreso que fuera
considerado como peligroso. El 5 de febrero fueron atacadas las sedes
del partido comunista en varias ciudades de Alemania y se destruyeron
sus bibliotecas. El 27 de ese mismo mes fue incendiado el Parlamento,
El Reichstag y se quemaron todos sus archivos.

Uno de los principales lugartenientes de Hitler era Josef Góbbels,
designado el 1 de abril de 1933 como ministro de Propaganda, quien se
dio a la tarea de "purificar" la educación y la cultura alemana. Como
parte de esa "limpieza cultural", el 8 de abril dirigió un memorándum
a las organizaciones estudiantiles de los nazis en donde remarcaba la
urgencia de destruir los libros peligrosos, que se encontraran
depositados en las bibliotecas. A finales de marzo se inició la quema
de libros, lo cual prosiguió durante todo el mes de abril en algunos
lugares del país, aunque estos hechos todavía eran algo aislados

El verdadero bibliocausto empezó el 5 de mayo, cuando en la ciudad de
Colonia los estudiantes de la Universidad ocuparon la biblioteca y
seleccionaron los libros de autores judíos y comunistas y luego los
incendiaron. Esto anticipaba lo que vendría inmediatamente después,
puesto que el día 10 de mayo se programó una multitudinaria reunión
con el objetivo de efectuar una quema pública de libros. En la ciudad
de Berlín, los estudiantes de la Universidad Wilhelm Von Humboldt
recogieron unos 25 mil libros prohibidos y les prendieron fuego en la
Plaza de la Opera, gritando consignas "contra la clase materialista y
utilitaria" y "por una comunidad de Pueblo y una forma ideal de vida".
Joseph Goebbels en persona presidía el macabro evento y para darle
relieve al acontecimiento pronunció un discurso en el que anunciaba
los motivos de la "heroica acción" contra los libros. Sin rodeos
sostuvo que "la época extremista del intelectualismo judío ha llegado
a su fin y la revolución de Alemania ha abierto las puertas nuevamente
para un modo de vida que permita llegar a la verdadera esencia del ser
alemán". Señaló que "durante los pasados catorce años Uds.,
estudiantes, sufrieron en silencio vergonzoso la humillación de la
República de Noviembre, y sus bibliotecas fueron inundadas con la
basura y la corrupción del asfalto literario de los judíos". Según él,
esa situación se tornó intolerante y por eso "la juventud alemana ha
reestablecido ahora nuevas condiciones en nuestro sistema legal y ha
devuelto la normalidad a nuestra vida [...] Uds. están haciendo lo
correcto cuando Uds., a esta hora de medianoche, entregan a las llamas
el espíritu diabólico del pasado [...] El anterior pasado perece en
las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman en
nuestros corazones [...]"(I).
Se quería borrar el pasado y la memoria, para construir sobre sus
ruinas el Tercer Reich, que se pretendía iba a durar mil años. Por
ello, en la hoguera se encontraban las obras de grandes pensadores que
habían enaltecido al arte, la ciencia, la política y el conocimiento.
Allí ardieron libros de Carlos Marx, de Sigmund Freud, Heinrich Mann,
Emil Ludwig, Eric Marie Remarque, Heinrich Heine, Bertolt Brecht,
Stefan Zweig, Emilio Zola, H.G. Wells, de una totalidad de obras que
correspondían a unos 5.500 autores de Alemania y otros países del
mundo. Al unísono, en otras 22 ciudades de Alemania se quemaban libros
y durante ese trágico mes de mayo millones de libros fueron devorados
por el fuego, en medio de la celebración histérica de una juventud
enceguecida por el odio sectario contra toda obra escrita que fuera
considerada como judía, comunista o antialemana.

Heinrich Heine, un poeta decimonónico de Alemania, cuyas obras también
fueron consumidas por el fuego nazi, había dicho en 1821 que allí
"donde los libros son quemados, al final también son quemados los
hombres". Esta predicción resultó terriblemente cierta porque antes de
que, literalmente, empezaran a ser asados los seres humanos, primero
se fundieron los libros que fueron "el conejillo de indias" de los
hornos crematorios que vendrían después. Primero se calcinaron los
papeles en las hogueras públicas y luego los cuerpos de hombres y
mujeres en los campos de concentración.
La "lección alemana" de Hitler, que tendría un gran alcance durante
todo el siglo XX, se basaba en el presupuesto que la "purificación" de
un país debería comenzar por la eliminación física de los productos
culturales que se definían como inmorales y "corruptores" del espíritu
de un pueblo. Algunos autores habían entendido claramente el impacto
que traería el nazismo sobre los libros, tal y como lo anticipó el
escritor Joseph Roth, quien desde antes del ascenso de Hitler había
anunciado: "Van a quemar nuestros libros". Y en efecto sus obras
también fueron destruidas y el autor se vio obligado a huir y
exiliarse en París en donde moriría en 1939.

Chile, 1973: pinochetazo a los libros

La lección alemana de Hitler sería replicada en América Latina en la
década de 1970 y el primer país donde se puso en práctica fue en
Chile. Luego del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 contra
el gobierno de Salvador Allende, la dictadura asesina de Augusto
Pinochet aparte de masacrar, torturar y perseguir con saña a quienes
habían apoyado a la Unidad Popular, inició un proyecto de
"reconstrucción cultural", que tenía como misión principal "extirpar"
las ideas revolucionarias del alma de los chilenos, especialmente de
los jóvenes. La dictadura se declaró antimarxista y persiguió todo lo
que considerara relacionado con el marxismo, en donde se incluían
libros, revistas y periódicos.

Desde un primer momento procedió a destruir las editoriales de
izquierda, con lo cual eliminaba uno de los proyectos centrales del
gobierno de Allende, que había fundado en 1971 la Editorial Quimantú
(una palabra indígena que significa Sol del Saber). Esta empresa
producía libros a bajo precio y durante sus dos años de existencia
publicó 250 títulos, que en total sobrepasaron los diez millones de
ejemplares, y llegó a editar 500 mil libros al mes. Fue un proyecto
encaminado a llevar la literatura y el pensamiento a los más pobres de
Chile, como lo recordaba años después Joaquín Gutiérrez, su director:
"La gente andaba con sus libritos en la mano para leer en los buses.
Era muy lindo el cariño que se despertó en los trabajadores por la
cultura [...] Logramos cambiar socialmente el panorama del libro,
porque hasta ese momento era privilegio de una elite"(II).

En el momento del golpe se encontraban en las bodegas de Quimantú
miles de ejemplares y otros tantos estaban en proceso de elaboración.
La jauría militar allanó la sede de la editorial y guillotinó las
obras completas del Che Guevara, junto con miles de libros de muchos
autores, y no solamente marxistas. Como para mostrar el sentido que
tenía este crimen cultural, la televisión lo transmitió a todo Chile,
con el sentido de aterrorizar a escritores, intelectuales, estudiantes
y pensadores que fueran de izquierda y tuvieran alguna relación con el
gobierno de la Unidad Popular. La destrucción de libros no fue un
exceso de las primeras horas del cruento golpe de Estado, sino una
acción planificada porque cuando fueron allanadas las sedes de los
partidos de izquierda se prendió fuego a los materiales bibliográficos
que allí se encontraban. Eso sucedió con las oficinas del Partido
Socialista que fueron derrumbadas a cañonazos y quemados los impresos
que allí se encontraban. A su vez, desde las ventanas del cuarto piso
de la sede del MAPU, los militares lanzaban a la calle miles de
libros.
La destrucción de libros prosiguió durante las primeras semanas del
golpe. Por ejemplo, el 23 de septiembre fue ocupada la Remodelación
San Borja, un conjunto habitacional que había sido construido hacia
poco tiempo. El allanamiento duró 14 horas y durante ese tiempo se
atizó una hoguera con libros y panfletos políticos. Allí se quemaron
miles de libros de filosofía, política, sociología, historia,
literatura, de autores de América Latina y del resto del mundo. Todo
lo que se considerara como marxista o cercano terminaba en la hoguera.

El historiador uruguayo Carlos Rama, quien presenció en forma directa
estos viles acontecimientos, relató que los allanamientos se
repitieron miles de veces a lo largo de todo Chile: "Los soldados
allanan las casas, examinan la documentación de sus habitantes y
revisan por si tienen armas y libros. Si los tienen, y eso es normal
en un país como Chile, toman todos los que digan en la tapa Marx o
Lenin (aunque sea para refutarlos…), las revistas y diarios favorables
al gobierno de Allende (aunque no sean marxistas) y todo cuanto se
había impreso sobre el fascismo, y lo queman".

En estas condiciones, el solo hecho de tener libros se convirtió en un
delito a los ojos de los "cultos" militares que aniquilaban el tejido
democrático de la sociedad chilena. Esto generó como mecanismo de
sobrevivencia la autocensura, porque profesores, estudiantes,
profesionales, empleados y obreros se vieron obligados a destruir sus
propias bibliotecas, con lo cual se consumaba el genocidio
bibliográfico que hizo retroceder a Chile en materia cultural varias
décadas con respecto a los avances logrados durante la Unidad Popular,
porque como lo decía el mencionado historiador: "El pequeño avance
conseguido en los últimos tres años en materia de cultura de masas,
libros populares, bibliotecas al alcance de los obreros y los jóvenes.
Todo eso está perdido".

Carlos Rama concluía su dolorosa crónica sobre la quema de libros en
Chile afirmando que si hasta el golpe de Pinochet "no conocíamos el
caso de la persecución a los libros y la quema de bibliotecas, era por
la razón muy obvia que no teníamos muchos libros para destruir, y
recién ahora comenzamos a tenerlos, y por tanto algunos a temerlos.
¿Estaremos condenados a otros cien años de barbarie analfabeta?"(III).

En Chile, por lo visto en los últimos 40 años de retroceso educativo,
escasa producción literaria y poca reflexión intelectual crítica, se
puede decir que se impuso esa barbarie analfabeta propia del
capitalismo neoliberal, en realidad uno de los objetivos perseguidos
por Pinochet, y sus secuaces militares y civiles.

Argentina 1976: golpe a los libros

La dictadura que se instauró en Argentina en marzo de 1976 alcanzó
unos impresionantes niveles de brutalidad. No sólo masacró y
desapareció a miles de jóvenes, sino que además emprendió una
"reconstrucción cultural" de la nación. Como parte de dicho proyecto
se prohibió la lectura de una amplia gama de autores, los que fueran
considerados como subversivos, comunistas o peronistas. Los
militares-inquisidores enseñaban a los padres la forma cómo debían
vigilar lo que leían sus hijos, para detectar la infiltración marxista
en las escuelas, como se registraba a comienzos de 1977 en un artículo
con instrucciones precisas para captar dicha infiltración:
"Lo primero que se puede detectar es la utilización de un determinado
vocabulario, que aunque no parezca muy trascendente, tiene mucha
importancia para realizar ese transbordo ideológico (sic) que nos
preocupa. Aparecerán frecuentemente los vocablos: diálogo, burguesía,
proletariado, América Latina, explotación, cambio de estructuras,
compromiso, etc.". También indicaba que la subversión educativa
utilizaba "otro sistema sutil", que consistía en "que los alumnos
comenten en clase recortes políticos, sociales o religiosos,
aparecidos en diarios y revistas, y que nada tienen que ver con la
escuela". De la misma forma, "el trabajo grupal que ha sustituido a la
responsabilidad personal puede ser fácilmente utilizado para
despersonalizar al chico. Estas son las tácticas utilizadas por los
agentes izquierdistas para abordar la escuela y apuntalar desde la
base su semillero de futuros combatientes". Por supuesto, al final del
artículo se sugería a los padres que debían "vigilar, participar y
presentar las quejas que estimen convenientes"(IV).

Como parte del proceso de reconstrucción de la nación argentina en que
se embarcó la junta militar no sólo se transformaron los programas
educativos, sino que se censuraron autores y libros, catalogados como
subversivos, y se procedió, como en Alemania y Chile, a quemar los
libros y, cuando pudieron, a encarcelar, matar, exiliar o desaparecer
a sus autores. El 29 de abril, un mes después del golpe, se quemaron
los primeros libros en la ciudad de Córdoba, donde los militares
hicieron una fogata con obras de Gabriel García Márquez, Eduardo
Galeano, Julio Cortázar, Pablo Neruda, entre otros. Luciano Benjamín
Menéndez, el milico que dirigía tan "valerosa" acción de armas,
pretendía que no quedara nada "de estos libros, folletos, revistas […]
para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos". Y
en forma perentoria señaló: "De la misma manera que destruimos por el
fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra
manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma
argentina"(V). Este siniestro personaje no decía nada original, porque
simplemente reproducía lo mismo que habían afirmado Góbbels, Pinochet
y otros inquisidores del siglo XX, a la hora de justificar la
destrucción física de los libros.
Lo que decía este militar revelaba la magnitud del proyecto
"intelectual" y "cultural" de los militares argentinos, dentro del
cual había que incluir la destrucción de libros, un crimen cultural
que se intensificó en los siguientes años. Así, el 27 de febrero de
1977 fueron echados al fuego unos 90 mil libros de la Editorial
Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), uno de los más prestigiosos
sellos de todo el continente y un objetivo apetecido por la dictadura
y la extrema derecha de Argentina, debido a su rica y variada
producción intelectual y académica. Antes del golpe de 1976, grupos de
la extrema derecha ya habían procedido contra la editorial. El hecho
más notorio se presentó en julio de 1974, cuando uno de estos grupos
atracó a mano armada la imprenta donde se imprimían los libros de
EUDEBA y al grito "¿dónde está El marxismo de Lefebvre?" procedió a
prenderle fuego a una parte del material bibliográfico que allí se
encontraba(VI).

La quema más emblemática se efectuó el 26 de junio de 1980, cuando se
lanzó a las llamas un millón y medio de libros del Centro Editor de
América Latina, un sello fundado y dirigido por Boris Spivacow, un
matemático hijo de emigrados rusos y que antes había sido gerente de
EUDEBA. El escritor Mempo Giardenelli recuerda ese trágico hecho: "Día
frío y gris, pero no llueve. La acción en Sarandí, partido de
Avellaneda, provincia de Buenos Aires. […] entran y salen camiones
cargados de libros. Son veinticuatro toneladas de libros. En silencio,
suboficiales, soldados y policías vacían lentamente el depósito bajo
las escrutadoras severas miradas de oficiales del Ejército Argentino,
algunos muy jóvenes". En el hecho estuvo presente el propio Spivacow,
quien vio cómo, en pocas horas, el fuego deshizo su labor editorial de
muchos años de esfuerzo y dedicación. De esta manera se quemaban "años
de saber, de cultura, de investigaciones, de sueños y ficciones y
poesías. Y se quemó una parte esencial de la Argentina más hermosa,
incinerada por la Argentina más horrenda y criminal"(VII).

Como tener cierto tipo de libros ya era considerado un delito, una de
las consecuencias más perversas de la censura y de la quema de
literatura por la dictadura consistió en que la gente se veía obligada
a deshacerse de sus libros y documentos personales, en muchos casos
también por medio del fuego. Algo similar hicieron los editores que
empezaron a quemar por su propia voluntad volúmenes que figuraban como
peligrosos en la lista roja de los militares, con lo cual se impuso la
autocensura y la autodestrucción bibliográfica. Desaparecieron
editoriales críticas, independientes y de tradición de izquierda, y
otras fueron diezmadas o transformadas a la fuerza. Como otro efecto
de larga duración, las personas dejaron de leer en el transporte
público, porque los militares consideraban que esa era una conducta
típica de los jóvenes subversivos.

Colombia, 1978: un cruzado medieval redivivo

En el mismo momento en que las tenebrosas dictaduras de Seguridad
Nacional quemaban libros en Chile y Argentina, en Colombia acontecía
un hecho similar en el año de 1978. El 13 de mayo en la ciudad de
Bucaramanga fueron calcinados en plaza pública libros y revistas, que
eran catalogados por los organizadores de la acción inquisitorial como
un desagravio a la "siempre virgen María". La fecha escogida no era
casual, porque ese es el "día de la Virgen", y quienes convocaban a la
hoguera bibliográfica se presentaban a sí mismos como cruzados
medievales que con las llamas, atizadas con los libros, iban a
purificar los espíritus de la población bumanguesa.

Para invitar al inquisitorial evento se difundieron volantes, que
fueron pegados en sitios estratégicos de la ciudad, que portaban la
firma de la Sociedad de San Pio X, entidad que estaba conectada con la
tenebrosa Tradición, Familia y Propiedad. Uno de esos volantes decía
en forma textual:

"La Sociedad de San Pio X y su órgano informativo EL LEGIONARIO
INVITAN AL ACTO DE FE, en donde se quemarán revistas pornográficas y
publicaciones corruptoras. Estos actos se realizarán el 13 de mayo, a
las 8 de la noche en el parque de San Pio X, en desagravio a Nuestra
Señora, la siempre VIRGEN MARIA, madre de Dios y madre nuestra. NOTA:
Lleve Ud. periódicos, revistas o libros pornográficos para
quemar"(VIII).

La noche indicada se reunieron unos cuantos fanáticos católicos que
procedieron a incinerar libros de Carlos Marx, René Descartes,
Friedrich Nietzsche, Víctor Hugo, Marcel Proust, José María
Vargas-Villa, Thomas Mann, de Gabriel García Márquez, algunas revistas
de educación sexual y una biblia protestante.

A diferencia de los casos antes mencionados en este artículo, lo de
Bucaramanga no era un acto oficial, promovido por el Estado, sino un
evento organizado por particulares. El asunto hubiera sido una
anécdota trágica, que devela el sectarismo de ciertos sectores de la
extrema derecha, si no es porque uno de los individuos que carbonizó
libros con su propia mano en aquel sábado de mayo de 1978 se desempeña
en la actualidad como Procurador General de la Nación. Ese personaje
participó en ese crimen cultural, que estuvo acompañado del robo de
textos de la biblioteca pública Gabriel Turbay. En una foto publicada
en Vanguardia Liberal de Bucaramanga se observa, en primer plano, al
citado individuo con un megáfono y tirando papeles a una hoguera.

A partir de este hecho, típico de la inquisición medieval, no
sorprende que hoy la Procuraduría General de la Nación persiga y
censure a todos aquellos que piensan distinto o disientan con las
concepciones clericales del jefe del Ministerio Público. No es extraño
que desde allí se respire el tenebroso aire confesional que tanto daño
le ha hecho a este país y que fue el pan cotidiano de los colombianos
durante la larga hegemonía conservadora (1886-1930) y durante los
gobiernos de Laureano Gómez y Gustavo Rojas Pinilla (1950-1957) y que
en estos momentos esté en marcha una campaña oficial contra las
relaciones homosexuales y al aborto, al tiempo que se exonera, aplaude
y premia a reconocidos criminales, algunos de los cuales han ocupado
altos cargos burocráticos en el Parlamento y en otras instancias
administrativas.

Que un individuo gris y mediocre haya pasado de quemar libros a ocupar
uno de los más altos cargos del Estado indica en gran medida cómo es
la Colombia actual, en la que no se necesita ninguna preparación
intelectual, sino simplemente ser un inquisidor o un censor, con el
mismo nivel de brutalidad y cinismo que caracteriza a los grandes
medios de comunicación y que a diario someten al linchamiento público
a todo aquel que no comulga con el orden establecido y/o piensa
distinto. Esto es muy costoso en un país en guerra, como lo estamos,
porque no sobra recordar que destruir libros genera pánico, ya que es
un acto encaminado a intimidar y confundir a la gente. Por esta razón,
quienes destruyen los libros saben el impacto que produce su miserable
acción, porque como lo dice el venezolano Fernando Báez: "Los
biblioclastas saben que, sin la destrucción de los libros y
documentos, la guerra está incompleta, porque no basta con la muerte
física del adversario. También hay que desmoralizarlo. Sin destruir
los libros no se termina de ganar la guerra. Y una táctica frecuente
consiste en suprimir los principales elementos de identidad cultural,
que suelen ser los que más valor proporcionan para asumir la
resistencia o la defensa"(IX).

En conclusión, la guerra contra los libros forma parte de un proyecto
retrógrado que pretende impedir que la gente piense, analice y
reflexione sobre los problemas de su propia sociedad y del mundo, algo
en lo cual la palabra escrita es fundamental. Ese ataque alevoso a las
obras escritas pretende también borrar la memoria de los pueblos y
aniquilar sus experiencias de lucha, porque como lo decía el
periodista argentino Rodolfo Walsh: "Nuestras clases dominantes han
procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan
doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de
nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se
pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como
propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras
cosas". Además, la quema de libros es un intento por silenciar a
aquellos autores incómodos, mediante el escarnio público, con la
pretensión vana de que así se bloquea la circulación de las ideas
"peligrosas" y se evita la "contaminación" de una sociedad, como lo ha
hecho el atrabiliario personaje que hoy ocupa la Procuraduría General
de la Nación en Colombia. Ojalá que la revista en la que publicamos
este artículo, no sea el próximo blanco de los Torquemadas criollos y
no se le someta a la ardiente crítica de una crepitante hoguera
alimentada de papel impreso, y atizada por el fuego del odio y la
intolerancia de los cruzados medievales que nos acechan a diario.

Notas:

(I). Citado en Fernando Báez, El bibliocausto nazi, en
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero22/biblioca.html

(II). Joaquín Gutiérrez: "Hicimos la revolución del libro"». La
Tercera, diciembre 28 de 1999, disponible en
http://www.meliwaren.cl/articulo.php?id_articulo=88.

(III). Carlos Rama, La quema de libros en Chile, febrero de 1974,
disponible en http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/aquello/revaquello071.htm

(IV). http://cronicasdelahistoria.blogspot.com/2007/10/vigilar-participar-denu...

(V). La Opinión, 30 de abril de 1976, citado en Dia de la Vergüenza
del libro argentino en la Casa por la Memoria, en
http://comisionporlamemoria.chaco.gov.ar/sitio/?p=1122

(VI). Marcelo Mazzarino, La hoguera del miedo, en
http://www.voltairenet.org/article136818.html

(VII). Mempo Giardinelli, "24 toneladas de fuego y memoria", Pagina
12, junio 26 del 2013.

(VIII). Citado en "El triste aniversario de la quema de libros", en
http://www.semana.com/nacion/articulo/el-triste-aniversario-quema-libros...

(IX). Fernando Báez, "Sin destruir los libros no se gana la guerra",
en La Nación, abril 10 de 2005.
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"Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres
provocan buenos libros."
(René Descartes)
"Un clásico es un libro que nunca ha terminado de decir lo que tiene que decir."
(Italo Calvino)
"Infiel: en Nueva York, quien no cree en el cristianismo; en
Constantinopla, quien cree en él."
(Ambrose Bierce)