Texto publicado por Miguel de Portugalete

Diga a los suyos cómo quiere morir y vivirá más tranquilo

Diga a los suyos cómo quiere morir y vivirá más tranquilo

Ellen Goodman, premio Pulitzer; preconiza el diálogo pre mórtem
Tengo 72 años: fui columnista durante 44. Hoy no hay vida privada o pública:
todo es política hecha por políticos, por eso soy activista. Siempre es
demasiado pronto para hablar de morirse hasta que es demasiado tarde. He
participado en el salón MIHealth de Fira de Barcelona.

Por ti y por ellos.

El ser humano nunca ha tenido tanta capacidad de decisión sobre su propia
existencia como ahora. La tecnología biomédica nos da un poder que no
tuvieron nuestros padres para elegir cómo queremos que nazcan nuestros hijos
y cómo queremos vivir y morir nosotros. Ellen Goodman sufrió más de lo
necesario al no saber si su madre quería o no alargar su agonía, porque no
lo habían hablado antes. Por eso fundó The Conversation Project, que nos
anima a anticipar las decisiones que tendrán que tomar por nosotros nuestros
seres queridos. Háblenlo para que ellos se sientan mejor, y ellos lo
hablarán para que ustedes se sientan mejor.

Durante 44 años escribí sobre cómo la vida privada en realidad era
política...

¿Y de qué escribía?
De feminismo, bioética, derechos civiles: ¿sabe qué tienen en común?

Que provocan controversia.
Que la gente vive como si la política sólo fuera con ellos cuando votan.

Está la política y está la vida privada.
Lo que vivimos como privado en realidad es político. Lo que acabamos
haciendo con lo que creemos más íntimo: nuestro cuerpo, nuestra pareja,
nuestras vidas... acaba determinado por leyes que elaboran políticos que
dependen de nuestras opiniones y votos.

¿Por ejemplo?
Los derechos reproductivos: tener hijos; quién puede tenerlos; quién puede
adoptar y con qué ayudas. O el matrimonio homosexual... ¿Es decisión
personal o política? Abortar o no; o poder decidir hasta qué punto vale la
pena sobrevivir conectado a una máquina... No es vida privada; es política.

Si no haces política, te la hacen.
Recuerdo que cuando, a los 22 años, empecé a escribir mi columna en el
Boston Globe, las mujeres sólo escribían de cocina, decoración, moda,
familia, la casa, los niños...

Y todavía hay más hombres que mujeres en las direcciones de los diarios.
¿Y por qué? El talento entre hombres y mujeres periodistas no está tan mal
repartido.

¿Por qué le dieron el Pulitzer?
Mi columna era distribuida a 400 diarios de todo el país, entre ellos el
Washington Post. Me dieron el premio por un año de publicar mis columnas en
las que interpreté los cambios en la familia americana.

¿Y qué ha cambiado en estos 44 años de periodismo en Estados Unidos?
Los medios se han polarizado.

¿La sociedad estadounidense también?
La gente sigue tendiendo al centro, pero la élite republicana está
convencida de que con la moderación perdería siempre.

¿Por qué?
Es un error de percepción. Se escuchan más a sí mismos que a los ciudadanos.
Fíjese en Romney, el último perdedor frente a Obama: era gobernador
centrista moderado, de Massachusetts, mi estado. Pero, para que su partido
lo apoyara, se tuvo que ir tan a la derecha que perdió las elecciones.

¿Los medios escuchan al ciudadano?
Pierden audiencia cuando se radicalizan y en vez de diálogo en las tribunas
de opinión lo que hay son proclamas y diatribas.

Debe de ser un fenómeno universal, porque aquí está pasando lo mismo.
Pues no es bueno para la sociedad ni para la cuenta de resultados de los
medios: necesitamos más diálogo e intercambio constructivo de opiniones y
menos panfletos.

¿Usted sigue siendo periodista?
Llevaba 44 años como columnista y he decidido mojarme por una causa: The
Conversation Project, que cofundé hace ya tres años, preocupada por todo lo
que tuvimos que pasar mi madre y yo cuando murió.

¿No habían hablado de su testamento?
Yo no le había preguntado cómo quería morir, porque siempre nos había
parecido que era demasiado pronto para hablarlo hasta que ya fue demasiado
tarde. Y me vi confundida y más triste de lo necesario ante las enormes
decisiones que tuve que tomar.

¿Cuáles?
Ella ya no podía decidir por sí misma, y yo no sabía si quería prolongar su
vida a toda costa o prefería renunciar a tratamientos que podían causar
sufrimiento inútil.

Es un terrible dilema.
Decidí evitar a los demás situaciones así. Y creamos un grupo de
periodistas, médicos y clérigos para compartir experiencias de muertes
tranquilas y otras que no lo habían sido: The Conversation Project.

¿Y qué decidieron?
Que la tecnología biomédica nos ha dado un nuevo e inmenso poder sobre
nuestras existencias que hemos dejado en su mayor parte en manos de los
médicos y el sistema: las personas debemos recuperar esa capacidad de elegir
cómo queremos vivir y morir.

¿Dejando un documento escrito?
Sólo se puede lograr que sea efectivo si hablas sobre cómo quieres que sea
tu muerte con las personas más queridas cuando aún puedes tomar decisiones
lúcidas. Ellas deben comprometerse a hacer que tu voluntad se cumpla cuando
tú ya no puedas.

¿No es suficiente con un testamento?
Me temo que los hospitales no están cumpliendo esas últimas voluntades. Lo
más efectivo es que quienes estén junto a ti en esos momentos finales sí
logren que lo que decidiste se cumpla y hagan respetar los límites que
quisiste poner a tu sufrimiento.

¿De qué tipo de situaciones hablamos?
Intubaciones, comas, respiración asistida, tratamientos experimentales,
protocolos médicos dolorosos con pocas posibilidades de alargar la vida o,
al menos, una vida que valga la pena ser vivida. ¡Háblenlo ahora y no
tendrán que lamentarlo después!

No es fácil hablar de la muerte.
Si lo hablan antes, vivirán mejor y cuando llegue el momento evitarán
sentimientos de culpa y sufrimiento inútil, porque todos sabrán que se hace
lo correcto.

Lluís Amiguet.
LaVanguardia