Texto publicado por Fátima Osores

EL COLOQUIO, O LA ETERNA FANTASÍA DEL TRIÁNGULO

EL COLOQUIO

entonces apareció Él; estaba triste, quizá más que nunca. Su presencia hubiera podido asustarme pero no fue así.
¿Por qué estás tan triste? me atreví a preguntarle.
El Mundo, dijo, ¿te parece que no es para estar triste?
Sí, dije, nosotros…
Y vos, murmuró.
¿Yo?
Vos no me querés.
Me sonrojé.
Leo todo lo que escribís, y también aquello.
No es mi culpa, pensé; quizá lo dije.
Pero a él, a él sí lo querés, ¿no?
Me sonrojé más todavía.
No creo que “querer” sea…
Bueno, te atrae, te atrae poderosamente; él te ha conquistado.
Quise protestar; ¡era tan terrible oír aquello!
Yo, no; lo que hice no significa nada para vos.
Lo hiciste por todos, no solamente por mí.
Y él, ¿qué ha hecho él por vos?
Al menos él…
No sé qué decir.
Yo tampoco; creo que ya he dicho todo lo que tenía que decir.
Silencio.
Nunca… nunca voy a… a casarme con él.
¿Y se supone que eso debe consolarme, que no aceptés a ninguno de los dos?… Yo te hubiera amado como nadie.
¿Amado?
Amado, sí.
¿Como a…
Así.
Pero le dijiste que no te tocara.
Sonrió.
Perdón, no sé lo que digo.
Sabés lo que escribís.
Quizá creés en la literatura más que yo misma.
Creo en tu corazón, y tu corazón está en tus palabras.
Mi corazón, un membrillo, demasiado otoñal, y está podrido. ¿Para qué querés un corazón podrido?
Yo te hubiera amado.
Lo siento.
¿Por mí o por vos?
Por los dos, supongo; siento no haber aprendido.
Y hubiese querido que me dijera que no era mi culpa.
Y después, otra vez el miedo. Pero esto es sólo literatura, ¿o no?

Fátima Osores
30 de marzo de 2010