Texto publicado por SUEÑOS;

inteligencia del alma:

PROPÓSITO

Una vida plena es mejor que una vida larga. Nisargadatta.

¿De qué puede uno arrepentirse al morir? Hagamos lo que hagamos, somos
totalmente inocentes. La culpa es un programa mental que ignora la
complejidad de la conducta humana. Los errores cometidos, no sólo nos
han dado ya suficientes cielos e infiernos en la propia vida cotidiana,
sino que, además, nos han aportado transformación y experiencia. En cada
acción, por errática o lúcida que ésta sea, hay una red de
interdependencias tan amplia y compleja, que parece un despropósito
acercarse a la muerte con amenazas de castigos y sensaciones de culpa
fluyendo por las venas. ¿Por qué se agarran desesperadamente muchas
personas a la vida física?, ¿por qué aceptan ser "entubadas" en un
hospital mientras los suyos, ya cansados, acaban queriendo ir a cenar y
a dormir a sus casas? En realidad, lo aberrante no es morir, sino
sufrir. Un asunto que, cuanto más consciente deviene uno, más es de su
propia incumbencia. Si no hemos vivido una vida plena, tal vez de lo
único de lo que nos arrepintamos es de no haber atendido algunas
llamadas del alma. En los últimos momentos de la vida, es decir, en el
tránsito de vuelta a casa, recuerde que lo importante es seguir a la
Luz, allí donde ésta aparezca. De lo demás se ocupa esa Inteligencia
Benévola que inspiró a Mozart, Miguel Ángel, Einstein, Jesucristo, Buda
y tantos otros canales de Lucidez y Belleza.

Hay personas que saben llegada su hora y se despiden de este mundo de
manera voluntaria. Por ejemplo, la vieja abuela esquimal, cuando se da
cuenta de que sus dientes ya no pueden curtir las pieles encomendadas le
dice a su hija. "Me voy hija. A mí me comerá el oso. Después tu marido
cazará al oso y yo a través de él, os ofreceré mi cuerpo. Algo de mí
nutrirá al bebé a través de tus mamas. Mi muerte apoyará la vida. Adiós
hija, vuelvo a Casa".

Existen culturas en las que sus miembros no se apegan tanto al cuerpo y
viven plenamente el largo o corto tramo de vida que naturalmente les
toca. Seres que saben soltar y despedirse para seguir adelante en la
verdadera aventura de la consciencia. Hombres y mujeres que, cuando
intuyen llegada la hora, capitulan detalladamente sus vidas y abren su
corazón a las estrellas.

Una vida plena es una vida con risas y lágrimas. La vida, desde su
comienzo a su fin, es un laberinto que muestra la riqueza inherente a
experiencias diversas. ¿Cuándo morir?, ¿por qué no hacerlo cada noche,
al capitular la jornada vivida con todas sus luces y sus sombras? El
hecho de nacer cada mañana y asumir el nuevo trozo de vida que asoma,
supone vivir intensamente sabiendo que cada pensamiento y cada acción,
serán luego, en la noche, observadas. ¿Acaso tal objetivo diario que
esta actitud conlleva, no aporta a cada momento del día una calidad
capaz de redimirnos de la amnesia?

La vida tiene sentido cuando uno sabe que se ha "mojado" en el gran
juego de abrir su propia crisálida y despertar del sueño en el que
duerme junto a otras personas. La vida tiene sentido, sobre todo cuando
uno se sabía esclavo y, logrando la libertad, fue útil a otros
compartiendo claves para la expansión de sus conciencias. "¿Para qué
estoy vivo?", uno se pregunta por la mañana. Y dependiendo del grado de
niebla psíquica que con el día llega, uno, de nuevo, se sigue
preguntando, "¿acaso para seguir despertando, mientras comparto el mapa
de salida de la amnesia? ... ¿Para qué estoy vivo?", vuelve uno a
cuestionarse cada alba, mientras comienza a respirarse en plena
consciencia. Instantes sagrados en los que uno atestigua que el aire
entra y sale de los pulmones mientras se activa la conciencia. ¿Y si, de
pronto, uno se da cuenta de que se ha despistado del sí mismo? ... No
queda más que volver suavemente al centro del mandala. En realidad, no
hay muerte cuando uno sabe que ES porque, más allá del yo superficial
del cuerpo, somos Luz Omnipresente que ni ha nacido ni morirá mañana.