Texto publicado por Fátima Osores

RELATO DE UNA OBSESIÓN

RELATO DE UNA OBSESIÓN

…y si al despertar encontrara esa flor en su mano… entonces, ¿qué?...
Colleridge

Siempre quise traer algo –trofeo o simple recuerdo- de las tierras oníricas. Acaso el Sueño de Colleridge o las Inquisiciones de Borges se filtraron entre mis genes, heredados de ignotos antepasados; o tal vez los tomé del Inconciente Colectivo, esa especie de Sitio Virtual “donde todos seríamos, por un rato, Dios”, según explicó una ves mi profesor de Psicología.
El caso es que de niña soñaba con algún objeto y, con repentina conciencia de estar soñando –de esa época datan mis primeros sueños lúcidos-, ansiaba asirlo y traerlo de este lado; pero, invariablemente, despertaba con las manos vacías.
Una ocasión fue un ramillete de lapiceras; yo estiraba la mano derecha –siempre recuerdo esos detalles- y me esforzaba por tomar una; todo en vano.
Alguna vez, como en un cuento que leería muchos años después, despertaba con el objeto en la mano, para comprobar, más desilusionada, que también ese despertar había sido parte del sueño.
Con el tiempo nació mi amor por las letras, y en las tierras oníricas supe de versos magníficos e historias insólitas o que, aun sin serlo, me parecían dotadas de esa sencilla perfección que sólo los grandes escritores saben lograr. Entonces era la memoria la que se estiraba para asir esos fragmentos y traerlos de este lado, pero tampoco esto conseguí, y el fracaso fue más amargo, por tratarse de un intento no imposible.
Paradójicamente, renuncié a éste y persistí en el anterior. Acaso por ser el primero, en mi conciencia se había arraigado el deseo, el Sueño de arrancar una cosa, por trivial que fuera, al mundo onírico y traerla, definitivamente tangible, al de la vigilia.
Ahora podría contarles algo fantástico: contarles, por ejemplo, que, desde hace un mes, mi habitación se va poblando de los más diversos objetos, sin que nadie pueda explicar de dónde salen, excepto yo. O algo dramático: que uno de esos objetos fue el arma de un homicidio, evidencia más rotunda que todos los testimonios de mi clausura. O algo más terrible aún: que anoche, por vez primera, fue un ser vivo; una araña que picó en la frente a la persona que más quiero, cuyo grito de dolor me despertó. Nada más natural, dirán, que la aparición de la criatura provocara la pesadilla, pero yo sé que no fue así.
Por esta vez, sin embargo, seré franca, y he de confesarles que aún no lo logro; que aún despierto con las manos vacías; que aún, contra toda probabilidad, sigo esperando.

Fátima Osores
3 de Septiembre de 2009