Texto publicado por SUEÑOS;

inteligencia del alma:

PAZ

Amigo sabio, ¿sentías momentos de tristeza y desánimo antes de alcanzar
la iluminación? --Sí, a menudo--. Y ahora, después de alcanzar la
iluminación, ¿sigues viviendo momentos de tristeza y desánimo? --Sí,
también, pero ahora no me importan--. Tradición Budista.

A menudo, se tiene una idea equivocada de lo que significa crecer
interiormente e iluminar nuestra vida de paz. Se suele pensar que
aquella persona que ha cultivado su dimensión espiritual y ha
profundizado por entre los pliegues de su alma, es un ser que ya nunca
tendrá un dolor de muelas ni su mente experimentará contradicción o duda
alguna. Tal vez, estos modos de pensamiento derivan de los antiguos
mitos y leyendas en los que las figuras de los héroes y los dioses
alcanzaban un modelo de paraíso que no podía explicarse más que con
metáforas evasivas.

Conforme la especie humana ha ido dando al mundo un mayor número de
lúcidos que, como avanzadillas del futuro, han expandido su conciencia y
revelado el Espíritu, se ha podido comprobar que la idea de trascender
al ego no significa tanto eliminarlo como darse cuenta de que no es la
única identidad exclusiva. En contra de lo que afirman muchos
movimientos "espiritualistas", quien se desembaraza del ego no se
convierte en un sabio, sino más bien en un psicótico. No se trata de
transformarse en un vegetal indiferente a la lágrima y a la risa, sino
en un Testigo Consciente de las contradicciones que vivimos y de la gran
diversidad de tendencias que experimenta nuestra persona.

El Espíritu no niega al cuerpo, ni a las emociones, ni a la mente, sino
que las incluye. Y cuando vemos que, en la trastienda de los llamados
"iluminados", existen rasgos contradictorios en relación a la salud, al
dinero o al sexo, tendemos a sentirnos decepcionados porque, tal vez,
muchas personas consideran al crecimiento evolutivo como algo que quiere
escapar de la vida.

El sabio, en todo caso, ha aprendido a no sufrir, precisamente porque
interpreta lo que sucede de manera no perturbada y porque, además, no
vive identificado con su mente cambiante. El iluminado es un ser que
disfruta de la vida. ¿Acaso cree alguien que Moisés, Cristo o Buda eran
personas pusilánimes y dulzonas que nunca cargaron a cuestas un mal
dolor de muelas?

Cuando desarrollamos la conciencia de espectador desde la que observar
la propia mente y sus vericuetos, nos convertimos en testigos de lo que
sucede, sea del signo que sea. El dolor y las consiguientes presiones
que nuestro psicocuerpo experimenta en las curvas de la vida, lejos de
ser resistidas y por tanto creadoras de sufrimiento, son aceptados desde
ese espacio silencioso y lúcido en el que es la conciencia expandida. A
partir de este desarrollo, aquello que anteriormente resultaba doloroso
deja de ser una dura carga. Sucede que la vida ha sido abrazada con su
plena diversidad y el mundo sigue desplegando sus fríos inviernos y sus
primaveras soleadas. Uno entonces observa todo aquello que le pasa al
cuerpo y a la mente como vehículos de la gran travesía.

Ya no se trata de pretender eliminar las tormentas de la vida, sino más
bien de saber navegar durante las mismas, observando los miedos y
ajustando las velas. En la visión global, todo lo que sucede tiene
sentido y no se le opone resistencia. En realidad, uno se ha dado cuenta
de que no puede cambiar el mundo. Las cosas simplemente ocurren. Lo que
todavía nos importa y perturba sigue dando lecciones que señalan nuestra
necesidad de desafección y de visión expandida.