Texto publicado por SUEÑOS;

inteligencia del alma:

LUCIDEZ

El que conoce a los demás es sabio. El que se conoce a sí mismo está
iluminado. Lao Tsé.

El famoso Oráculo de Delfos ofrece a sus visitantes una inscripción que
literalmente dice así: Conócete a ti mismo. Una máxima que señala la
dirección de la lucidez y que goza del más unánime consenso entre todas
las culturas del planeta. Al parecer, para la condición humana, las
claves de salida del Laberinto, lejos de hallarse en los textos más
eruditos de las academias, se encuentran tras la puerta de algo tan
intangible y subjetivo como lo pueda ser el propio escenario de la
consciencia. Un estado nuclear que no sólo promete la cesación del
sufrimiento, sino que, al parecer, también posibilita una paz y plenitud
perfectas.

La lucidez del que se conoce a sí mismo no es una especialidad más que
nos faculta a manipular mejor el mundo, sino que más bien señala un
proceso de descondicionamiento mental para vivir lo que acontece sin
perturbación ni parcialidad ciega. La lucidez del que se conoce a sí
mismo conlleva un manantial de competencias emocionales y mentales que,
lejos de expresarse en niveles que adormecen la inteligencia mundana,
despiertan la capacidad de observación y permiten experimentar los
múltiples reflejos de la vida, por variados y contradictorios que estos
sean.

La lucidez del que se conoce a sí mismo, tras haberse desenmascarado una
y mil veces, propicia un vivir el presente con plena consciencia de los
procesos que nuestro psicocuerpo elabora. Algo así como comer cuando se
come, caminar cuando se camina, llorar cuando se llora y abrazar cuando
se abraza. Un estado sin exclusiones ni focos de sombra que, de otra
forma, tienden a desestabilizar a la persona y al ambiente emocional que
la rodea. Recuérdese que lo que debe importar, no es tanto lo que se
vive, sino cómo se vive. Cada sujeto, en función de su capacidad y
evolución, interpreta los sucesos externos de manera diferente.

Lo que merece nuestra atención en el camino de la excelencia, no es lo
que sucede, sino lo que significa. Para unos, lo que sucede será motivo
de angustia y, para otros, significará una enseñanza para el alma.

Conforme se logran despejar las nubes que parcializan nuestra conciencia
y conforme se hace luz en las profundidades de la mente, no se borrará
de un plumazo la otra orilla del río, ni se eliminará la cruz de toda
moneda por más áurea que ésta sea. Sin embargo, sí sucederá que
estaremos facultados para que la visión dual y contradictoria, inherente
a la mente que piensa, nos resulte tan lúdica como anecdótica. En la
conciencia, no existen la oscuridad y luz, sino más bien, Luz,, algo que
no encierra oposición, sino un proceso continuo de existir en el flujo
del eterno ahora.

La oposición es una categoría de la mente humana, no un elemento de la
Realidad. La clave de la Unidad está en el veedor y no en lo visto. Y
donde realmente conviene despejar los nubarrones de la vida es en el ojo
que percibe más sus miles de objetos percibidos como proyecciones
ilusorias. Sin duda, un trabajo que nos conduce al interior, al
conocimiento pleno del sí mismo que, lejos de quedarse en el yo
superficial, trasciende a éste y se adentra en los territorios de la
esencia.

Se dice que el que conoce a los demás es sabio. Sin embargo, para
percibir el corazón del otro, es preciso adentrarse en el propio. No
podremos reconocer los reflejos del alma ajena que no hayan sido
previamente reconocidos en la de uno mismo. Sin duda, cuando se recupera
tal lucidez, sucede que, de pronto, los llamados problemas, simplemente,
ya no importan.