Texto publicado por SUEÑOS;

inteligencia del alma:

LIBERTAD

La verdad os hará libres. La Biblia.

Exageración aquí, adaptación habilidosa allá, "miedo en el aire" a que
nos critiquen y nos rechacen, temor a defraudar lo que suponemos que los
demás esperan de nosotros. Muchas personas viven bajo las cadenas de
aquella parte de sí mismas que necesita aprobación y que se siente
amenazada por el qué dirán de una sociedad determinada. La libertad no
es un proceso simple, sino que más bien se alcanza a base de atreverse a
ser uno mismo y osar decir No. Una actitud mediante la cual se comprueba
que cuanto más decimos claramente No, más calidad y valor tiene nuestro
Sí. "Sed sobrios", dijo el lúcido, recordando que la verdad es hija de
la sobriedad. Un principio que no sólo hace referencia a la cantidad de
comida o de cosas compradas, sino que también señala un estado de
conciencia despierta y centrada. La sobriedad habla de la medida justa y
del recogimiento que conecta con el núcleo de nuestra morada interna. Si
uno cultiva la sobriedad, sin represión ni auto-negación, sentirá un
cálido fluido, una vitalidad sutil del alma liberada. En realidad, desde
la sobriedad es más fácil ser verdad.

La libertad es un estado de consciencia que conlleva un progresivo
descondicionamiento mental. Los niños son libres porque no suponen que
siendo ellos mismos, dejarán de ser queridos. La afirmación: "Sed como
niños para entrar en el reino de los cielos", deja claro que no se trata
de ser exactamente niños, sino como niños. Ya conocemos el diseño del
proceso iniciático en el que para activar nuestro crecimiento hemos de
pasar por la pérdida de la inocencia. Y es justo en ese momento, cuando
comenzamos un solitario exilio y cruzamos el umbral del laberíntico
mundo de las experiencias mundanas. De niños éramos verdad pero
inconscientes de esa verdad, es decir, no sabíamos que éramos verdad.
Más tarde, tuvimos que aprender a vivir en la selva de los egos. Sucedió
entonces que, siguiendo las reglas del Gran Juego, nacimos a la mentira
como protección, casi necesaria, ante el miedo y la carencia.

Pero llega un momento en el que uno siente resonancias de la "vuelta a
casa" y de nuevo, desea hacer aflorar al niño eterno que se da el lujo
de vivir en la verdad y la consciencia. Un estado que ya olvidamos y un
permiso que nos libera. Se trata de recuperar una inocencia, pero ahora
enriquecida por la consciencia del que se da cuenta.

Más tarde, una vez centrados en la plena coherencia interna, recobramos
la sencillez cotidiana, las palabras justas, los gestos de una
espontaneidad consciente y la fluidez de los que no exigen y sin
embargo, colaboran. Y sucede que aquello que uno expresa desde dentro,
casualmente es sabio, no hiere al mundo y además seca el sudor a los
que, exiliados del ser interno, todavía no descansan.

La libertad auténtica tiene más que ver con soltar la tiranía del ego
que con no tener obligaciones y poder hacer lo que nos dé la gana. La
liberación del mismo no conlleva negarlo, ni castigarlo por sus maldades
casi necesarias, sino por trascenderlo a un nivel más amplio. Cuando el
ego está integrado, se alinea de forma natural con los intereses
globales de un nuevo plano de existencia. Algo que se llama madurez y
que, como los buenos vinos, gana con el tiempo y mejora en cada cosecha.

Somos verdad cuando sentimos nitidez en los propósitos y distinguimos
muy bien desde qué parte de uno mismo se actúa y se habla. Ésa es la
verdad que libera, la que no se engaña a sí mismo, aunque luego se
exprese al mundo lo que, realmente, uno elija y quiera.