Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Coleccionistas: cuento.

Coleccionistas

Raúl Ruiz

La primera vez que reparé en ella fue en un hotel de Ríon, en el golfo
de Corinto. Yo estaba mirando desde mi ventana, atento al bullicio en
torno a la piscina, donde jóvenes italianos y franceses hacían alarde de
su incontenible juventud.

No sé qué gesto del azar desvió mi mirada. El caso es que la presencia
de ella desbarató la algarabía juvenil y sólo existió ya su andar
pausado a orillas del mar, su figura nimbada por una luz de fuego, su
melena de viento oscuro.

Sin razón alguna que lo confirmara, se me ocurrió que aquella mujer
coleccionaba puestas de sol... Y la ocurrencia agitó mi memoria: ya
había visto a esta mujer junto al templo de Poseidón, en el cabo
Sounion, como atesorando el oro cobrizo de la lejanía, como
embriagándose de aquel mar color de vino; la había visto también sentada
en las ruinas de Tirinto, como meditando sobre la decadencia de las
civilizaciones, pero gozando la posibilidad de presenciar la sugerencia
del pasado; también la había visto aplaudir una puesta de sol sobre el
Arno, desde el Ponte Vecchio, sorprendiendo a los que la rodeaban y
arrastrándolos a un aplauso dedicado a la Naturaleza que imita al Arte;
la había visto en Túnez, donde las puestas de sol huelen a Jazmines y
donde ella se iba enamorando de aquel vivir sin prisas, aquel lenguaje
amoroso de las flores, aquel lenguaje amistoso de las manos; hablarnos
coincidido en alta mar, acodados en la borda de un buque italiano, en
esos momentos en que el sol vespertino parece alumbrar islas, crear
contornos, dar a luz perfiles violetas...

Y la memoria encontró la imagen primera, la matriz de estas visiones: un
sueño de mis veintiún años, un sueño en el que una adolescente solitaria
paseaba, con túnica roja y pies descalzos, soñando que yo la soñaba.

Y al fin he comprendido: colecciono mujeres solitarias, que coleccionan
puestas de sol, porque estas mujeres no son sino el reflejo de la que me
acompaña en todos los viajes, la mujer que vive conmigo y me
colecciona... Y es que ella, como yo, también conoce la hermosura y
sabor de los amores al atardecer.

Raúl Ruiz

Breve reseña sobre su obra

Raúl Ruiz nació en Badalona, España, en 1947 y falleció en Barcelona en
1987.

Si bien muerto prematuramente, posee una obra extensa. Publicó dos
libros de poemas, Cuentemas y Discurso de vivir, así como la obra de
ensayo-ficción Un libro capital sobre capiteles, escrita en colaboración.

Es autor de las novelas El tirano de Taormina (1980), Sixto VI (1981),
La peregrina y prestigiosa historia de Arnaldo de Montferrat (1984), Los
papeles de Flavio Alvisi (1985) y Hay un lugar feliz lejos, muy lejos.

El alfabeto de la luna fue publicado póstumamente en 1992, aunque el
autor lo tenía acabado antes de morir. El libro está integrado por
historias breves, crónicas, apuntes en los que la ironía, la erudición y
el gusto por la literatura conforman un mundo muy personal.

Las breves fantasías que integran El alfabeto de la luna retoman los
obsesiones vitales y literarias del autor que ya encontrábamos en sus
novelas. Trascendiendo la anécdota, Raúl Ruiz hace desfilar en su obra
todos aquellos asuntos que conciernen al hombre, todo lo que él haga es
lo que le interesa.

La concepción de la existencia como de una serie de piezas desgajables
que pueden recomponerse, le permite al autor subvertir las dos grandes
coordenadas del vivir, la espacial y la temporal. De esta forma, en sus
relatos y novelas podemos encontrar conviviendo sin problemas personajes
pertenecientes a épocas distintas, reales o inventados.

La ilusión que convierte en más llevadera una vida gris, la pasión que
logra que nos olvidemos de todo, la preponderancia de la vida sobre el
arte, las diferencias entre las ilusiones juveniles y la realidad de la
madurez, la importancia de la ternura y la amistad, la exigencia de un
lector activo y cómplice, son algunos de los temas que Raúl Ruiz plantea
en su obra. Siempre filtrados por las lentes de la cultura y la erudición.

En el texto Díptico de la noche podemos leer los principios que rigen el
arte poética del autor: el rigor estilístico, la capacidad de imprimir
sugerencias en el lector, una nada ambigua postura ética y, sobre todo,
ese hormigueo que nos deja la obra al acabar su lectura: ese
irreprimible deseo de volverla a leer.

Rue de I' hirondelle, Coleccionistas y Museo de cera de Dubrovnik
pertenecen a El alfabeto de la luna, Editorial Montesinos, Barcelona, 1992.