Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 9 años.

Mi nombre es Ever Di Tella: cuento.

Mi nombre es EVER Di Tella
María Eugenia Soledad Nievas.

Es una tarde lluviosa
Sentado en mi cama repleta de libros de todos los géneros –uno de mis
únicos entretenimientos- no dejo de pensar. Mi cabeza da miles de
vueltas en torno a una idea. A mis diecisiete años he pasado infinitas
veces por estos estados: tristeza, nostalgia, incertidumbre, euforia e
impotencia se conjugan en mí extrañamente

Desde chico me gustó la soledad. Me encerraba en mi habitación a
jugar, escuchar música, dibujar, leer, escribir, etc.

Es la hora del té dice mi madre –mujer agresiva, temperamental,
ambiciosa. Mi padre no está, nunca está a esta hora porque trabaja o
al menos hace que trabaja rigiendo una renombrada empresa productora
de drogas farmacológicas. Muchas veces de chico me he llevado varios
sustos por sus turbios manejos. –Plata entra a la casa y mucha-, me
dice, cuando le reprocho el hecho de tener que cruzarme repetidas
veces con oficiales de justicia en los pasillos de mi casa.

Vuelve a llamarme mi madre a tomar el bendito té y le digo que lo
sirva nomás, que yo no voy a merendar.

Estaba ojeando libros cuando de repente cayó algo al suelo, lo
levante, era una foto de Michel DELON, uno de mis tres puntos débiles
junto con los libros y la música. La conocí una noche cuando cenábamos
en mi casa la familia del gerente general o sea la nuestra y las de
las sucursales de la droguería en la que antes mencioné que “trabaja”
mi padre es la esposa de uno de los directivos veinte años mayor que
ella. Me deslumbró su belleza y armonía, su soltura e integridad.
Terminamos de cenar y brindamos –era el cumpleaños no sé cuanto de la
empresa- después nos sacamos fotos grupales y familiares.

Bueno pasaron algunos días de esto y me vine a enterar, gracias a que
el aburrimiento puede más que todo a veces, mirando una revista de
ropa femenina que tenía mi madre que Michell era una de las chicas
que la marca de ropa, cuyo nombre no recuerdo ni me interesa recordar,
había contratado para promocionar sus fantásticos vestidos de gala. La
recorté entonces y Michell con su vestido rojo y maravillosa como
siempre es la única foto que tengo en mi libro de cabecera “vivir en
tiempos actuales” de un inglés de nombre poco fácil de pronunciar.
Algo sé de inglés pero no lo suficiente.

Decía entonces que alcé esa foto y la miré y volví a mirar varias
veces, acción que repetía a menudo sobre todo cuando estaba gris y
lluvioso como esta tarde.

Me invadió de golpe una angustia lacerante, esa idea, la misma que me
rondaba desde hace mucho tiempo giraba cada vez más en mi cabeza -no
quiero este mundo-, y eso implicaba “este mundo” pero “otro sí, ¿en
verdad quería otro mundo? Y me surgía pensar, otro mundo no existe,
existe uno solo, el que conocía y luego pensé: ¿quiero conocer otro
mundo si lo hay?, en verdad no lo sabía. Había cosas de este que amaba
pensé y otras que odiaba. Odiaba esta casa en la que nunca recibí
afectuosidad ni ternura, comprensión Y oídos capaces de escucharme y
en la que en cambio recibí severidad, autoritarismo, avaricia y
banalidad. ¿Como podía amar una casa en la que se me enseñó a ser
materialista y superficial?. Aborrecía esa gente con la que me rodeaba
muy parecidos a mis padres. Mis “amigos”: aburridos, egocéntricos y de
mentalidad capitalista, racistas y represores, vacíos, inhumanos, etc,
etc, etc.pero amaba a Michell –es improbable mi relación con ella-
pensaba, también amaba la lectura y la música. Estas eran apenas una
parte de la felicidad –pero al menos algo me dije-. Sentí una opresión
cruel en el pecho, no quería estar un segundo mas ahí quería salir de
esa habitación confortable, de esa casa impoluta y con aire mortífero,
no es que no me gustaran la limpieza y el confort pero no en esa
medida, quería alejarme de todo eso, deseaba gritar, llorar, romper
algo a patadas y puñetazos, ansiaba descargarme, ser yo en plenitud.
Me cansé de ese ever que paseaba en autos alemanes último modelo y que
vestía las prendas más caras del mercado y que sin embargo miraba
atónito y sin decir palabra las paupérrimas villas que se alzaban
deprimentes a unos metros tan solo del cercado barrio donde vivía.
Otro ever, el auténtico, otro ever resonaba en mi mente tortuosamente.
No daba más, el corazón se me iba a salir por la boca, la garganta me
dolía horriblemente, me faltaba el aire, los ojos me quemaban, las
piernas me temblaban, me retorcía las manos tratando de reaccionar,
sentía un vacío en el estómago como si no hubiese comido por días. Me
puse a escribir rápidamente:

Que difícil es vivir, sobrellevar la angustia y el dolor cuando los
hay en demasía
! que difícil observar el mundo con sus miserias desgracias e
injusticias sin poder hacer nada para impedirlas!. Cuanto duele tener
que armar un payaso todos los días y esconder tu cara atrás!
que duro es actuar o mejor dicho sobreactuar ante todos y todo!
. No puedo con esto, seré cobarde, poco valiente, otros lo soportarán
y loafrontarán pero yo no. Mamá y papá, no voy a despedirme con un
perdónenme, sino con un recuérdenme no creo que tenga que pedir perdón
por lo que voy a hacer, es mi vida, mi existencia, cada uno elige como
terminar, ustedes también eligieron y nunca me pidieron permiso. No sé
donde voy o si voy a alguna parte pero sé que mejor desconocido que
malo conocido. No tengo más fuerzas, más ánimo, ni malo ni bueno.
Prefiero ser un suicida a un transcurricida. Sé que tengo otra
alternativa: alejarme, comenzar de cero pero no tengo fuerzas ni ganas
de eso. Quizá soy doblemente cobarde, por matarme y por no hacer nada
para cambiar, pero soy valiente por no pasarme toda la vida
transcurriendo y permaneciendo como dice por ahí una canción y por
darle en cambio el paso a otra alma para que viva o tal vez transcurra
no lo sé, pero que haga su elección. Esta es la mía

Con amor otro ever ditela.

Tomé entonces un frasco de somníferos de los muchos que guardaba en mi
habitación y que me eran facilitados siempre gracias a la labor de mi
padre y me tragué su contenido con abundante agua. Luego cerré los
ojos y me tumbé en la cama. Pasaron unos minutos y sentí que la puerta
se abrió. oí la vos lejana de Michell que me decía: ever, ¿puedo
hablar contigo? Tengo algo que decirte… ever por favor reacciona.

Un mes después yo estaba al volante de su camioneta y encaminándonos
juntos hacia otra parte de este mundo y con el cuerpo y el alma de
este ever pero con Michell a mi lado eso significaba mi absoluta
plenitud.

Hoy seis meses después de aquello es nuevamente una tarde lluviosa y
refugiado en las lejanías de esta tierra, allí donde casi el sol no
llega en una salita que hace las veces de cuarto estoy mirando libros.
Me parece entonces escuchar la vos inexpresiva de mi madre decir –es
la hora del té y sendas lágrimas me brotaron de los ojos. Sí, a pesar
de todo la extraño, durante nueve meses me guareció en su vientre y
digo a pesar de todo porque me entristeció enterarme de que aquél día
de mi intento de suicidio, recogió mi carta de despedida y la guardó
como testigo de mi final grabándola para siempre en su mente y
poniendo día a día una vela a su lado, rezando mil plegarias para que
el cielo no me condene por mi acción pecaminosa no queriendo admitir
de ningún modo mi verdadero destino, o mejor dicho mi verdadera
elección.