Texto publicado por SUEÑOS;

inteligencia del alma;

INSPIRACIÓN

Hermano almendro ¡Háblame! ¡Háblame de Dios! Y... el almendro se cubrió
de flores. Kazanzakis

A lo largo de la vida del ser humano, hay momentos en los que éste busca
a Dios. Es una necesidad que brota desde que el hombre existe. Un
impulso que milenariamente surge, bien sea porque sentimos un gran miedo
y recurrimos a lo más grande que nuestro pequeño yo asustado pueda
imaginar, o bien porque no vemos salida lógica a los problemas que nos
amenazan. Son momentos en los que una parte de nosotros, inocente y
sabia, pone en juego una llamada al Infinito, una llamada que aún
dudando de su eficacia, parece no estar de más en ninguna galaxia.

A veces, elevamos al cielo la mirada porque simplemente sentimos
felicidad y pensamos que dicha plenitud no puede quedar anónima. En
otras ocasiones, la búsqueda brota porque una mente inquieta precisa
encontrar respuestas a las grandes preguntas de la existencia. Pero,
tanto unas como otras, apuntan a eso que cada uno siente cuando piensa
en Dios, a Eso que, en todos los tiempos y culturas, ha sido proyectado
según cada nivel de consciencia.

"¿Dios existe?", es la duda inicial que nos formulamos en las primeras
conquistas de la razón y los primeros andamiajes de la ciencia. La parte
lógica de nuestra mente precisa medir en laboratorio todo lo posible por
intangible que sea. Y si no está clara su evidencia, nos protegemos
negando su existir. Sin embargo, ¿podemos medir la compasión, la bondad
o la alegría? Pretender responder racionalmente a cuestiones
pertenecientes a otra esfera sería como preguntar a una vaca si sabe
cómo funciona una máquina. Los humanos gozamos de una mente racional muy
útil para controlar las leyes de la materia. Sin embargo, ante planos
más sutiles, ésta no pasa y se bloquea. Mientras la razón no se
trascienda y el yo se instale más allá del pensamiento, no se revela La
Presencia.

En realidad, a Dios no se le conoce, sino que se le experimenta. A Dios
no se le mide ni se le demuestra racionalmente. Simplemente se ES en
ello y tal vez, de pronto, cuando menos uno lo espera, se lo reconoce y
encuentra. Dios es más que una figura humana magnificada, es Totalidad
que abarca tanto a la luz como a la sombra. Y esa percepción de lo
infinito, tan inefable como eterna, es una experiencia que trasciende la
mente temporal.

Algo que recrea el Despierto y cuya Gracia puede recibir cualquiera. Más
tarde, uno sabe ya quién es y cuál es su verdadera naturaleza.

Dios es el despliegue de la semilla en árbol, es el Amor que todo lo
traspasa. Dios se esconde en el ojo de un cervatillo, en la fuerza de
una convicción magna. Dios late tras las teclas de un pianista, en el
corazón del poeta y en la entrega incondicional de todas las madres de
la tierra. Dios está detrás de un enfado, del dinero y del diablo. Dios
es, también, el ángel que anuncia el final del dolor y guía a los que
viajan al otro lado. Dios está en la ternura de los niños, en el abrazo
de los amantes y en la devoción de los que rezan. Dios está detrás del
placer y del dolor, detrás de las emociones y de las ideas, tanto en la
paz como en la guerra. Dios Es. Realidad más allá del pensamiento. Unos
y otros lo nombran como Totalidad, Vacío Resplandeciente, Luz,
Infinitud, Amor-Conciencia. Todos lo buscamos y todos intuimos que somos
ESO, un estado de conciencia parecido al reencuentro que merecemos por
la gran aventura de la existencia. Sabemos que ESO está más allá de las
formas y se nombra como omnipresencia. Algo que recuerda vagamente a la
plenitud perdida en algún eslabón de la gran cadena de la Historia.
¿Dios? Usted mismo. Todo y nada. Aquí-Ahora.