Texto publicado por Miguel Antonio Pérez Pernía

10 razones. Existencia de Dios

10 razones para creer en la existencia de Dios

Lo inevitable de la fe

Todos creemos en algo. Nadie puede sobrellevar la presión y los problemas de la vida sin tener fe en algo que al final es imposible de comprobar. Los ateos no pueden probar que no hay Dios. Los panteístas no pueden probar que todo es Dios. Los pragmáticos no pueden probar que todo lo que contará para ellos en el futuro es lo que funciona ahora. Tampoco pueden los agnósticos probar que es imposible saber si es o no es así. La fe es inevitable, aunque decidamos sólo creer en nosotros mismos. Lo que ha de decidirse es cuál es la evidencia que consideramos pertinente, cómo vamos a interpretarla, y a quién o en quién estamos dispuestos a creer (Lucas 16:16).

Las limitaciones de la ciencia

El método científico se limita a un proceso definido por lo que se puede medir y repetir. Por definición no puede aplicarse a los asuntos trascendentales del origen, el significado o la moralidad. Para obtener ese tipo de respuestas, la ciencia depende de los valores y las creencias personales de aquellos que la aplican. Por tanto, la ciencia tiene mucho potencial, tanto para bien como para mal. Se puede utilizar para hacer vacunas o veneno, plantas de energía nuclear o armas nucleares. Puede utilizarse para limpiar el medio ambiente o para contaminarlo. Puede utilizarse para argüir a favor o en contra de Dios. La ciencia por sí sola no ofrece guía moral ni valores para regular nuestras vidas. Todo lo que la ciencia puede hacer es mostrarnos cómo funciona la ley natural, sin decirnos nada acerca de sus orígenes.

Los problemas de la evolución

Algunos han asumido que la explicación evolutiva de la vida hace innecesario a Dios. Este punto de vista pasa por alto algunos problemas. Aun si asumimos que algún día los científicos encontrarán suficientes «eslabones perdidos» como para confirmar que la vida apareció y se desarrolló gradualmente durante largos períodos de tiempo, las leyes de la probabilidad aun así mostrarían la necesidad de un Creador. Como resultado de ello, muchos científicos que creen en la evolución también creen que el universo en toda su inmensidad y complejidad no «sucedió sencillamente». Muchos se sienten obligados a reconocer la posibilidad o aun la probabilidad de la existencia de un diseñador inteligente que proveyó los ingredientes de la vida y puso en movimiento las leyes por medio de las cuales se desarrolló la misma.

Los hábitos del corazón

El hombre se ha descrito como un ser religioso incurable. En momentos desprevenidos de problemas o sorpresas, en oración o en profanación, se utilizan persistentemente las referencias a la Deidad. Aquellos que consideran ese tipo de pensamiento como sencillos malos hábitos o vicios sociales se quedan con preguntas imposibles de responder. Negar la existencia de Dios no elimina el misterio de la vida. Tratar de excluir a Dios del lenguaje de la vida civil no elimina el anhelo constante de algo más de lo que esta vida puede ofrecer (Eclesiastés 3:11). Hay algo en la verdad, la belleza y el amor que causa dolor en nuestro corazón. Aún en nuestra ira contra un Dios que permite la injusticia y el dolor, partimos de una conciencia moral para argumentar que la vida no es como debiera ser (Romanos 2:14,15). Aun sin querer, nos sentimos atraídos hacia algo que es mayor y no menor que nosotros.

Los antecedentes del Génesis

En una primera lectura, las palabras introductorias de la Biblia parecen asumir la existencia de Dios. Sin embargo, el Génesis se escribió en un momento específico de la historia. Moisés escribió: «En el principio creó Dios», luego del éxodo de Israel desde Egipto. Escribió luego de que sucedieran eventos milagrosos que fueron atestiguados por millones de judíos y egipcios. Desde el éxodo hasta la venida del Mesías, el Dios de la Biblia fundamenta su causa en eventos atestiguados en momentos y lugares reales. Cualquiera que dude de estas afirmaciones puede visitar lugares y pueblos reales para verificar la evidencia por sí mismo.

La nación de Israel

Israel se utiliza a menudo como un argumento contra Dios. Muchos encuentran difícil creer en un Dios que tendría parcialidad hacia un «pueblo escogido». Otros encuentran aún más difícil creer en un Dios que no protegería a su «nación escogida» de las cámaras de gas, los vagones cerrados y los hornos de Auschwitz y Dachau. Sin embargo, el futuro de Israel fue predicho desde el principio de la historia del Antiguo Testamento. Junto con otros profetas, Moisés predijo, no sólo que Israel poseería la tierra, sino también que sufriría incomparablemente y sería dispersado por toda a tierra, que se arrepentiría a la larga, y que
finalmente sería restaurado en los últimos tiempos (Deuteronomio 28-34; Isaías 2:1-5;

Las afirmaciones de Cristo

Muchos que dudan de la existencia de Dios se tranquilizan a sí mismos con el pensamiento de que «si Dios quisiera que creyéramos en Él se nos aparecería en persona». Según la Biblia, eso es exactamente lo que Dios ha hecho. Al escribir en el siglo VII a.C., el profeta Isaías dijo que Dios daría una señal a su pueblo. Una virgen daría a luz un hijo que sería llamado «Dios con nosotros» (Isaías 7:14; Mateo 1:23). Isaías dijo que este Hijo sería llamado «Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isaías 9:6). El profeta también dijo que ese niño moriría por el pecado de su pueblo antes de que su vida fuera prolongada y honrada por Dios (Isaías 53). Según el Nuevo Testamento, Jesús dijo que era ese Mesías. Bajo la supervisión de un gobernador romano llamado Poncio Pilato, fue crucificado porque decía ser el rey de Israel y porque se había presentado a Sí mismo como igual a Dios (Juan 5:18).

La evidencia de los milagros

Los informes de los primeros seguidores de Jesús concuerdan en que hizo más que asegurar ser el tan esperado Mesías. Estos testigos dijeron que se ganó su confianza al curar paralíticos, caminar sobre el agua y luego voluntariamente morir una muerte dolorosa e inmerecida antes de levantarse de entre los muertos (1 Corintios 15:1-8). La afirmación más convincente es que muchos testigos vieron a Jesús y hablaron con Él luego de que su tumba se encontrara vacía, y antes de verlo ascender en forma visible a las nubes. Estos testigos no tenían absolutamente nada que ganar al hacer esas afirmaciones. No tenían esperanzas de obtener poder ni riquezas materiales. Muchos se convirtieron en mártires, afirmando hasta el final que el tan esperado Mesías de Israel había vivido entre ellos, que se había convertido en sacrificio por el pecado, y se había levantado de los muertos para asegurarles que podía llevarlos a Dios.

Los detalles de la naturaleza

Algunos que creen en Dios no toman en serio su existencia. Razonan que un Dios lo suficientemente grandioso como para crear el universo sería demasiado grande para preocuparse por nosotros. Sin embargo, Jesús confirmó lo que sugieren el diseño y los detalles del mundo natural. Mostró que Dios es suficientemente grandioso como para preocuparse por los detalles más pequeños de nuestras vidas. Habló de un Dios que no sólo conoce cada una de nuestras acciones, sino también nuestras motivaciones y los pensamientos de nuestro corazón. Jesús enseñó que Dios sabe cuántos cabellos tenemos en la cabeza, lo que nos preocupa y hasta la condición de un pajarillo que cae a tierra (Salmo 139; Mateo 6).

La voz de la experiencia

La Biblia dice que Dios diseña las circunstancias de nuestra vida de forma tal que nos lleven a buscarlo a Él (Hechos 17:26). Para aquellos que lo buscan, las Escrituras también dicen que Él está suficientemente cerca como para que podamos encontrarlo (versículo 27). Según el apóstol Pablo, Dios es un Espíritu en el cual «vivimos, y nos movemos, y somos» (versículo 28). Sin embargo, la Biblia dice también muy claramente que debemos acercarnos a Dios en Sus términos y no en los nuestros. Él promete que lo encontrarán, no todas las personas, sino aquellos que admiten su propia necesidad y están dispuestos a confiar en Él y no en sí mismos.