Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El telescopio: cuento.

EL TELESCOPIO

Orángel Montilla Sosa

Yo nací ciego. Soy el menor de doce hermanos. Viví mis primeros años en
el campo, por ello mis recuerdos son más de sonidos, los pájaros, los
perros, los caballos, la música. Yo podía distinguir qué gallo y en qué
casa estaba cantando en la madrugada. Recuerdo los sabores. Las moras,
los cínaros, las guamas, las guayabas, los cambures maduros, pecositos,
y muchas otras frutas. También los olores. Las flores, las hortalizas,
el fogón de leña. Recuerdo la quebrada que pasaba cerca de la casa que
traía olores y sonidos. Yo iba y me sentaba en una piedra. Ya no sé qué
me gustaba más, si escucharla u olerla.

Mi vida transcurría normal, yo no sabía que era ciego, yo pensaba que
los demás eran iguales a mí. Yo era feliz, jugaba con mis hermanos,
especialmente con Juan, que hacía casitas de barro y carretas de madera.
Un día pasamos en una de esas carretas por un voladero y nos vino a
parar un árbol. Yo me conocía la casa, el patio y los alrededores, iba y
venía solo. Pero, a medida que fui creciendo, oí decir a mis hermanos
que a mí no me podían llevar a la escuela porque allá no aceptaban
ciegos, y empecé a darme cuenta que yo estaba ciego. Mi madre me explicó
que yo nací así y, a pesar de que averiguó si me podían dar algún
tratamiento o hacer alguna operación de la vista, los médicos le dijeron
que no se podía hacer nada, y entonces se despertó en mí una gran
curiosidad por todo lo que se mencionaba, el cielo, las nubes, las
letras, las montañas, los crepúsculos, las flores, el arcoíris y la
bandera nacional.

Mis hermanos iban a clase a una escuelita que estaba a media hora de
camino de la casa. Yo me quedaba con mis padres, o nos íbamos a trabajar
en fincas cercanas. A veces mi papá trabajaba de jornalero y mamá
lavando ropa en casas de familia. Yo también trabajaba agarrando café, y
me pagaban. Claro que no me pagaban como a los demás. Recuerdo que con
lo que me pagaron la primera vez me compré un radio de pilas. Me costó
18 bolívares. Era para casette y radio, aunque la casetera se dañó a la
semana.

Yo andaba con mi radiecito para arriba y para abajo. Mi papá Gonzalo y
yo nos poníamos juntos a escuchar las noticias. Mis hermanos llegaban de
clase y yo los informaba de todo lo que había pasado en el mundo. Debe
ser por eso que después he querido ser periodista. También me gustaban
los deportes, el fútbol sobre todo, aunque a veces la onda corta nos
dejaba en suspenso porque, cuando al fin regresaba, estaban en
comerciales y no sabíamos si Estudiantes de Mérida había perdido o
ganado. A mi mamá Felipa le gustaban las radionovelas, Martín Valiente,
Juan Sin Miedo, Pobrecito Goyo. Yo también las escuchaba, debe ser por
eso que después he querido ser escritor. Pero una de las cosas que más
me gustaba era escuchar los programas educativos. Yo me quedaba alelado
escuchando la explicación de cómo eran las células, las moléculas, los
astros, las estrellas, las constelaciones, el insólito universo.

Un día mi hermano Juan llegó muy preocupado de la escuela. Tenía que
hacer una tarea sobre los planetas. Yo le dije que no se preocupara, que
yo le explicaba y que él fuera escribiendo. Al otro día por la tarde, al
regresar, venía muy contento porque había sacado veinte puntos. La
maestra asombrada le preguntó cómo sabía tanto de ese tema, y él le
respondió:

- Es que yo tengo un telescopio en mi casa.