Texto publicado por Carlos Palomares

Vemos aquello que nadie ve.

Muchas veces, en diferentes oportunidades y circunstancias, algunas personas observan con cierto temor a los ciegos, creyendo que, por alguna misteriosa razón, los ciegos tenemos la posibilidad de ver algo que el común no puede ver. Siempre pensé que esto podía deberse a la extrema necesidad que tenemos los seres humanos en depositar nuestras creencias en algo o alguien que le diga como y para qué existe la vida, si la muerte es el final de todo o acaso el principio de una nueva y diferente forma de vida, tal como aseguran algunas religiones.
Uno puede sentir en su relación con las personas que tienen en buen funcionamiento sus sentidos sensoriales, que colocan a los ciegos en una especie de seres pertenecientes a una casta, digamos de “discapacidad aristocrática”. Esto es un hecho, simplemente hay que observar el trato que recibe un sordo, un ciego, un mudo o un discapacitado motriz, todos con capacidades intelectuales en buen estado, siempre habrá un trato especial para el ciego. Creo que esto ocurre por esa misteriosa relación con la ceguera, con lo desconocido, con pensar “¿este tipo estará viendo algo que yo no veo?”.
Pese a que nos pueda dibujar una sonrisa, estoy convencido que es así. Que los ciegos realmente vemos otras cosas. La paradoja es que, justamente, no podemos ver las formas y si profundizamos esta idea, veremos que es absolutamente maravillosa y que no nos condiciona en absoluto el pensamiento a las formas. Es decir, si yo conozco una persona, nunca podré llevarme por una primera impresión, por ejemplo, jamás podré tener un amor a “primera vista”, que normalmente terminan en fracasos estrepitosos. Esto también ocurre con la naturaleza, tanto como con las personas, nos seduce el aroma, el sonido agradable, la identificación de las emociones del otro a través de la entonación y forma de sus palabras; podemos saber solo con una sílaba sobre su estado de ánimo, ya que nuestro cerebro no se distrae en las formas de su cuerpo ni en su vestimenta ni en sus joyas. Igualmente un lugar nos gusta porque nos resulta accesible y cómodo, porque no es agresivo con nosotros, no hay lugares donde tropezar ni nada que nos golpee.
Así las cosas, les doy la razón a los videntes que piensan que vemos algo que ellos no ven, vemos el alma de las personas y el espíritu de los lugares.
Cariños para todos.