Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El gran chico: cuento.

El gran chico

seguramente este relato les va a gustar a muchos de ustedes, pues quien más, quien menos, ha

tenido alguna vez un perro; y aquellos que tengan un perro guía sabrán, más que nadie, apreciar

con mayor claridad los servicios que presta.

además, la climatología invernal se presta e invita a "escuchar" esta historia.

había sido un día malísimo. la nieve caía copiosamente cubriendo hendiduras, grietas y barrancos,

acumulándose contra las paredes, y escondiendo la tierra que había debajo. el viento azotaba las

colinas, quejumbroso, y los árboles se inclinaban pesadamente, sus ramas crujían bajo un peso

amenazador.

el perro se había mostrado inquieto durante todo el día. buscaba incansablemente en el suelo,

desenterrando a las ovejas e intentando guiarlas para que volvieran a la granja en medio de una

nieve que le llegaba a la cola, que las hundía cada vez más y que convertía en una lucha cada paso

que daban.

no podía contarle sus miedos a su amo. el cielo preñado de nieve estaba oscuro y plomizo, el

horizonte tenía un color amarillo sulfúreo, con una luz misteriosa que hacía temblar al perro. la

colina rugía para sí misma, demasiado bajo como para que la oyera el pastor, pero lo bastante alto

como para asustar a las ovejas y que el perro se mostrara intratable.

por dos veces se agachó y se quejó, negándose a continuar, y el hombre le gritó, porque detestaba

aquel tiempo y se sentía harto de que su perro escogiera precisamente ese día para jugar con él.

quería volver a la granja, al té caliente y al fuego llameante. maldijo a las ovejas.

una vez utilizó su cayado para sacar a un animal de una plataforma rocosa en la que se había

quedado abobado e inmóvil porque nunca en su corta vida había visto un tiempo como aquél. otra vez

lotuvo que utilizar para ayudar al perro a que saliera de un montón de nieve que cubría una

profundahendidura por la que el animal había resbalado gimiendo de terror.

un momento después, el perro estaba a salvo. el hombre empleó su cayado para tantear la

profundidad de la nieve y encontró un camino para pasar al otro lado. antes de que llegase la

colina se estremeció y una gran cantidad de

nieve, piedra y tierra bajó dando vueltas desde las alturas, tomando fuerza, cada vez más rápida,

dirigiéndose al pastor.

el perro ladró y echó a correr. el peso de las ropas obligaba a güyn a caminar con torpeza.

esquivó la principal avalancha, pero una piedra le golpeó en el hombro y otra se le vino encima,

atrapándole el brazo al caer. intentó

moverse y no pudo, quedándose indefenso como un insecto clavado en el tablero de un coleccionista.

llamó con un silbido al perro y mos se acercó vacilante, moviendo lentamente la cola, no de

alegría sino de desconcierto. era demasiado joven para haber visto tanta nieve anteriormente, pero

estaba bien entrenado. sabía que nunca debía moverse sin una orden de su amo.

ahora güyn yons maldecía el penoso entrenamiento que había dado al perro. un entrenamiento que

garantizaba que, si se le decía que se sentase, se quedaría sentado durante días si no se le daba

una contraorden, un entrenamiento que garantizaba que miraría a los otros perros reunir a las

ovejas sin interferir.- un entrenamiento que garantizaba que confiaría en el cerebro de su amo y

nunca en el suyo.

a casa, chico, -dijo el pastor.

no se le ocurrió otra orden. si el perro volvía a casa solo, saldrían a buscarle. si no volvía a

nevar, tal vez pudieran seguir sus huellas. si volvía a nevaaaaar. güy cerró los ojos y rezó al

creador, el sudor oscurecía su piel a pesar del frío que se colaba entre sus ropas y de la humedad

que le envolvía.

el perro estaba asombrado. "a casa" era una orden para cachorros desobedientes, no para un perro

ya crecido que está en el campo con su amo. se echó hacia delante, gimoteando.

a casa, tonto!

la voz era malhumorada, pero todavía no era un grito.

el perro miró a las ovejas, grises, que destacaban contra la deslumbrante blancura, apiñadas en su

desgracia, vellones lanudos apretados unos contra otros, esperando pacientemente a que el perro

las guiase. conocían a los perros y estaban acostumbradas al coly.

güyn yons maldijo para sus adentros, porque una de las ovejas iba a tener un cordero que, si

nacíaen la nieve y con aquel frío, estaba condenado, salvo que él las pudiese conducir hasta un

lugar seguro.

a casa, perro! gritó con toda la fuerza que pudo, y miró con ansiedad cómo la cola de mos se metía

entre sus patas, y encogiéndose, avergonzado, castigado sin saber por qué, el perro se daba la

vuelta y se iba.

mos no podía creer lo que oía. aún quedaba trabajo por hacer y su amo no tenía derecho a tumbarse

en la nieve. volvió atrás e intentó arañar la piedra que atrapaba al hombre y lo aprisionaba. güyn

suspiró. el pobre animal hacía lo que podía, pero necesitaba la ayuda de unos hombres.

no, -dijo el pastor bruscamente; el dolor se unía a la irritación. el perro se echó atrás, la

cabeza ladeada, las orejas medio caídas, desconcertado.

a casa, -rugió güyn.

esta vez el perro comenzó a andar por el camino que llevaba a la seguridad y la salvación, pero

seguía mirando hacia atrás, con mirada ansiosa, como si esperara que su amo se levantase y lo

siguiese.- rápidamente, convencido de que eso no iba a ocurrir, puso toda su mente en seguir la

pista devuelta a la granja.

conocía el camino por el olor y la vista, y por el tacto de la tierra, pero sin embargo el olor

sedisimulaba, las señales habían desaparecido y la nieve intacta lo cubría todo a su alrededor. se

hundía ycaminaba penosamente, temeroso del silencio, de estar solo, de la ausencia de pájaros, de

la luz turbia y del sofocante resplandor en el cielo.

muchas cosas se le ocultaban porque era muy pequeño. cada cresta era una montaña que atravesaba

con dificultad. una vez se ayó en una pequeña hendidura y salió de ella jadeando. otra se dejó

caer al suelo para descansar, pero la orden que había recibido era firme. su deber era obedecer y

tenía que ir a casa.

el pastor, tumbado donde había caído, se limpiaba de los ojos las lágrimas de frío con los dedos

enguantados y miraba a las ovejas.

estaban inmóviles, con las cabezas colgando, las colas al viento. al moverse, una de ellas

se volvió y, tal vez buscando cobijo bajo el abrigo de la nieve que en parte le cubría, se le

acercó y se quedó junto a él.

las otras ovejas la siguieron, protegiéndolo del viento, sin saber que su llegada ofrecía al

pastor una posibilidad mayor de seguir vivo. conocían al hombre, les era familiar, les traía

comida cuando el pasto era escaso, las controlaba diariamente para comprobar que todo marchaba

bien y había traído a la mayor parte de sus corderos a este mundo. se acercaban a él cuando les

llevaba forraje ahora se le acercaban en busca de familiaridad en un mundo que de pronto se había

vuelto muy estraño.

tiró del vellón más cercano y la oveja se tumbó en la nieve contra él, la presencia del hombre le

daba seguridad. esta oveja había sido alimentada a mano, con un biberón, un animal doméstico con

su manera peculiar de pertenecer a un mundo humano. se arrimaba a la gente pidiendo golosinas y

afecto e irrumpiría en la cocina si la puerta estaba abierta. entraba y salía del corral como

quería y hacía muy poco que le habían metido en el rebaño. de jovencita había seguido al hombre,

casi como su sombra. ahora se acurrucaba contra él, como un perro, dándole calor.

él metió la mano libre entre su maloliente lana y se adormiló, soñando intranquilo con un café muy

caliente, un filete y un pastel de hígado, cubiertos de salsa caliente, y con el calor y la

comodidad de la granja.

cada despertar era una pequeña agonía. cada dormitar acercaba la muerte, por lo que él sabía, con

un vago presentimiento de que aproximadamente dentro de una hora sus ojos se cerrarían por última

vez y que le encontrarían rígido y helado entre las apiñadas ovejas.

el entumecimiento se apoderaba de su cerebro. se había olvidado del perro. estaba atrapado y nadie

vendría a rescatarle. el sulfúreo resplandor se tragó a la noche y amenazaba con más nieve. los

primeros finos copos helaron sus mejillas y se derritieron contra el áspero vellón junto a su

mano.

el perro pastor estaba a a medio camino de casa. el viento le hacía llorar, punzaba las órbitas de

sus ojos y helaba su morro, por el que caía hielo, que colgaba del pelo que rodeaba sus labios.

sus patas estaban congeladas. nunca había sentido tanto frío.

anhelaba más ver hombres que comida. como animal de rebaño tenía miedo a la soledad. era el peor

castigo que le podía desear el hombre. sin la compañía de los perros, necesitaba la de los

hombres. los hombres le estimulaban y le daban comodidad y calor. no soportaba el deprimiente

paisaje donde nada se movía, y estaba demasiado hundido en el suelo como para ver el penacho de

humo acogedor de la chimenea de la granja.

siguió el camino, aislado por el paso de las ovejas y de los hombres. habían limpiado un sendero

de la nieve profunda que formaba sólidos muros a cada lado por donde había pasado el quitanieves.-

echó a correr vivazmente, calentándose al moverse en libertad.

cuando se detuvo, cansado, lanzando al aire el vaho de su aliento, y sacudió la cabeza, no le

gustó esa repentina manifestación de algo que le resultaba incomprensible.

el camino terminaba, ya que el quitanieves se había desviado hacia una granja más lejana, valle

abajo.- su granja, con las ovejas aún en la colina, había sido sorprendida por la nevada y se la

veía aislada y blanca. tenía un único camino limpio alrededor del corral para que las vacas

pudiesen ser ordeñadas y las gallinas y cerdos alimentados.

el perro casi estaba en casa cuando la ventisca le golpeó, llegando a él sin previo aviso. un

momento se agachó, capaz de ver a través de la compacta nieve en la que había huellas de zorros,

armiños, faisanes y comadrejas. otro, la ceguera se le vino encima con los grandes copos que se

arremolinaban en el viento y caían sobre sus ojos y morro, sobre sus hombros y espalda, sobre su

abeza y su cuello. se agitó varias veces y luego se sentó en la pegajosa nieve, primero utilizando

una pata y luego la otra

para esquivar la colgante materia misteriosa que le impedía ver y moverse. era inútil

seguir. se encogió donde estaba, escuchando el viento cantarín que venía del norte y los ruidos

ahora cercanos y familiares. el ruido de un cubo, estrañamente

amortiguado, el mugido de una vaca al encerrarla, el gañir de un perro.

eso le dio la pista. ladró, aguda y vigorosamente, llamando al perro de abajo, y rex escuchó a su

compañero y contestó, un ladrido de bienvenida que se siguió oyendo hasta cuando el granjero le

gritó.

cuando rex se detuvo para recobrar el aliento, mos volvió a ladrar.

maldita sea, ése es el perro de güyn! dijo el granjero a su esposa, quieto en el portal, mirando

los copos arremolinados. qué le habrá pasado al pastor? el perro nunca le abandonaría. está

demasiado bien entrenado.

mair thomas lo único que pudo hacer fue quedarse mirando a su esposo, con la cara pálida. nunca

antes había vuelto solo el perro a casa. salvo cuando era cachorro. güyn nunca había tenido que

mandarlo de vuelta a casa por desobediente. ni mandaría a ningún animal de vuelta a casa solo en

una noche como ésa.

qué podemos hacer? -le preguntó a dai thomas, casi susurrando, porque el miedo le había quitado la

voz. la muerte acechaba en las colinas, golpeando a los incautos, e incluso un hombre

experimentado podía morir a unas pocas yardas de la salvación en una tormenta de nieve como

aquélla.

el granjero ya estaba enfundado en su abrigo, llamando por teléfono, que era el único medio de

comunicación con los vecinos, demasiado distantes para verlos o visitarlos de paso.

maldita sea, la línea está cortada! dijo tras sacudir inútilmente el auricular.

no puedes salir así! mair echó su pelo negro hacia atrás con las manos, un gesto de preocupación

que dai reconoció. él se paró en la puerta y llamó:

mos! aquí, mos! ven, perro bueno!

el perro ladró y, gracias a la guía de una voz, se arrastró por encima de la ondulación,

resbalando sobre el hielo que había formado un chorrillo de agua que salía del manantial.

es mos, -dijo dai.

miró a lo lejos en la noche. la nevada había disminuido, pero el viento salvaje fustigaba colina

abajo y le picaba en las mejillas, haciéndole llorar. la oscuridad acumulada escondía el mundo. un

árbol, normalmente desnudo en el invierno, era un bosquejo orroso, blando por la nieve; de día

parecía encantado, pero ahora hostil, un símbolo del clima que paralizaba cualquier ovimiento en

la colina.

el perro volvió a ladrar. estaba en la oscuridad, demasiado lejos aún como para ver las luces de

la casa de la granja, que para él quedaban ocultas tras el bajo muro cubierto por la nieve,

que,curvado e irreconocible, le impedía ver.

mos. buen chico. ven aquí!

la voz familiar era acogedora, ofrecía calor y amistad. se hundió en una zanja oculta y profunda

al ir hacia ella y fracasó, con un gañido de miedo. intentó salir, pero la nieve estaba demasiado

blanda y cayó, quedando al otro lado del muro, gimoteando.

dai thomas trajo la linterna grande que utilizaba en el establo en tiempos de parto. lanzó un

débil círculo de luz sobre la apelmazada nieve; aplastada por las pezuñas de las vacas, la

aguanieve lisa y empapada se había derretido y vuelto a helar de nuevo. ahora era como un glaciar,

que amenazaba al hombre con un súbito desastre si no calculaba sus pasos.

el perro volvió a quejarse y dai caminó prudentemente hacia el sonido, con voz tranquilizadora.

se inclinó sobre el muro, sintiendo la dureza bajo la nieve que cedía bajo su peso. se movió,

miróhacia abajo y vio a un perro, una mancha oscura contra el resplandor. lo tomó de la nuca y

tiró, y mos, loco de alegría por estar una vez más con hombres, gimoteó, agitó su cola y lamió la

mano delhombre en un arrebato de bienvenida.

no hagas esto a menudo, -dijo dai, según llevaba al perro hacia el calor. puso comida frente a él.-

mos se le quedó mirando, gimoteó y se negó a comer. bueno, estarías mejor si comieses. ahora no

podemos encontrar a un pastor,dijo el hombre, mirando por la ventana hacia la oscuridad donde los

copos volvían a arremolinarse, ligeros como plumas que se amontonaban y se agarraban al granero, a

la vaquería y al establo. más allá de la mancha de luz uno de los ponis aulló, aterrorizado

mientras la nieve se colaba a través de la puerta entreabierta de su establo. el día había sido

largo y muy ajetreado, y la mitad de las faenas estaban por hacer.

dai salió para cerrar la puerta del establo, que había olvidado. resbaló y soltó una maldición.

volvió a tiempo para ver al perro, con media pierna de cordero en la boca, salir corriendo como un

loco hacia la oscuridad.

maldito pequeño ladrón! gritó furioso. no se comió su comida. pero se tenía que llevar la mía!

vas a ir a las colinas? -preguntó mair, faenando en el lavabo.

dai se movió intranquilo, mirando hacia la oscuridad.

ahora caían copos gruesos, que se arremolinaban hacia él, y se elevaban con los soplidos del

viento. escuchó triste el rugido de la tempestady el estruendo en la chimenea.

nos perderíamos los dos ahí fuera, dijo por fin, sin querer ver la verdad, aunque consciente de su

responsabilidad con su esposa y los tres pequeños que dormían arriba, a salvo. al amanecer, dijo.

pediré ayuda a los güilliam. ni siquiera puedo seguir al perro en la nieve así. todas las huellas

estarán cubiertas.

estaba demasiado intranquilo como para dormir. pensar en el pastor le atormentaba. a lo mejor el

hombre estaba muerto, pero lo más posible es que estuviera enterrado en algún montón, o caído

sobre el hielo, arrastrándose a través del maligno frío. se sentía inútil, y bajó a preparar té y

se sentó a mirar la ventana blanca, pensando en aquel hombre afuera, en la funesta oscuridad.

la muerte llega en las horas de la madrugada, recordó que decía su abuelo. deslizándose como una

intrusa, rondando sin ser vista cuando los ánimos están bajos y la corriente de la vida decae, y

dios pasa por encima y respira sobre nosotros, y la corriente vuelve a subir. el viejo tuvo una

buena muerte, se quedó dormido en su cálida cama cuando tenía noventa y cinco años y no volvió a

despertar en este mundo.

el lecho de muerte del pastor estaría terriblemente frío y sus últimas horas serían un tormento y

sin ningún hombre para ayudarle ni hacerle caso, ni para sujetar su mano al irse. dai sabía que

pasarían muchos días hasta que se perdonase a sí mismo por, no intentar hacer frente a la

tormenta, poranteponer a su familia, por permitir que una vida se desvaneciera.

pensó en su esposa y en sus niños durmiendo y se sentó junto al fuego recién alimentado,

calentándose, ya que parecía que el frío se le había metido en los huesos al pensar en aquel

pastor. miró a los gatitos, que la luz había despertado, jugando con una paja traída por el zapato

de alguien. pensó en la soledad más allá de la ventana y deseó tener un trabajo calentito en la

ciudad, sin estar atado al ganado, a las ovejas y a las colinas implacablemente desoladas. sin

trabajar por unamiseria sacada de la tierra

con manos desnudas mientras otros hombres engordaban con la comida que él hacía crecer y jugaban

con el dinero, ganado mucho más fácilmente que el suyo.

se olvidó de mos y de la carne robada, aunque su esposa le había preparado en su lugar huevos con

tocino.

el perro intentaba volver a encontrar el camino, de vuelta a la colina y al hombre que le

importaba más que la comida y el calor. la carne que sujetaba con su mandíbula hizo que su boca

babís, pero no le dio ni un solo mordisco. escogió cuidadosamente su camino fuera de la granja y

de vuelta a la colina. esta vez se deslizó entre las barras de la verja grande y no intentó su

usual salto del muro.

recordó la profunda nieve y la zanja que le había traicionado.

tenía el viento detrás de sí y, a pesar de la nieve, la vuelta fue más fácil. en el suelo quedaba

un leve rastro de olor y él lo siguió dificultosamente, porque el olor a cordero era muy intenso

en su hocico. no ocultaba su rastro familiar propio, ni la fetidez del zorro que, al percibir una

bocanada de perro y carne, vino corriendo, sólo para encontrarse con el desastre cuando se las vio

con un montón de nieve que lo cubrió por completo y lo dejó hambriento y torturado, enterrado

hasta que el deshielo lo dejase libre,

más delgado y espabilado. no volvería a caer de esa forma una segunda vez.

dejó de nevar. la luna irrumpió a través de una capa de nubes enlazadas, y brilló sobre la

blancura que cubría todas las huellas, que escondía al pastor y a las ovejas que le daban refugio,

y que ocultaba el camino.

mos siguió andando con dificultad. en algunos lugares luchaba, hundido hasta el cuello,

arrastrando las patas por la nieve, saltando y botando continuamente, cada vez más cansado. una

vez descansó junto a un cúmulo que escondía una cepa de árbol, y la carne lo tentó, pero la dejó.

le producía dolor en las mandíbulas, pero siguió.

llegó al punto donde yacía el pastor, y se detuvo mirando sorprendido a la nieve intacta.

cuidadosamente, puso la carne en el suelo y empezó a excavar. encontró al hombre y a las ovejas en

un hueco hecho por la respiración, y el hombre, agradecido por el aire fresco, se sintió muy

defraudado cuando vio al perro.

mos, mos! maldito viejo idiota! ahora moriremos los dos aquí! dijo, y el perro meneó la cola

tristemente, sin comprender por qué no se le recibía con cariño.

volvió a buscar la carne.

esta vez se aproximó con más cautela, con miedo a recibir un bofetón por molestar. el pastor,

observándolo con ojos cansados, vio media pierna de cordero y se quedó mirándola, sin poder

creérselo.

maldito viejo idiota! has vuelto? espero que te vieran! dijo y alargó un brazo para acariciar el

pelaje mojado. el perro se dejó caer junto a él, y le lamió la cara. las ovejas, también exhaustas

por la nieve y el frío, estaban apáticas y no se movían. miraron a mos cautelosamente, pero él las

ignoró, tenía los ojos en su amo.

la oveja preñada se esforzaba por parir. el pastor la oía y no podía hacer nada salvo rezar para

que todo fuese bien y que la aventura acabase felizmente.

güyn yons tomó la carne. estaba embarrada y con nieve, pero tiró de ella con sus dientes y

escupiólas partes de fuera al perro, que recogió su recompensa glotonamente, mientras su dueño

roía el hueso, demasiado hambriento como para preocuparse por lo que comía.

el granjero, siguiendo al perro a través de la nieve al amanecer, con los hombres de la granja de

la hondonada, encontró a la pareja dormida, el corderito abrazado entre ellos, la oveja bajo la

cabeza del pastor, que le servía de almohada, con la cabeza estirada para lamer a su hijo.

dai thomas los contempló fijamente, al perro que fue a recibirlos y al roído hueso, que estaba

junto a ellos.

mos trajo algo de cenar, me mantuvo caliente y me salvó la vida, -dijo el pastor, con los ojos

llenos de orgullo posados en el perro mientras le quitaban de encima de su brazo la piedra y la

nieve y le ayudaban a incorporarse. luego le envolvieron en mantas para tumbarle en la camilla que

había traído el segundo granjero.

el café caliente con un poco de ron le hizo recuperarse, y la herida del brazo, aparte del

moretón, no era nada importante.

esa noche se encamó en la caliente casa de la granja, en el sofá de mair thomas, que ella

consideraba mejor cama que la de él, que estaba sobre el establo de las vacas, hasta que se puso

bien y descansó.- güyn vio cómo su perro se comía un manjar digno de un rey:

eh, mos, eres un gran chico! dijo, y el perro se volvió y le miró, y su cola empezó a golpear

atronadora e ininterrumpidamente el suelo de madera antes de volverse hacia su plato de pollo

asado, quemair le había preparado y le correspondía por derecho.

Israel R. C.