Texto publicado por SUEÑOS;

inteligencia del alma:

GENEROSIDAD

El primer deber del amor es escuchar. Paul Tillich

El hecho de escuchar atentamente a un ser humano que expresa lo que
siente es un acto de amor por excelencia. Cuando una persona comparte
con nosotros su intimidad emocional mientras somos conscientes del
respeto que nos merecen sus palabras, estamos amando con mayúsculas.
Cuando observamos que quien se comunica está descubriendo al sí mismo y
evitamos aconsejar o corregir, porque simplemente escuchamos sin
necesitad de opinar, ¿nos percatamos de que eso es amor?

Escuchar sin dar respuestas ni consejos no solicitados es un acto de
respeto e inteligencia. En general, el yo superficial tiende a sentirse
obligado a contestar y decir que él también "patatín y patatán" cuando,
en realidad y a menudo, lo que nuestro interlocutor busca es un espacio
de atención. Un espacio para descubrir aspectos de su Ser que, gracias a
la corriente de sinergia mutua, se remueven y afloran. En muchas
ocasiones, lo que pretendemos al llamar a un amigo y contarle nuestras
pequeñas cosas es metabolizar nuestras emociones, es decir, proceder a
compartirlas para ordenar nuestro escenario interno y darnos cuenta del
aprendizaje que éstas conllevan. En realidad, al compartir hacemos lo
mismo que los cuerpos cuando metabolizan el alimento que los sustenta.

Sentir interés por la intimidad que alguien nos regala, no sólo depende
de las cualidades que adornan al que nos habla, sino de nuestra propia
competencia emocional para colocarnos en la actitud adecuada. Escuchar
es expresar la capacidad de acompañar lo que, en ese momento, sucede
dentro de la otra persona, sin suposiciones ni registros previos que
modifiquen el interés de la charla. En realidad, todo lo que el otro
comparte acerca de sí mismo, también permite al que escucha, el
descubrir y resonar sus propias áreas internas. A menudo, las ideas
sensibles del que se expresa son una estupenda ocasión para reflejar los
pliegues de nuestra alma.

Cuando uno pregunta a otra persona sobre el significado de sus
inquietudes y sombras, desencadena un viaje al espacio interno. Es por
ello que si llega una pregunta nacida desde ese amigo que mira a los
ojos y llama a las puertas de las moradas internas, llega algo más que
un curioso, llega un puente a valores y facetas que nada tiene que ver
con el prosaico mundo de las monedas.

Para desarrollar avenidas hacia el alma, conviene crear espacios de
comunicación plena. Y, si uno aprende a escuchar, disciplinando su
necesidad de intervención durante las pausas de silencio de su
interlocutor, sucederá que la conversación acometerá honduras más
sinceras. Con una práctica así, nuestra vida tendrá más sentido y
conoceremos la diferencia entre los hombres y las máquinas.

Si usted quiere crear un espacio de salud emocional para alguien que
afirma tener herida el alma, pregunte y pregunte acerca de la herida,
mientras observa por dentro y por fuera. Escuchar desde el Testigo
Ecuánime no es precisamente una conducta pasiva, sino algo que demanda
entrega y atención despierta. Todos sabemos que la escucha atenta
requiere más energía que el soltar y vaciar en el otro las cosas que nos
importan. El que escucha, además de dedicar atención a su interlocutor,
no cesa de observar sus propias emociones y evitar contaminar el proceso
del que habla. Pregunte a su amigo al llegar a casa, ¿qué has aprendido
y descubierto durante la jornada?, ¿te has emocionado en algún momento?.
Tras descubrirse uno mismo en las palabras ajenas, ¿qué menos que dar
las gracias por viajar junto al otro hacia las áreas recónditas del alma?