Texto publicado por José Luis Rios

La impresión 3D acerca el arte a invidentes

Últimamente hemos hablado mucho de la impresión 3D por los grandes avances tecnológicos que puede proporcionarnos en un futuro más o menos inmediato. En 1984, cuando Charles Hull inventó lo que se conoció como “estereolitografía”, nadie imaginaba que aquel proceso iba a provocar la auténtica revolución que luego originó.

De aquella invención, que permitía imprimir objetos tridimensionales tras realizar un diseño digital, surgió la compañía 3D Systems. Las actuales impresoras 3D funcionan mediante cinco partes importantes, que son imprescindibles para el correcto funcionamiento de esta tecnología:

Fuente láser, necesaria para solidificar el material
Soporte elevador, que ayuda a depositar correctamente las diferentes capas para la construcción del objeto 3D
Tonel, que sirve de almacén del material antes de ser utilizado en la impresión tridimensional
Capas de material, que son imprimidas y luego depositadas una sobre otras para formar el objeto 3D. La composición de dicho material puede ser variado, en algunos casos estará formado por plástico o resinas, y en otros por titanio, polímeros o incluso metales como el oro o la plata
Objeto 3D, que sería el resultado final de la propia impresión
En 1992, tras la invención de Hull, se utilizaron las primeras máquinas de estereolitografía, que utilizaban láser con radiación ultravioleta para realizar la impresión de los materiales y la adición de las diferentes capas. En 1999, una técnica híbrida que usaba esta tecnología rudimentaria con la medicina regenerativa para aumentar el tamaño de la vejiga urinaria de diversos pacientes, acoplándoles capas de material artificial impresas.

En los primeros años del siglo XXI, se empleó la impresión 3D en la creación de órganos artificiales, aunque su mayor utilización vino de la mano de la producción industrial. Esto fue debido en parte a la disminución del coste de las impresoras 3D (ya que hoy se pueden conseguir en el mercado por unos 1.500 €). Gracias a ello llegaron los primeros automóviles impresos (a pequeña escala), o el material de oficina autoproducible mediante la propia compañía que lo demandara.

Poco a poco, la impresión 3D ha ido asentándose en nuestras vidas como una auténtica revolución industrial en un entorno 2.0. Ahora que se cumplen veinte años del nacimiento de la World Wide Web, asistimos al siguiente cambio propiciado por la innovación y la tecnología gracias a aquel descubrimiento de Charles Hull en los años ochenta.

La impresión 3D: ¿Buena o mala?
Dados los extraordinarios avances que la impresión 3D puede darnos en diversos campos, como la educación, la medicina o la producción industrial, podríamos pensar que la tecnología actual ideada por Hull solo ofrece buenos resultados. Sin embargo, la impresión 3D, entendiéndola como aquella que usa la técnica FDM de prototipado (una tecnología más barata y rápida que la pensada por Charles Hull), puede tener “su lado oscuro”.

Hace unos días conocíamos que un ciudadano norteamericano, conocido por su pseudónimo Have Blue, había imprimido las primeras armas utilizando la técnica 3D. ¿Daría esto paso a un aumento de la violencia y a un uso indiscriminado de las pistolas? Naturalmente aunque esto es un caso aislado, debe hacernos ser conscientes de que toda tecnología, por bien intencionada que parezca, puede causar problemas.

Sin embargo, igual que los avances innovadores como la impresión 3D pueden tener su lado malo, no deja de ser cierto, que las nuevas tecnologías también pueden aportarnos un lado humano. Este es el ejemplo de una nueva compañía creada por alumnos de la Universidad de Harvard.

Constantine Tarabanis, uno de los líderes de la recién creada startup, comentó que la impresión 3D podría hacer que personas invidentes pudieran “ver” obras de arte, algo que sin duda supondría una auténtica revolución en la vida cotidiana de estos ciudadanos, privados de contemplar auténticas maravillas por sus problemas de visión.

Gracias a la nueva empresa Midas Touch, lo que consiguen es imprimir en 3D cuadros como si fueran esculturas, de manera que el arte puede ser “llevado” y “transformado” al mundo físico. Aunque el proyecto ya cuenta con financiación, Tarabanis y sus compañeros siguen trabajando en nuevos prototipos que les ayuden a echar a andar su iniciativa, que ayudaría, sin lugar a dudas, a acercar un poco más el mundo artístico a toda la ciudadanía.

La carencia del sentido de la vista en estas personas les hace perderse una de las mejores experiencias que podemos tener: la impresión que nos puede dar observar un cuadro que traslade a nuestra imaginación a otros tiempos y lugares. Aunque obviamente mediante Midas Touch no se podrá “observar” el color, el simple hecho de poder tocar con los dedos los relieves de las figuras y objetos presentes en la obra, será suficiente, según estos emprendedores norteamericanos, para superar en parte la discapacidad visual de estas personas.

En un momento como el que vivimos, en el que la impresión 3D avanza, y se comienzan a cuestionar sus utilidades, debemos entender que no siempre la tecnología tendrá una vertiente negativa. Midas Touch nos enseña ese lado humano de la impresión 3D, que puede acercar el arte a invidentes, mediante la recreación tridimensional de imágenes artísticas planas.