Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Leyendas de Bolivia: El camino de la muerte.

El Camino a los Yungas, también conocido como Camino de la Muerte, es
un camino de aproximadamente 80 km de extensión, que une la ciudad de
La Paz y la región de Los Yungas, al noreste.
Es legendario por su peligro extremo y el número de muertes en
accidentes de tránsito al año, (un promedio de 209 accidentes y 96
personas muertas al año).1 En 1995 el Banco Interamericano de
Desarrollo la bautizó como el camino más peligroso del mundo.2
Esta carretera fue construida con mano de obra esclava de prisioneros
paraguayos, durante la Guerra del Chaco en la década de 1930. Es una
de las pocas rutas que conectan la selva amazónica del norte del país,
con la urbe Paceña.
Actualmente se cuenta con una carretera más moderna y segura que
conecta La Paz con Los Yungas que sustituyó en itinerario a ésta,
eliminándola de la ruta 3.
Debido a sus pendientes pronunciadas, con un ancho de un sólo carril
(3 m en algunos lugares), y la falta de guardarraíles, este camino se
torna extremadamente peligroso.
Además en la zona son habituales la lluvia y la niebla, que disminuyen
notablemente la visibilidad, el piso embarrado y las piedras sueltas
que caen desde las montañas. El 24 de julio de 1983, un autobús se
desbarrancó del Camino de las Yungas precipitándose en un cañón,
produciendo la muerte de más de cien pasajeros en el peor accidente
vial de Bolivia.
El camino parte de La Paz, a 3600 msnm., y asciende hasta "La Cumbre"
a 4650 msnm. Luego comienza el descenso de 3.600 metros de desnivel en
64 km de recorrido. Al conducir por este camino debe mantenerse la
izquierda, (es el único lugar de Bolivia donde se conduce conservando
la izquierda, como en Gran Bretaña o Australia) para que conductores
que van a la izquierda, en caso de cruce, cosa que sucede muchas veces
durante el recorrido, vean con mayor facilidad el borde del camino,
que en casi todos los lugares de cruce es un abismo, llegando en un
lugar hasta los 800 m en vertical.
La ley indica que el conductor que conduce subiendo la cuesta (en
dirección a La Paz) tiene prioridad por sobre el que baja (en
dirección a Los Yungas), por lo que el vehículo que desciende debe
detenerse cuando sube otro, para poder darle el paso.
El peligro que supone esta ruta la convirtió en un destino turístico
popular a partir de la década de 1990. En particular, los entusiastas
de la bicicleta de montaña la utilizan por sus descensos pronunciados
y la exquisitez de los paisajes.
En 2011 se produjeron un total de 114 accidentes (la segunda ruta con
más siniestros en Bolivia después del camino entre La Paz y Oruro),
con un saldo de 42 fallecidos.3

El viejo camino a Nor Yungas (Bolivia) está lleno de historias sobre fantasmas.

Personas que estuvieron en el Balconcillo, escenario de varios
accidentes, especialmente de noche, cuentan que oyeron murmullos y
llantos y hasta vieron
a personas caminar. Algunos aseguran que se trata de un presagio de
futuros accidentes.

El peligroso camino antiguo a Nor Yungas, conocido como la “ruta de la
muerte”, es tenebroso para muchas personas, quienes aseguran haber
escuchado murmullos
y hasta haber visto a personas durante las noches.

“Gritos, charlas, risas y llantos suelo escuchar a veces; son sonidos
que vienen desde más o menos 200 metros de profundidad del precipicio,
parece una
escuela”, dice Timoteo Apaza, uno de los semáforos humanos que trabajó
más de 14 años en el sector del Balconcillo, lugar en el que se
volcaron decenas
de vehículos en accidentes en los que perdieron la vida cientos de pasajeros.

“Salen voces de donde se han entrado movilidades al barranco, a veces
gritos y llanto, pero no es diario, rara vez escucho. Generalmente es
a partir de
las 12 del mediodía hasta las dos de la tarde”, explica Timoteo,
mientras mira el fondo de uno de los precipicios.

En su rostro, una mirada ingenua se niega a creer que, como dicen
algunos lugareños, puedan ser las almas de las personas que jamás
fueron rescatadas de
los embarrancamientos. “Pueden ser las almas, a veces creo que es mi
imaginación, pero mis amigos y choferes también han escuchado, así que
existen”, sostiene
Apaza.

Sin embargo, no solamente los ruidos invaden la carretera angosta y
accidentada, también se presentan movimientos que han espantado a más
de una persona.
“Las piedras se mueven, sin embargo no caen, ellas salen del fondo”,
contó el hombre.

El ambiente en el lugar se torna denso, la opresión en el pecho indica
sin duda una sensación de temor y uno se siente desprotegido frente a
la profundidad
de los precipicios que contornean la delgada y ahora poco transitada ruta.

Esta misma sensación la experimentó Juan, el ayudante de un carro de
alto tonelaje. “Nos hemos plantado a las tres de la mañana y yo me
quedé solo a cuidar
el camión. De pronto golpearon la puerta y no quise abrir. Luego sentí
que una persona se subió encima de la cabina y todo se empezó a mover
de un lado
a otro, pensé que mi carga se iba a caer. Pero al día siguiente,
cuando revisé, todo estaba bien”, recordó.

Las cruces que los familiares plantan para sus muertos pueden ser
observadas a cada tres metros, más o menos. El andar se torna cansino
y ni el paisaje
vegetal ayuda a perder el miedo.

Yovani Miranda, otra de las personas que se plantó en una ocasión en
Sacramento Bajo, cuenta que los ruidos y los pasos que se acercaban a
su automóvil
eran impresionantes. “Se me estremeció el cuerpo, incluso los vellos
de mi brazo estaban parados, eran las 11.00 de la noche y sentía que
la vegetación
cercana se movía, parecían animales tratando de salir”, recuerda con emoción.

Gente que vive en las poblaciones cercanas han denominado a estos
sectores como “temibles, peligrosos y pesados”.

Un poblador del lugar cuenta que un chofer de una cisterna vio caminar
a una jovencita al filo del precipicio y le preguntó si podía llevarla
porque casi
oscurecía, sin embargo ella no contestó y siguió caminando con la
mirada fija en la profundidad. A la semana, el chofer de la cisterna
sufrió un accidente
y perdió la vida.

Timoteo Apaza también vio algo parecido, pero eran dos mujeres de
pollera. “Estaban bien arregladas, con su manta y su bolso en la mano,
pero caminaban
cerquita del precipicio, cuando yo las veía por el lugar, siempre
había un accidente con muertos en los alrededores”.

Incluso se habla de un perro rojizo. Los pobladores cuentan que cuando
ese perro se cruza en el camino del vehículo “seguro que se mete al
precipicio”.

Las vivencias para estas personas son parte de su diario vivir, pero
el miedo se apodera de ellos por segundos y luego se va.