Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

EL VIDRIERISTA: cuento.

EL VIDRIERISTA

Desde muy chiquito solía salir con su madre, esa amante mujer que recorría los negocios en busca de buena mercancía a precios accesibles para su bolsillo; el padre era empleado de oficina, le decían el “amanuense”, hoy en día le dicen cadete para delivery, galicismo que significa “envío”. La palabra “amanuense” tiene su raíz en “a mano”.

La oficina pertenecía a la firma Meyer y Cia, fabricantes de telas que vendían al por mayor en las tiendas del ramo.

El niño llamado Esteban hizo la escuela primaria en forma normal hasta que nació María Inés, la hermanita. entonces el padre lo llevó consigo a la fábrica donde comenzó a aprender el oficio. Al mismo tiempo hacía mandados. Un día debía llevar un paquete de telas a uno de los clientes.

Llegó al negocio, que lucía una vidriera enorme, situado en el centro de la ciudad sobre la calle Florida, la de mayor concurrencia y consumo.

Antes de entrar se detuvo a mirar uno de los maniquíes. Era el del cuerpo de una mujer de tamaño natural. Sus formas eran perfectas, las de una bella mujer con medidas ideales. Lucía desnuda y el vidrierista la estaba vistiendo con un traje de fiesta sumamente pomposo. Cuando Esteban entregó el encargo le firmaron el remito y él se retiró.

Esa noche el adolescente soñó con el maniquí. Era el comienzo de las sensaciones, del enamoramiento fácil y rápido. El arrobamiento de la edad del “pavo”. Volvió Esteban varias veces y siempre se detenía a mirar lo inalcanzable; a veces eran varias las mujeres y todas iguales.

Pero sucedido un día que uno de los maniquíes abrió los párpados que siempre estaban cerrados y le guiñó un ojo, luego una leve sonrisa tan tenue que más parecía una mueca. Esteban se enamoró perdidamente de esa mujer. Ni siquiera pensó en poseerla, aún no había alcanzado esa etapa.

Continuó trabajando y cada tanto visitaba a su musa de la vidriera.

A medida que maduraba y su vida transcurría en forma normal llegó a tener varias novias de carne y hueso con quienes logró saciar sus instintos de hombre. Incluso se casó con Maruja que representaba de cierta manera el ideal de esposa, ama de casa y madre de los hijos que planeaban tener. Hasta que un día en que buscaba un nuevo trabajo pasó frente a una vidriera donde vio un aviso que decía: Se solicita vidrierista, no es necesaria experiencia previa, presentarse…etc.etc…

Esteban solicitó el puesto y se lo concedieron.

Desde entonces se pasea entre maniquíes que viste y desviste a su antojo, sin escuchar quejas, ni pedidos de dinero, ni llantos de niños. Eso sí, recibe de vez en cuando una guiñada, una leve sonrisa, el roce de una mano o el oscilar de una cadera. Y tiene buen cuidado de guardar en secreto sus relaciones extramatrimoniales.