Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Años: cuento.

Años
Cesare Pavese (Italia)
De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío.
Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una
tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación
que daba a una avenida. Silvia me dijo, esa noche, que tenía que irme, o
irse ella - ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejase
que probásemos de nuevo: estaba tumbado a su lado y la abrazaba. Ella
me dijo:
- ¿Con qué finalidad? - Hablábamos en voz baja, a oscuras.
Luego Silvia se durmió, y yo tuve hasta la mañana una rodilla pegada a
la suya. Apareció la mañana como había aparecido siempre, y hacía mucho
frío; Silvia tenía el pelo sobre los ojos y no se movía. En la penumbra
yo miraba pasar el tiempo, sabía que pasaba y corría, y que fuera había
niebla. Todo el tiempo que había vivido con Silvia en aquella habitación
era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana.
Entonces comprendí que nunca volvería a salir conmigo entre la niebla
fresca.
Era mejor que me vistiera y me marchase sin despertarla. Pero ahora
tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme.
Cuando estuvo despierta, Silvia me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo:
- Es bonito ser sinceros, como nosotros. - ¡Oh, Silvia!-susurré-, ¿qué
haré al salir de aquí? ¿Adónde iré? - Era eso lo que tenía que
preguntarle. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo,
beatífica. - Bobo - dijo-, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser
libre? Conocerás a muchas chicas, harás todas las cosas que quieras. Te
envidio, palabra.
Ahora la mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la
cama. Silvia esperaba paciente.- Tú eres como una prostituta - le dije -
y siempre lo has sido.
Silvia no abrió los ojos. - ¿Estás mejor ahora que lo has dicho? - me dijo.
Entonces me quedé como si ella no estuviera, y miraba al techo y lloraba
sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la
almohada. No valía la pena que se diera cuenta. Mucho tiempo ha pasado,
y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre
que hice con Silvia; sé que lloraba no por ella sino porque había
entrevisto mi destino. De lo que era yo entonces no queda nada. Queda
sólo que había comprendido quién sería en el futuro.
Luego Silvia me dijo: -Ya basta. Tengo que levantarme.
Nos levantamos juntos, los dos. No la vi vestirse. Estuve pronto en pie,
a la ventana, y miraba vislumbrarse las plantas. Detrás de la niebla
estaba el sol, el sol que tantas veces había entibiado el cuarto.
También Silvia se vistió pronto, y me preguntó si no me llevaba mis
cosas. Le dije que primero quería calentar el café, y encendí el hornillo.
Silvia, sentada al borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas. En
el pasado se las había arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y
el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas
con la cabeza y se liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis
cosas. Hice un montón sobre una silla y de repente Silvia saltó en pie y
corrió a apagar el café que se derramaba.
Luego saqué la maleta y metí las cosas. Mientras tanto, por dentro me
esforzaba en recoger todos los recuerdos desagradables que tenía de
Silvia - sus futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus
arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla.
Cuando hube acabado, el café estaba listo. Lo tomamos de pie, junto al
hornillo. Silvia dijo algo, que ese día iría a ver a un tipo, a hablar
de un asunto. Poco después dejé la taza y me marché con la maleta. Fuera
la niebla y el sol cegaban.

Cesare Pavese (Italia)
Breve reseña sobre su obra
Escritor, traductor y crítico literario italiano nacido en San Stefano
Belbo en 1908, graduado en letras por la Universidad de Turín. Formó
parte de la editorial turinesa Einaudi y tradujo al italiano a numerosos
escritores norteamericanos, como Sherwood Anderson, Gertrude Stein, John
Steinbeck y Ernest Hemingway. Sus escritos antifascistas, publicados en
la revista La Cultura, lo condujeron a la cárcel en 1935, donde inició
sus primeras obras. Se suicidó a los cuarenta y dos años de edad, el 26
de agosto de 1950.

ePavese surge como poeta en 1936, con Trabajar cansa. Le seguirán el
libro de cuentos Noche de fiesta (1938) y las novelas De tu tierra
(1941), La playa (1942), El camarada (1947), La casa en la colina
(1948), Entre mujeres solas (1949), El bello verano (1950, Premio
Strega), La luna y las fogatas (1950). Asimismo, publico un libro de
ensayos sobre literatura estadounidense titulado La literatura americana
y otros ensayos (1951).

Años pertenece al libro Relatos II, publicado por Bruguera.