Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El alcohol: cuento.

El alcohol
Marguerite Duras (Francia)
He vivido sola con el alcohol durante veranos enteros, en Neauphle. La
gente venía los fines de semana. Durante la semana estaba sola en la
gran casa, y allí el alcohol adquirió todo su sentido. El alcohol hace
resonar la soledad y termina por hacer que se lo prefiera antes que
cualquier otra cosa. Beber no es obligatoriamente querer morir, no.
Pero, uno no puede beber sin pensar que se mata. Vivir con el alcohol es
vivir con la muerte al alcance de la mano. Lo que impide que uno se mate
cuando está loco de la embriaguez alcohólica, es la idea de que, una vez
muerto, no beberá más. Empecé a beber en las fiestas, en las reuniones
políticas, primero los vasos de vino y luego el whisky. Y luego, a los
cuarenta y un años, encontré a alguien que le gustaba de verdad el
alcohol, y que bebía cada día, pero razonablemente. Lo superé en
seguida. Esto duró diez años. Hasta la cirrosis y los vómitos de sangre.
Me paré durante diez años. Era la primera vez. Volví a empezar, y volví
a parar, ya no sé por qué. Luego, dejé de fumar, y sólo pude hacerlo
bebiendo de nuevo. Es la tercera vez que paro. Nunca, nunca he fumado
opio ni haschis. Me he «drogado» con aspirina todos los días durante
quince años. Nunca me he drogado de verdad. Al principio bebí whisky y
calvados, lo que llamo alcoholes insípidos, cerveza y verbena de Welay,
lo peor, según se dice, para el hígado. Por último, empecé a beber vino
y ya no lo he dejado.
Desde que empecé a beber, me convertí en una alcohólica. En seguida me
puse a beber como una alcohólica. Dejé a todo el mundo detrás mío.
Empecé a beber a los atardeceres, luego bebí los mediodías, luego por
las mañanas, y después empecé a beber por las noches. Una vez por noche,
y luego cada dos horas. Nunca me he drogado con otra cosa. Siempre he
sabido que si me metía con la heroína, la escalada sería rápida. Siempre
he bebido con hombres. El alcohol permanece asociado al recuerdo de la
violencia sexual, la hace resplandecer, es inseparable de ella. Pero en
espíritu. El alcohol sustituye el acontecimiento del goce, pero no ocupa
su lugar. En general, los obsesos sexuales no son alcohólicos. Los
alcohólicos, incluso «a nivel de vertedero», son unos intelectuales. El
proletariado, que ahora es una clase más intelectual que la clase
burguesa, de muy lejos, tiene una propensión al alcohol, en el mundo
entero. El trabajo manual es sin duda de todas las ocupaciones del
hombre la que le lleva más directamente hacia la reflexión, es decir
hacia la bebida. Ved la historia de las ideas. El alcohol hace hablar.
Es la espiritualidad hasta la demencia de la lógica, es la razón que
intenta comprender hasta la locura por qué esta sociedad, por qué este
Reino de la Injusticia... y que siempre concluye con una misma
desesperación. Un borracho es a veces grosero, pero raramente obsceno.
Algunas veces se encoleriza y mata. Cuando se ha bebido demasiado, se
vuelve al principio del ciclo infernal de la vida. Se habla de
felicidad, se dice que es imposible, pero se sabe lo que quiere decir la
palabra.
Carecemos de un dios. Este vacío que se descubre un día en la
adolescencia nada puede hacer que jamás haya tenido lugar. El alcohol ha
sido hecho para soportar el vacío del Universo, el mecimiento de los
planetas, su rotación imperturbable en el espacio, su silenciosa
indiferencia en el lugar de vuestro dolor. El hombre que bebe es un
hombre interplanetario. Se mueve en un espacio interplanetario. Es allí
donde permanece al acecho. El alcohol nos consuela, no amuebla los
espacios psicológicos del individuo, sólo sustituye la carencia de Dios.
No consuela al hombre. Produce lo contrario, el alcohol conforta al
hombre en su locura, lo transporta a las regiones soberanas donde es
dueño de su destino. Ningún ser humano, ninguna mujer, ningún poema,
ninguna música, ninguna literatura ni ninguna pintura puede sustituir
esta función del alcohol en el hombre, la ilusión de la creación
capital. Está ahí para remplazarla. Y lo hace en toda una parte del
mundo que habría debido creer en Dios y que ya no cree en él. El alcohol
es estéril. Las palabras del hombre dichas en la noche de la borrachera
se desvanecen con ella tan pronto como llega el día. La borrachera no
crea nada, no va con las palabras, ofusca la inteligencia, la sosiega.
He hablado bajo los efectos del alcohol. La ilusión es total: lo que uno
dice, nadie lo ha dicho aún. Pero el alcohol no crea nada que
permanezca. Es el viento. Como las palabras. He escrito bajo los efectos
del alcohol, tenía una facultad para dominar la borrachera, que me venía
sin duda del horror por la borrachera. Jamás bebía para estar borracha.
Jamás bebía deprisa. Bebía todo el tiempo y nunca estaba borracha.
Estaba retirada del mundo, inalcanzable, pero no borracha.
Una mujer que bebe es como un animal que bebiera, un niño. El
alcoholismo llega al escándalo con la mujer que bebe: una mujer
alcohólica es rara, es grave. Lo que se ataca es la naturaleza divina.
He reconocido este escándalo a mí alrededor. En mis tiempos, para tener
la fuerza de afrontarlo en público, entrar sola en un bar, de noche, por
ejemplo, era preciso haber bebido ya.
Siempre se dice demasiado tarde a la gente que bebe demasiado. «Bebes
demasiado.» Es escandaloso decirlo en todos los casos. Uno mismo jamás
sabe que es alcohólico. En un cien por cien de los casos la noticia se
recibe como una injuria, y uno dice: «Si me dice esto, es que me odia.»
En cuanto a mí, el mal ya estaba muy avanzado cuando me lo dijeron.
Estamos en un espacio de principios anquilosados. Hasta cierto punto se
deja morir a la gente. Creo que en la droga este escándalo no existe. La
droga separa completamente al individuo drogado del resto de la
Humanidad. Ésta no arroja al individuo a los cuatro vientos, por las
calles, no hace de él un vagabundo. El alcohol es la calle, el asilo,
los otros alcohólicos. La droga es muy corta, la muerte viene muy
deprisa, la afasia, la oscuridad, los postigos cerrados y la
inmovilidad. Nada consuela de dejar de beber. Desde que ya no bebo,
tengo simpatía por la alcohólica que era. Verdaderamente he bebido
mucho. Luego, acudieron en mi auxilio, pero entonces cuento mi historia
y no hablo del alcohol. Es increíblemente simple, los verdaderos
alcohólicos, sin duda, son lo que hay de más simple. Estamos ahí donde
el sufrimiento no puede hacer sufrir. Los vagabundos no son
desgraciados. Es una tontería decir eso, están borrachos de la mañana a
la noche, las veinticuatro horas seguidas. Lo que viven no podrían
vivirlo en ninguna otra parte que no sea en la calle. Durante el
invierno de 1986 - 1987, antes de verse desprendidos de su litro de vino
a su llegada al asilo de noche, prefirieron arriesgar la muerte y el
frío. Todo el mundo intentó saber por qué no querían ir al asilo, y era
por eso.
Lo más duro no son las horas de la noche. Pero, evidentemente, si uno
tiene un insomnio tenaz es cuando resulta más peligroso. Es preciso no
tener ni una gota de alcohol en casa. Yo formo parte de estos
alcohólicos que empiezan a beber de nuevo a partir de un solo vaso de
vino. No sé qué nombre nos da la medicina.
Un cuerpo alcohólico funciona como una central, como un conjunto de
compartimentos diferentes vinculados entre sí por la persona entera. El
primer afectado es el cerebro. Es el pensamiento. La felicidad por el
pensamiento primero y luego el cuerpo. Es ganado, empapado poco a poco,
y transportado; es la palabra: transportado. A partir de cierto tiempo
se tiene la elección. Beber hasta la insensibilidad, y la pérdida de
identidad, o permanecer en las primicias de la felicidad. Morir de algún
modo cada día, o bien seguir huyendo.