Texto publicado por Edith Quiñónez

Violencia.

Llevo alrededor de dos días jugueteando con la idea de escribir una entrada sobre violencia. Sentada en la orilla de la cama destendida de mi habitación recordaba una película que había visto recientemente, la cual trataba sobre el desafortunado hallazgo de un laboratorio cinematográfico clandestino donde se cometían atroces asesinatos de mujeres (sí, imaginaste bien, hermosas) con el único fin de ser gravados y vendidos al público.
Quizás la repulsión intercalada descaradamente con el fuerte deseo de reprimir un grito de admiración por aquellos videos, me empujaron a escribir esta entrada.
Violencia: La violencia está en todas partes. La mayoría de los seres humanos la reprobamos, otros creemos que lo hacemos y otros más desearíamos poder hacerlo.
¿Quiénes están en lo correcto?
La violencia en todas sus manifestaciones ha existido desde siempre. La sangre es señal de vida y plenitud. Hemos adorado a seres hermosos y enigmáticos como lo son los vampiros, criaturas de la noche sedientas del néctar vital del ser humano. Pero sabemos que no solo en la mitología se ha admirado y alabado la violencia en cualquiera de sus representaciones. En algunas culturas los indígenas arrancaban los corazones vibrantes para alimentar a sus dioses cual niño arranca una flor para aspirar su aroma. Muchas personas recuerdan a Hitler como un demonio sin corazón que destrozó no solo cuerpos sino espíritus. Sin embargo, otros tantos admiran su inteligencia, su frialdad, su decisión y hasta su valentía. Hubo culturas donde se apremiaba enviar un ser humano a la orca y era celebrado como el día de navidad. En la antigüedad los hombres no se medían por su dinero ni estatus social, se medían por las batallas que habían sobrevivido o por los hombres que habían asesinado. Esto era lo correcto.
¿Quién hace bien y quién hace mal?
Las personas que hacen bien son aquellas que van contra sus instintos, que a pesar de la gran influencia de los medios masivos de comunicación, de la historia, de la sociedad y del mundo reprimen la violencia pero celebran rebosantes de alegría cuando en las películas el bueno destroza al malo (no importa como lo haga). Después de todo, así debe ser.
Las personas que hacen mal son aquellas que por el contrario, desde que tienen memoria, han vivido y aprendido de la música que escuchaban cada día al abrir los ojos. [No, papi, no le pegues a mami. No, no nos lastimes más]. Con el tiempo las plantas y los animales crecen y también el mundo espera para demostrar lo que aprendimos. [Me las vas a pagar, me aseguraré que lo veas todo desde el escondite donde yo solía estar]. Pero esta alma espera, piensa, actúa; tuvo buenos ejemplos y dudosas muestras de afecto. Ah, pero se trata de no juzgar a las personas. Este ser es tan común en nuestros días que si intento odiarlo, tal vez me esté odiando a mí misma.
Esta entrada está a punto de concluir. Palabras finales:
¿Y qué tal si hemos creado monstruos a través del tiempo?
No, no monstruos psicológicos de algún doctor chiflado, monstruos puros y reales, capaces de torturar y asesinar sin motivos, monstruos destructivos que pisotean todo a su paso, que acaban con bosques, selvas, ecosistemas enteros con una bandera en la mano. Criaturas incapaces de pensar en cualquier cosa que no sean sí mismas. Que apuestan el futuro de un planeta desahuciado en una partida de póquer. Seres que brindan con la sangre de sus hijos y que asechan a plena luz del día. Estoy tratando de mirar en mi interior, intentando descubrir algo maravilloso que pueda redimirme, que sea un argumento lo suficientemente poderoso como para tomar el lápiz sin tinta y simular que escribo que yo no soy uno de esos monstruos, pero oh, queridos humanos, en estos momentos bajo los gritos de una agonizante noche, sigo sin encontrarlo.

J. T. Laureth.