Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Fari la burra: cuento.

Fari la burra
Birago Diop (Senegal)
A lo largo de la ruta del Sur que habíamos recorrido durante todo el
día, los mojones que jamás existieran habían sido reemplazados por
osamentas dejadas relucientes por los depredadores, y cadáveres en todos
los estadios de putrefacción. Cadáveres y osamentas de asnos que
llevaban a Sudán el cargamento de árboles de colas de la Costa.
Yo había dicho: "¡Pobres asnos! Lo que tienen que sobrellevar".
-¿Los compadeces tú también? -había contestado Amadou Koumba-. Es sin
embargo su culpa si hoy están como están, si son los esclavos de los
esclavos... Si las órdenes de Dakar -impuestos y prestaciones- recaen,
después de haber pasado del Gobernador al Comandante de Círculo, del
Comandante de Círculo al Jefe del Condado (sin olvidar al intérprete),
del Jefe del Condado al Jefe del Pueblo, del Jefe del Pueblo al Jefe de
Familia, del Jefe de Familia sobre su lomo a golpes de palo. Como antaño
(ya que no creo que algo haya cambiado), de Damel el Rey a los Lamanes
virreyes, de los Diambours a los campesinos de baja condición, de los
campesinos a los esclavos de los esclavos... Si los burros están hoy
donde están, es porque se lo buscaron.
En los tiempos antiguos, muy antiguos, de los cuales no han perdido como
nosotros la memoria, los burros, como todos los seres sobre la tierra,
vivían libres en un país donde nada faltaba. ¿Qué primer error
cometieron? Nadie lo ha sabido nunca y tal vez nadie lo sabrá jamás. Un
día, una gran sequía asoló el país sobre el cual recayó la hambruna.
Después de consejos y palabras interminables, se decidió que la reina
Fari y algunas de sus cortesanas partirían en busca de tierras menos
devastadas, de regiones más hospitalarias, de países más abundantes.
En el reino de N'Guer donde vivían los hombres, las cosechas parecían
más bellas que en cualquier otro país. Fari quiso detenerse allí. ¿Pero
de qué forma disponer sin riesgos de todas esas cosas buenas que
pertenecían a los hombres? Un solo medio tal vez: hacerse hombre. ¿Pero
el hombre cede a su semejante de buena gana lo que le pertenece, lo que
ha obtenido con el sudor de su frente? Fari nunca escuchó tal cosa. A la
mujer, quizá, el hombre no debía rehusarle nada, pues, desde que se
tiene memoria, nunca se había visto a un macho negarle algo a una hembra
o pegarle -a menos que el hombre fuera loco como un perro loco-. Fari
decidió entonces permanecer hembra y metamorfosearse en mujer, así como
toda su corle.
Narr, el moro del rey de N'Guer, era tal vez el único sujeto del reino
en practicar sinceramente la religión del Corán. No tenía ningún mérito
en ello, ya que debía mostrarse digno de sus antepasados que habían
introducido por la fuerza el Islam en el país. Pero Narr se distinguía
además de los otros por su color blanco en primer lugar, y luego porque
no sabía guardar el más mínimo secreto. Y en nuestros días, aún se dice
de un alcahuete '"que se tragó un moro".
Narr era entonces prácticamente ferviente y nunca fallaba a ninguna de
las cinco plegarias del día. Qué sorpresa se llevó cuando, una mañana,
dirigiéndose a sus abluciones en el lago de N'Guer, encontró a mujeres
bañándose. La belleza de una de ellas, rodeada por todas las demás, era
tal que el sol naciente se veía opacado. Narr olvidó abluciones y
oraciones y fue corriendo a despertar a Bour, el rey de N'Guer.
-¡Bour! ¡Bilahi! ¡Walahi! (¡En verdad! ¡En nombre de Dios!) Si miento,
que me corten el cuello. ¡Encontré en el lago una mujer cuya belleza no
puede ser descripta! ¡Ven al lago, Bour! ¡Ven! Es solo digna de ti.
Bour acompañó a su moro al lago y trajo consigo a la bella y a su corte.
E hizo de ella su esposa favorita.
Cuando el hombre dice a su carácter: "Espérame aquí", apenas se dio
vuelta que el carácter camina detrás suyo. El hombre no es el único que
sufre por esta desdicha. Los burros, como las otras criaturas, la
comparten con él. Por esta razón. Fari y sus cortesanas, que deberían
haber vivido felices y sin preocupaciones en la corle del rey de N'Guer,
se aburrían cada día más. Les faltaba todo aquello que hace a la
felicidad y la alegría de la naturaleza de los burros: rebuznar y
tirarse pedos, dar vueltas en la tierra y dar coces... Así pidieron un
día a Bour la autorización, que les fue concedida, de ir a bañarse al
lago todos los días, al crepúsculo, con el pretexto de los grandes calores.
Llevando cacerolas, marmitas y todos los utensilios sucios, iban, cada
atardecer al lago donde, tirando túnicas y paños, penetraban en el agua
cantando:
¡Fari hi! ¡Han!
¡Fari! ¡hi! ¡Han!
Fari es una burra,
¿Dónde está Fari la reina de los burros
que emigró y no volvió?
A medida que cantaban, se convertían en burras. Salían luego del agua,
corriendo, dando coces y vueltas y tirándose pedos.
Nadie las molestaba. El único que hubiese podido hacerlo, el único del
pueblo que salía al crepúsculo para sus abluciones y la plegaria de
Timiss, Narr el Moro, había partido en peregrinaje a La Meca. Cansadas y
felices, Fari y su corte retomaban sus cuerpos de mujer y regresaban a
casa de Bour, con las cacerolas y marmitas impecables.
Tal vez, las cosas hubiesen durado para siempre, si Narr hubiera muerto
en el camino; si hubiese sido capturado en el Este, en un reino bambara,
peul o hausa y mantenido como esclavo; o si él hubiese preferido
permanecer, por el resto de sus días, cerca de la Kaaba, para estar más
cerca del paraíso. Pero un buen día Narr volvió, y justamente, al caer
la noche. Se dirigió, antes de ir a saludar al rey, hacia el lago. Vio
mujeres y, escondido tras un árbol, escuchó su canción. Su sorpresa fue
mayor a la del día en que las había encontrado, viéndolas transformarse
en burras. Llegó a casa de Bour, aunque no pudo decir una palabra de lo
que había visto, ya que fue festejado e interrogado sobre su
peregrinaje. Pero, en medio de la noche, atravesado entre el couscous y
el cordero con los que se había atiborrado, su secreto lo ahogaba. Fue a
despertar al rey:
-¡Bour! ¡Bilahi! ¡Walahi! Si miento, que me corten la cabeza, ¡tu mujer
más querida no es un ser humano, es una burra!
-¿Qué estás diciendo, Narr? ¿Los genios te dieron vuelta la cabeza en el
camino de la salvación?
-Mañana. Bour, mañana, ¡inch allah! Te lo probaré.
A la mañana siguiente. Narr llamó a Diali, el griot-músico del rey, y le
enseñó la canción de Fari.
Después del almuerzo, le dijo:
-Cuando nuestra reina favorita acaricie la cabeza de Bour sobre su muslo
para adormecerlo, en vez de cantar la gloria de los reyes difuntos,
tocarás con tu guitarra y cantarás la canción que te acabo de enseñar.
-¿Aprendiste esta canción en La Meca? -preguntó Diali, curioso como todo
griot que se respeta.
-¡No! Pero luego verás el poder de mi canción -respondió Narr el Moro.
Bour estaba somnioliento, la cabeza apoyada en el muslo de su favorita,
mientras Narr contaba nuevamente su peregrinaje, cuando, Diali, que
hasta entonces cantaba dulcemente rozando su guitarra, se puso a cantar:
¡Fari hi! ¡Han!
¡Fari hi! ¡Han!
La reina se estremeció. Bour abrió los ojos. Diali continuó:
¡Fari hi! ¡Han!
Fari es una burra.
-Bour-dijo la reina llorando-, impide a Diali cantar esa canción.
-¿Por qué razón, querida? Me parece muy linda a mí-dijo el rey.
-Es una canción que Narr aprendió en La Meca -explicó el griot.
-¡Te lo suplico, mi amo! -gimió la favorita-. Detenlo. Me duele, porque
en mi país se la canta durante los entierros.
-¡Pero no es una razón para hacer callar a Diali!
Y Diali cantaba:
Fari es una burra
¿Dónde está Fari la reina de los burros
que emigró y no volvió?
De pronto, la pierna de la reina que soportaba la cabeza de Bour se puso
tiesa y bajo la tela apareció un casco y luego una pata. La otra pata se
transformó, sus orejas se alargaron, su hermoso rostro también...
Empujando a su esposo real. Fari, convertida en burra, daba coces en el
medio de la choza; y así dio un golpe en la mandíbula de Narr, el Moro.
En las chozas vecinas, en las cocinas, en el patio, los golpes de cascos
y los ¡ni! ¡han! indicaban que las sujetas de Fari habían, ellas
también, corrido la misma suerte que su reina.
Como su reina, fueron reducidas a golpes y encadenadas; como todos los
burros que, inquietos por la suerte de su reina y de sus esposas,
salieron en su busca y pasaron por el reino de N'Guer.
Y es desde N'Guer y desde Fari que los burros penan bajo los golpes y
trotan, cargados, por todos los senderos, bajo el sol y bajo la luna.
Birago Diop (Senegal)
Breve reseña sobre su obra
Cuentista y poeta senegalés en lengua francesa. Nacido en Ouacam en
1906, en el seno de una influyente familia de la etnia Wolof. Recibió
una formación coránica y estudió paralelamente en la escuela francesa.
Se recibió de veterinario en la Universidad de Toulouse, Francia. Allí
conoció los trabajos de los africanistas y se unió a finales de los años
1930 al movimiento impulsado por Léopold Sédar Senghor.
Sus primeros poemas fueron publicados en la Anthologie de la nouvelle
poésie nègre et malgache, editada por el mismo Senghor. Luego se dedicó
a realizar adaptaciones de los relatos tradicionales del narrador oral
Amadou Koumba. Esos cuentos darían forma a sus libros más conocidos:
Cuentos de Amadou Koumba (1947) y Les Nuevos Cuentos de Amadou Koumba
(1957), Cuentos y Lavanes (1963) y Contes d´Awa (1977). En 1960 publicó
una colección de poemas titulada Leurres et Lueurs.
Su producción literaria se vio interrumpida, tras la independencia de
Senegal, por su desempeño como diplomático de su país y su vuelta a la
profesión de veterinario. Sin embargo, continuó investigando sobe
literatura tradicional africana y entre 1978 y 1989 publicó Plume
raboutée y otros cuatro volúmenes de memorias. Falleció en Dakar,
Senegal, en 1990.

Fari la burra pertenece a Los cuentos de Amadou Koumba, publicado por
Ediciones del Sol, Buenos Aires.