Texto publicado por Edith Quiñónez

Mi reflejo

Aquí les dejo este escrito de mi autoría, porfis si lo leen, comenten. Me encantaría conocer su opinión !

Mi reflejo:
Me veo a mí misma, puedo ver mi rostro, mi cabello, mis manos, mis piernas. Observo mi cuerpo embelesada. Hola, ahí estás. Sé que me tienes un gran cariño, Cada noche que el viento se queja lastimero sé que puedes aparecer y que no te la pensarás dos veces. Ella me guiñó un ojo y se levantó con ágil movimiento. Sus pies adornados con unas zapatillas del color del cristal comenzaron a moverse suavemente mientras sus cabellos parecían acariciar sus hombros, su espalda. Sentí deseos de tocarla, dudé por un instante y permanecí quieta, expectante. Ella se recostó en el piso de mi habitación y me encontré con sus ojos. -¿Por qué solo me observas?- dijo con voz firme. Yo me encontré sopesando mi respuesta, aturdida y emocionada. -No lo sé- Dije por fin -Supongo que no se me ocurrió hacer nada más.
-Oh, mi querida Mir- Dijo con una mueca burlona. Eres tan sensible, tan ingenuamente sentimental. A veces es necesario más que sentarse a observar y a pensar qué pasaría si el mundo fuera como tú quieres.
Ella se levantó de un salto y acercó su mano a mi rostro.
Deseé con toda mi alma sentir su caricia, pero ella se alejó con la misma rapidez.
-No siempre se puede actuar sin pensar lo que vendrá después, Ils. Una mala decisión puede destruirte la vida.
Ils parecía no escucharme. Se peinaba ante un espejo como quien modela ante un gran público. Su largo cabello oscuro enmarcaba la belleza de su rostro, sus ojos color miel tomaban un tono azul verdoso por obra del reflejo de la luz y del juego de colores de su vestido. Yo me imaginé una muñeca. Una hermosa muñeca de porcelana, tan maravillosa que nadie podría comprarla por temor a que se rompiese. Y, si supiera esculpir, haría una escultura que mostrara todas sus expresiones, una obra capaz de transmitir su impetuosidad, su decisión, la malicia de su sonrisa, la frialdad de sus ojos y la sensualidad de su cuerpo. De repente, una ola fría recorrió mi fuero interno ¡Estás pensando en una escultura de ti misma!
No, escuché decir a mis labios involuntariamente. Sentí el calor generado por la vergüenza, sin embargo, Ils no me prestaba ni una pizca de atención. El espejo devolvía esa figura que tanto conocía, esos labios gruesos formando un corazón, ese lunar en la mejilla que yo odiaba en mí, pero que en esa imagen parecía una joya, una pieza más de la perfección de Ils.
-Tú no puedes ser mi reflejo- Pensé.
-No lo soy- Dijo Ils. Soy tu imagen, pero jamás seré tu reflejo. Soy lo que tú no eres, Mir. Soy el coraje y el valor que te falta para ser lo que te plazca. Se te ha dado la oportunidad a ti, pero me fastidias. Podrías salir a desarmar el mundo, pero te quedas en tu monótona y gris habitación pensando en muñecas y esculturas.
Ils sonrió.
A decir verdad, no es algo que me importe mucho. Puedes jugar a suicidarte cuando se te acaben los libros para leer.
¿Por qué me dices esas palabras tan hirientes? Le recriminé con tristeza. Yo no elegí nacer, ni que se me diera la oportunidad. Sinceramente, si la decisión hubiese sido mía sin duda te habría elegido a ti.
Ya sé que eso no te interesa, de hecho, no sé qué diantres te interesa. Sabes que las noches que me visitas rompes con mi aburrida vida de estudiante brillante. No tengo nada, Ils. Mi única familia me cambiaría por un automóvil si tuviera la oportunidad. No tengo novio ni quiero tenerlo. No tengo ideales, ni sueño con un príncipe azul. Eso no me hace especial pero me siento a gusto así, no feliz, pero tranquila. No me comprendas, pero si te fastidio no vuelvas a mi habitación. Quédate en la dimensión a la que perteneces y déjame vivir en paz.
Me tumbé en la cama de cara a la pared. Después de ese ataque de euforia me sentía más triste que de costumbre, vacía, como si mi alma me recriminara el haber soltado tantas palabras. Dudaba si había sido lo correcto.
Todavía consternada me volví hacia Ils. Deseaba que lo hubiese tomado como siempre, sin darle menor importancia. Que me conociera tanto como para saber que solo fue un arranque provocado por la verdad que lanzó sobre mí hiriendo superficialmente mi orgullo.
Ils no estaba frente al espejo. Sentí ganas de llorar, barrí la habitación y para mi sorpresa la encontré sentada en el sillón mecedora, con los ojos cerrados, con aires de meditación. Sin basilar me acerqué a ella y acaricié su cabello. Ahí estaba, Ils, mi ils, mi muñeca, tan quieta como nunca, tan maravillosamente vulnerable. En todas las noches que llevaba visitándome, jamás la había visto así. En ocasiones ella era la princesa, la carcelera, la asesina, la gitana indomable, y ahora era mi imagen que parecía dormir. Observé su vestido azul, le llegaba un palmo arriba de la rodilla, lo cual permitía apreciar sus piernas suaves, tan hermosas que invitaban a ser acariciadas con pétalos de flores silvestres, salvajes como ella. Unas delgadas espirales doradas adornaban sus hombros y hacían de tirantes, y otra aplicación del mismo color que me pareció un corazón sin terminar, o quizás un corazón roto lucía orgulloso entre sus senos. Yo estaba extasiada de gozo. Acerqué mis labios hacia los suyos, suavemente, dejando oportunidad a que rehusara. Ella no se movió y nuestros labios se rosaron. Sentí escalofríos por todo el cuerpo y tuve miedo de la maldición que pudiera caer sobre mí por besar a un ser de otra dimensión, pero ese miedo se disipó rápidamente. Ils tiró de mi cabello y con los ojos cerrados encontró de nuevo mis labios. Esta vez nos besamos apasionadamente, sin tiempo, sin espacio, ella acariciaba mis labios con su lengua y yo me sentía desfallecer. Jamás había percibido tantas sensaciones juntas, tanta emoción contenida pugnando por ser externada. Ils se levantó rápidamente y la observé tomar su papel de siempre, mientras yo trataba de controlar mi cuerpo, mis ganas de arrastrarla y acariciarla sin que ella pudiera impedírmelo.
-Es hora que me vaya, Mir. Pronto el viento callará y no tendré más fuerza para permanecer en esta dimensión.
-¿Volverás? Pregunté en tono de súplica.
-Ya sabes, quizás sí, quizás no. Pídele al viento que llore- Dijo mientras colocaba sus manos en posición de rezo y cerraba los ojos.
-Sí- Dije comprendiendo.
Con ademán infantil Ils se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla. Luego, me sonrió dulcemente.
-Ríe, Miriam- Dijo mientras estiraba sus labios formando una sonrisa exagerada.
El llanto del viento se fue transformando poco a poco en música, en un sonido, hasta ser solo un tenue murmullo. No quise ver como desaparecía.
Ahora lo comprendía todo. Ese sueño maravilloso no había sido para ella más que un arrebato, un momento de placer ¿Acaso no me había dicho en repetidas ocasiones que hay que disfrutar de lo que te satisfaga en el instante? Sí, esa fue solo una muestra más de su voluntad inquebrantable.
Hundí mi cabeza en la almohada mientras la furia me golpeaba.
Esa noche lloré. Lloré por la muerte de mis padres, lloré porque mi único hermano y yo nos odiábamos, lloré por haber nacido en un mundo donde no había lugar para mí. Lloré por Ils, Y lloré por mí, porque por primera vez sentía que me había enamorado, y lo había hecho precisamente de una réplica de mí, que existía en alguna de las innumerables dimensiones alternas...
De: Vida entre la muerte.
Por: J. T. Laureth.