Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Fernandito: cuento.

Fernandito
Hace algunos años vivía en una cabaña una familia de gente pobre. La
familia se componía del abuelo, la abuela, el padre, la madre y Fernandito.
El abuelo yacía en el lecho desde muy joven, víctima de una parálisis
producida por un rayo, y la abuela estaba cieguecita, porque una noche
que trataba de encender un quinqué de petróleo le explotó en la cara. El
padre de Fernandito había perdido los dos brazos un día que se distrajo
en la serrería mecánica en la que prestaba sus servicios, mientras que
la mamá de Fernandito sufría de asma, lo que no le impedía hacer las
faenas de la casa, aunque, como es de suponer, con grandes dificultades.
El único que luchaba y trabajaba para sacar adelante a la familia era
Fernandito. A pesar de tener solamente once años cortaba la leña,
ordeñaba las vacas, sembraba los campos, recolectaba la aceituna,
cuidaba las cabras, trabajaba en una mina de carbón y regaba la huerta.
Todos los días salía de su casa al amanecer y no regresaba hasta muy
entrada la noche, y a pesar de volver cansado de la faena, aún le
quedaban fuerzas para dar un beso al abuelito, leerle el periódico a la
abuela ciega, charlar un rato con su padre y ayudar a su madre a quitar
la mesa.
Fernandito nunca se quejaba de su destino; por el contrario, era muy
feliz cortando leña, ordeñando las vacas, sembrando los campos,
recolectando la aceituna, cuidando las cabras, trabajando en la mina de
carbón y regando la huerta.
Su madre, cada noche, le decía:
—Esto no es vida para ti, hijo mío.
También el padre de Fernandito le decía:
—Hijo mío. ¡Cuánto trabajo para ti, tan joven!
Pero Fernandito respondía siempre a sus padres con una sonrisa.
Cuando Fernandito cumplió los catorce años, aprovechando sus ratos
libres y luego de haber hecho su trabajo diario, empezó a estudiar
electrónica por correspondencia, y puso tanto empeño en los estudios que
dos años más tarde recibía su diploma de la academia RADICO. No obstante
la alegría que esto suponía para la humilde familia, Fernandito siguió
dedicando su tiempo libre a los estudios por correspondencia, y a los
veintiocho años era, aparte de radiotécnico, perito mercantil,
especialista en motores diesel, practicante y relojero.
Fernandito, con todo ese conocimiento y esa capacidad, pudo haberse ido
a Estados Unidos como hacían otros jóvenes; sin embargo, Fernandito
prefirió seguir cortando leña, ordeñando las vacas, sembrando los
campos, recolectando la aceituna, cuidando las cabras, trabajando en la
mina de carbón y regando la huerta. Pero en el comedor de aquella cabaña
de gente pobre estaban colgados los diplomas que acreditaban a
Fernandito como radiotécnico, perito mercantil, especialista en motores
diesel, practicante y relojero.
Y seguía levantándose antes del amanecer y regresando a casa muy entrada
la noche, y le seguía leyendo el periódico a la abuela ciega, dando un
beso al abuelo paralítico, charlando un rato con su padre y ayudando a
su madre a quitar la mesa.
Lamentablemente, quedan pocos hijos como Fernandito.

Miguel Gila