Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

(reportaje.)

Peter Wagner, descubridor del 'gen del deporte'; presidente de la Sociedad
Americana de Fisiología
Tengo 68 años, que dan la experiencia para elucidar qué es y qué no es
importante. Nací en Pakistán, de padres judíos huidos del holocausto. Ahora
investigo el gen que mejora el rendimiento físico de los sherpas. Colaboro
con el servicio de neumología del hospital del Mar.

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El doctor Wagner dirige el Journal of Applied Physiology y el Journal of
Clinical Investigation, ambas reputadas publicaciones de investigación
biomédica. En las revistas científicas, un comité de prestigio selecciona
los trabajos que reciben para publicar sólo los mejores y más fiables.
Wagner me confía su preocupación porque internet ha cambiado esas reglas:
permite la difusión universal e instantánea de la investigación, pero
también incentiva la proliferación de revistas científicas digitales que
cobran por difundir determinados trabajos sin filtrarlos con el debido rigor
científico. Así ponen en peligro la investigación, la ciencia y, por lo
tanto, nuestra salud.
Cada día pedaleo treinta y dos kilómetros hasta el hospital...
¿Por la carretera?
Sí, pero evito las horas punta y los dañinos tubos de escape.
¿Por qué no se pone una mascarilla?
Es inútil ponérsela.
¿Por qué?
Las que son capaces de filtrar las micropartículas que perjudican los
pulmones son demasiado aparatosas para pedalear con ellas.
¿Y esas que se llevan pequeñitas?
No son capaces de filtrar esas partículas.
¿Los maratones fortalecen la salud?
Están en el límite de lo que un amateur con una dedicación parcial puede
exigirse.
¿Y si se supera ese límite?
En vez de mejorar su salud, la daña.
¿Cómo puedo saber cuando la daña?
Preocúpese por la temperatura de su cuerpo y los fluidos. Al descuidarlos,
llegan los accidentes vasculares. Deténgase a la primera señal de
agotamiento.
Parece de sentido común.
Pero durante un maratón no es tan fácil detectar lo que tu cuerpo te dice.
Entrénese, obsérvese y, si no es profesional, no corra para batir récords ni
competir. Disfrute.
¿Qué ha aprendido de la respiración?
Para investigar, ponemos pulmones al límite. Fíjese en que si ve un Ferrari
y un utilitario en un semáforo no sabrá distinguirlos por sus prestaciones,
pero póngalos a rodar en un circuito y entonces verá la diferencia.
¿Cuál es su circuito de competición?
La altura. Nosotros estudiamos la reacción de los sistemas respiratorios en
altitud: a 4.000 metros, el nivel de oxígeno es un cuarenta por ciento menor
que al nivel del mar.
¿La altura mejora los récords?
Para ejercicios breves y de potencia, como el salto, podría ser una ventaja,
porque también el roce del aire es menor, pero para los aeróbicos -un
maratón- es todo lo contrario.
¿Y qué han descubierto con la altura?
Que la respiración es un sistema. Y funciona como una brigada de voluntarios
antiincendios: imagínese a seis tipos acarreando agua con cubos para apagar
las llamas.
Me los imagino.
Pues sólo con que en esa cadena haya uno más débil o enfermo, ya pueden
estar bien sanotes los demás, que el flujo del agua -el oxígeno en la
respiración- llegará peor.
¿Y...?
Pues que la medicina no puede especializarse tanto como para perder de vista
el conjunto. Debemos ser especialistas sin olvidar que para curar la parte,
también debe funcionar todo el sistema del cuerpo. El segundo gran principio
es que todo médico debe investigar, y no sólo por descubrir algo...
¿Por qué, entonces?
Porque la investigación enseña a pensar, y esa disciplina que mejora la
flexibilidad cognitiva es la llave de la buena praxis médica.
¿Qué ha investigado usted?
Hace 15 años publicamos el descubrimiento del gen que controla la densidad
de capilares en los músculos de cada individuo.
¿El gen del deportista?
El gen del factor vascular endofilial, que determina en gran parte tu
capacidad deportiva, pero su expresión depende también de si haces ejercicio
o no, por supuesto.
¿La altitud modifica la genética?
Hace dos años tomamos muestras de sangre de tibetanos que vivían a una
altura de entre cuatro mil y cinco mil metros.
¿Y era muy diferente de la nuestra?
Contra todo pronóstico tenía... ¡menos hemoglobina de la habitual!
¿Por qué es tan sorprendente?
Porque si usted y yo subimos a 5.000 metros, con la altura se nos activaría
un gen que estimula la eritropoyetina...
¡La EPO de los deportistas tramposos!
Nosotros subiríamos sin doparnos, pero la eritropoyetina también aumentaría
la hemoglobina en nuestra sangre para así compensar el descenso de oxígeno
en el aire.
¿Y todos los tibetanos tenían menos?
Sólo había un grupo en el que sí, observamos que había 15 gramos por
decilitro -menos de la media- y en otro llegaba a 20.
¿Por qué?
Eso nos preguntamos. Así que cogimos las bicis y fuimos a Tíbet. Pusimos a
esos tibetanos que tenían menos hemoglobina a pedalear -en teoría deberían
cansarse más- y descubrimos que, al contrario de lo esperado, se fatigaban
menos que los otros.
¿Explicación?
Se beneficiaban de una mutación genética que los dotaba de mejor función
cardiaca y músculos seguramente con más capilaridad (no era factible
hacerles una biopsia, pero esa es mi hipótesis). Y se cansaban menos.
¡Formidables sherpas!
Y ahora estoy dándole vueltas al puzle: como sabe, las mutaciones genéticas
son aleatorias. Muta un gen por casualidad y, si te da ventaja, lo
transmites... Y si no, se pierde.
¿Y en este caso?
O la mutación les hizo producir menos hemoglobina, y después su fisiología
se adaptó mejor al esfuerzo, o primero mejoraron tanto su fisiología, que
luego ya no necesitaron aumentar su hemoglobina como los demás.
¿Y cuál es su hipótesis ahora?
Estoy en ello. Ya le explicaré.

Lluís Amiguet,
LaVanguardia