Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Conociéndonos.

sistema nervioso
El cuerpo humano es una compleja máquina. Requiere que muchas de sus piezas, cadenas y engranajes trabajen simultánea y sincronizadamente para que cada uno de nosotros pueda llevar una vida normal. Y al igual que todas las máquinas de alta tecnología, necesita de un computador central que administre y controle cada una de sus funciones y movimientos. Pero nuestro ordenador es mucho más completo, ya que además nos permite pensar, sentir, actuar y decidir.
Este tremendo computador es el Sistema Nervioso, constituido por un conjunto de órganos que nos permiten ponernos en contacto con el mundo exterior y dirigir las funciones orgánicas. Su trabajo consiste en recoger los estímulos que recibimos tanto en el ámbito consciente -por ejemplo, la luz del sol-, como en el inconsciente -como puede ser el daño que provoca un virus en nuestro estómago-, transformándolos en impulsos nerviosos. Estos llegan a la parte específica del cerebro que comanda la zona estimulada, donde se procesa la información y se genera la reacción o respuesta.

Las reacciones son muy variadas. Van desde la producción de movimientos, la secreción de las glándulas, la circulación, la digestión o la respiración, hasta las sensaciones producto de la estimulación de los sentidos. Además de todo esto, en este sistema, específicamente en el cerebro, se concentra la actividad intelectual y afectiva.

Así, el Sistema Nervioso nos permite pensar, comunicarnos, aprender, recordar; es la sede de nuestros sentimientos, sensaciones y emociones; nos permite tener habilidades artísticas y movernos, y controla todo el funcionar interno de nuestro cuerpo.

Casi iguales

La mayoría de las células cerebrales de los mamíferos funcionan igual que las humanas y, en muchos aspectos, nuestro sistema nervioso es parecido al de los animales. Todos tenemos zonas cerebrales que reciben sensaciones y dan órdenes indicativas de movimiento.
Nos distinguimos de los animales por la manera en que nuestras células combinan su actividad para efectuar procesos complejísimos que nos diferencian, especialmente en el ámbito intelectual (como el habla). El cómo los humanos aprendemos difiere mucho del sistema instintivo básico de los animales, que responde a estímulos y no a una racionalización o procesamiento de la información recibida.

Las neuronas
La unidad básica del sistema nervioso es una célula muy especializada llamada neurona, que se distingue de una célula normal por su incapacidad para reproducirse, lo cual explica que toda lesión cerebral sea definitiva.

Las neuronas miden menos de 0.1 milímetro. Presentan dos clases de prolongaciones: las más pequeñas, de aspecto arboriforme (con forma de árbol), situadas en torno al citoplasma, reciben el nombre de dendritas; y las más largas y cilíndricas, que terminan en varias ramificaciones, llamadas cilindroeje o axón. Estas tienen una doble misión: por una parte, conectan a las neuronas entre sí –proceso denominado sinapsis- y, por otra, al reunirse con cientos o miles de otros axones, dan origen a los nervios que conectan al sistema nervioso con el resto del cuerpo.

La sinapsis, que permite la comunicación entre los aproximadamente 28 mil millones de neuronas de nuestro sistema nervioso, se produce mediante señales químicas y eléctricas, y se lleva a cabo en los botones sinápticos, situados en cada extremo de las ramificaciones del axón.

En el interior de cada botón hay saquitos (vesículas) llenos de unas sustancias químicas llamadas neurotransmisores, que ayudan a traspasar la información de una célula a otra.

Para que el impulso eléctrico se transmita, los iones positivos de sodio que están presentes fuera de la neurona en estado de descanso, traspasan la membrana celular. Al interior de la neurona, la carga eléctrica es negativa. Cuando los iones positivos de sodio ingresan a la neurona, cambian la carga interna de negativa a positiva. En la medida que el impulso avanza por la membrana, su interior recobra la carga negativa. De esta forma, el impulso va pasando desde una neurona a otra.

En el caso de los impulsos que llevan una orden del cerebro a algún músculo, el proceso es el siguiente: tras viajar por muchísimas neuronas, el impulso llega al último botón sináptico cercano a las fibras musculares; entonces, un neurotransmisor químico viaja (o salta) a través del surco sináptico -espacio entre las terminaciones nerviosas y las células musculares- y estimula a las fibras musculares para que se contraigan.

El sistema Neuro-vegetativo
Este sistema, llamado también Nervioso Periférico o Autónomo, está constituido por los nervios vegetativos, que son los que nos permiten realizar funciones automáticas; es decir, aquellas que no están sujetas a nuestra voluntad y que controlan nuestros órganos y sistemas vitales.

El sistema nervioso vegetativo actúa por dos grandes vías: la simpática y la parasimpática, que tienen acciones antagónicas u opuestas:

- Sistema Nervioso Simpático, Ortosimpático o del Gran Simpático: está constituido por una doble cadena de ganglios nerviosos que se encuentran a ambos lados de la columna vertebral y que son cúmulos neuronales distribuidos de la siguiente forma: tres cervicales, diez o doce dorsales, cuatro lumbares y cuatro sacros. De estos ganglios simpáticos parten fibras que llegan a los distintos órganos, sobre los que ejercen su función, que consiste en estimular.

Este sistema no es independiente, ya que desde el bulbo y la médula espinal parten las fibras que lo controlan.

- Sistema Nervioso Parasimpático: sus centros están ubicados a nivel encefálico y en el plexo sacro en la médula espinal; sus fibras se reparten aprovechando el trayecto de algunos nervios craneales (los de origen encefálico) y el del nervio pélvico (las de origen sacro). De esta manera, las fibras que inervan las glándulas salivales (regulando su secreción) circulan con el nervio facial; numerosas fibras parasimpáticas se unen al neumogástrico, separándose del mismo en la medida que van llegando a los órganos que inervan: corazón, bronquios, estómago, hígado, etcétera.

Los sistemas nerviosos del gran simpático y del parasimpático son antagónicos. La distinción entre ambos no es solamente anatómica, sino también funcional, puesto que los dos están presentes en cada uno de los órganos, ejerciendo una función estimuladora (vía simpática) o inhibidora (vía parasimpática).

Este procedimiento de trabajo a dúo es químico, y se realiza por medio de neurotransmisores, que son los que llevan los estímulos desde y hacia los músculos.

La acción parasimpática depende de la acetilcolina y las fibras nerviosas involucradas reciben el nombre de colinérgicas. En el sistema simpático interviene la adrenalina y las fibras son las adrenérgicas.

Para que quede más claro este trabajo en equipo, un ejemplo: en el corazón, la vía simpática estimula el impulso cardíaco y la parasimpática lo frena, controlando el ritmo de los latidos. En una persona de salud normal existe un perfecto equilibrio entre ambos sistemas.

La médula espinal
La médula espinal corre a lo largo y en el interior de la columna vertebral, que la protege. Tiene alrededor de 43 cm de extensión y es casi tan ancha como un dedo.

Comienza en el agujero occipital -entre los huesos occipital y atlas- y la primera vértebra cervical, y llega hasta la segunda vértebra lumbar. Desde allí se prolonga por el filamento terminal hasta el cóccix, donde se agrupan un gran número de ramas nerviosas, denominadas cola de caballo por la forma que adoptan. Contrariamente al cerebro, la parte exterior de la médula está compuesta por sustancia blanca, y la interior, por la gris.

Fisiológicamente, la médula espinal es la vía conductora de impulsos desde y hacia el cerebro, y también es el centro de los movimientos reflejos.

Existen 31 pares de nervios raquídeos, que son aquellos que nacen en la médula espinal y salen por los agujeros de conjunción formados por la unión de dos vértebras vecinas. Hay ocho nervios cervicales, doce dorsales, cinco lumbares, cinco sacros y un coccígeo.

Estos nervios, que conectan a la médula con el resto del cuerpo, se agrupan en cinco enmarañadas redes que reciben el nombre de plexos, y que son los siguientes, de acuerdo a su ubicación: cervical, braquial, lumbar, sacro y sacrococcígeo. Sistema digestivo: el sistema que te alimenta
Si tuvieras que imaginarte lo que sucede en tu organismo cada vez que comes, tendrías que pensar en una enorme tormenta en el mar.
El mar y la lluvia serían el jugo gástrico y los ácidos participantes en la degradación de los alimentos. La comida representaría una embarcación en medio de agitados movimientos hacia uno y otro lado de tu estómago.

El cuerpo humano desarrolla diariamente -incluso cuando estamos durmiendo- una serie de funciones que solo son posibles cuando se cuenta con un adecuado suministro energético proveniente de los alimentos.

Estos compuestos recorren un largo trayecto desde que ingresan a la boca y son triturados por los dientes, hasta que el cuerpo desecha lo que no le sirve, ocurriendo innumerables procesos químicos que dan como resultado los nutrientes que nos mantienen vivos y sanos.

En términos generales, y para que entiendas más claramente, el proceso digestivo comprende las siguientes etapas:

la primera, correspondiente a la preparación del alimento, que tiene lugar en la boca;
la segunda, de tratamiento del alimento mediante una serie de acciones físicas y químicas, que se efectúan en el estómago y primera parte del intestino;
una tercera en la que los componentes útiles se separan de los residuos e ingresan en la sangre.
una etapa final en la que los desechos son eliminados fuera del cuerpo.
Pero veamos ahora más detalladamente cómo se desarrollan todas estas fases.

El proceso digestivo
El tracto digestivo es un tubo muscular constituido -en orden descendente- por la boca, la faringe, el esófago, el estómago, el intestino delgado, el intestino grueso y el ano.

El proceso digestivo se inicia cuando el alimento ingresa a la boca, donde se produce la primera reducción a partículas más pequeñas, para que los jugos digestivos puedan actuar con mayor eficacia. La tarea de triturar la comida la realizan los dientes, unas piezas óseas duras que van ancladas en las encías.

El resultado de la masticación es una masa homogénea de alimento llamada bolo, cuyos componentes ya han comenzado el proceso de fermentación. El bolo alimenticio atraviesa el esófago, un grueso tubo por el que demora en pasar entre cinco y diez segundos, e ingresa al estómago. En este lugar es agitado y mezclado con el jugo gástrico que secretan unas glándulas situadas en la pared estomacal, con el fin de separar las grandes moléculas de proteínas en otras más sencillas.

Desde el estómago esta mezcla pasa al intestino, donde se le agregan otros jugos, provenientes del páncreas y la pared intestinal, que continúan la desintegración. El resultado en esta fase es una masa compleja cuyos componentes iniciales se han reducido a elementos más simples, como aminoácidos, glucosa, ácidos grasos y glicerina. Dichos compuestos ya pueden atravesar la pared intestinal e incorporarse a la sangre a través de las vellosidades intestinales. Después, por medio de la sangre, son conducidos hasta las células, que los asimilan.

Los desechos generados en el proceso digestivo avanzan lentamente hasta llegar al final del intestino grueso, donde, a través del ano, se expulsan hacia el exterior convertidos en heces.

El inicio de la digestión: la boca
La boca se encuentra rodeada por unos pliegues de piel llamados labios. Dentro de la boca se encuentran los dientes, cuya función es realizar lo que se conoce como digestión mecánica; esto es, cortar, trocear y triturar los alimentos. En la boca encontramos también la lengua, un músculo con gran cantidad de papilas gustativas, que ayuda en la masticación y mezcla de los alimentos, facilitando su tránsito hacia el esófago. En todo lo anterior participan las glándulas salivales, productoras de un líquido llamado saliva, que interviene en las siguientes acciones:

actuar de lubricante;
destruir parte de las bacterias ingeridas con los alimentos;
iniciar la digestión química de los glúcidos, gracias a la acción de la enzima llamada amilasa o ptialina, que rompe el almidón en maltosa.

La saliva se encuentra compuesta por un 95 por ciento de agua y un cinco por ciento de solutos tales como iones sodio, potasio, cloruro, bicarbonato y fosfatos. Posee además una sustancia serosa llamada mucus, y dos enzimas: la amilasa salival y la lisozima.

Faringe y esófago
En la faringe se unen las vías respiratorias -tráquea y vías nasales- y las digestivas -cavidad bucal y esófago-, permitiendo de esta manera una serie de intercambios muy importantes. Es un tubo musculoso situado en el cuello y revestido de membrana mucosa, que conecta la nariz y la boca con la tráquea y el esófago. Por él pasan tanto el aire como los alimentos.

En el ser humano mide unos trece centímetros, ubicándose delante de la columna vertebral. Como arranca de la parte posterior de la cavidad nasal, su extremo más alto se llama nasofaringe. La inferior u orofaringe ocupa la zona posterior de la boca. Termina en la epiglotis, un pliegue cartilaginoso que impide la entrada de alimentos en la tráquea, pero no obstaculiza su paso al esófago. Para que las vías respiratorias permanezcan cerradas durante la deglución, la epiglotis obstruye la glotis e impide que el alimento se introduzca en el sistema respiratorio.

El esófago es un tramo del tubo digestivo que se sitúa entre el extremo inferior de la faringe y el superior del estómago. Tiene una longitud aproximada de 25 centímetros, siendo su principal función la de transportar el alimento hacia el estómago. Está formado por varias capas que, desde el exterior hacia el interior, son: la adventicia, muscular, submucosa, con tejido conectivo, vasos sanguíneos y glándulas mucosas.

El alimento avanza por el esófago hacia el estómago mediante un movimiento muscular involuntario denominado peristaltismo, originado en la capa muscular. El peristaltismo -controlado por el bulbo raquídeo- supone una serie de contracciones y relajaciones del esófago, que en forma de ondas se desplazan hacia abajo e impulsan el bolo alimenticio hacia el estómago. Este proceso se ve facilitado por el moco secretado por las glándulas mucosas.

Estómago
El estómago es una bolsa muscular dilatada con forma de J que se encuentra entre el esófago y el duodeno, siendo la parte más ancha del tubo digestivo. Se ubica en la porción superior de la cavidad abdominal, debajo del hígado.

Su superficie externa es lisa, mientras que la interna presenta numerosos pliegues que favorecen la mezcla de los alimentos con los jugos digestivos. En este órgano se procesa la comida durante un tiempo antes de pasar al intestino, en un estado de digestión avanzado.

Se encuentra compuesto por una región cardíaca que limita con el esófago mediante un esfínter (músculo en forma de anillo que cierra un orificio natural) llamado cardias; una región media, llamada cuerpo, y una región pilórica que comunica con el intestino a través del esfínter pilórico. La parte superior del estómago, en la zona del cardias, se llama fundus o cámara de aire gástrica, ya que ella suele estar ocupada por gases como aire y anhídrido carbónico.

Como el estómago está constituido por tejido muscular, sus contracciones completan la acción mecánica de degradación de los alimentos. Además, en él se realiza parte de la digestión química, gracias a la acción del jugo gástrico secretado por las glándulas de sus paredes.

Los tejidos del estómago incluyen una cubierta externa fibrosa que deriva del peritoneo y, debajo de esta, una capa de fibras musculares lisas dispuestas en estratos diagonales, longitudinales y circulares. En la unión del esófago y el estómago, la capa muscular circular forma un esfínter, el cardias. La relajación de este músculo permite el paso del contenido esofágico hacia el estómago e impide la regurgitación (devolución) del contenido gástrico hacia el esófago. En la unión del píloro y el duodeno existe una estructura similar, el esfínter pilórico.

La submucosa es otra capa del estómago formada por tejido conjuntivo (tejido de sostén que conecta o une las diversas partes del cuerpo), en el cual se encuentran numerosos vasos sanguíneos, linfáticos y terminaciones nerviosas. La capa más interna, la mucosa, contiene células secretoras, algunas de las cuales producen ácido clorhídrico, que proporciona un carácter ácido al contenido gástrico y activa los jugos digestivos del estómago.

Otro tipo de células producen mucosidades para proteger al estómago de sus propias secreciones.

Digestión estomacal
Cada vez que el estómago registra la llegada de alimentos digeridos parcialmente, reacciona estimulando la secreción de jugo gástrico. La presencia de comida origina la formación, en el extremo pilórico del estómago, de una hormona, la gastrina, que, cuando se absorbe, estimula las glándulas secretoras. Sin embargo, este estímulo también se puede presentar por la simple visión u olor de la comida, lo que se denomina estimulación refleja o cefálica.

Normalmente, cuando el estómago está vacío, sus paredes se encuentran en contacto unas con otras; pero cuando el alimento ingresa en él, estas se separan y la cavidad aumenta. La porción cardíaca del estómago almacena la comida ingerida; las ondas de contracción del músculo circular, que van precedidas por ondas de relajación (peristaltismo), se inician cerca de la zona central del cuerpo del estómago, propagándose hacia abajo y finalizando justo antes de alcanzar el conducto pilórico. Tales ondas de contracción -que pueden ocurrir con una frecuencia de tres por minuto- maceran y mezclan por completo el alimento con el jugo gástrico.

El alimento pasa periódicamente desde el estómago hacia el duodeno, proceso generado por la contracción de los músculos de la pared del estómago. Estos músculos están inervados por el nervio vago, que estimula la contracción de la musculatura gástrica y permite la apertura del esfínter situado entre el estómago y el duodeno, llamado píloro.

sistema reproductor masculino
El sistema reproductor masculino está conformado por una parte visible (externa) y otra oculta en el interior del cuerpo. Las partes visibles son el pene y el escroto. Este último es una bolsa de piel que cuelga de la región pelviana y que aloja a los dos testículos. Ocultos en el interior del cuerpo están la glándula prostática, las vesículas seminales, los conductos deferentes o espermáticos y los conductos eyaculadores.

Los testículos son las glándulas encargadas de producir los gametos masculinos o espermatozoides y las hormonas sexuales masculinas. De color blanquecino, superficie lisa y forma ovalada, se encuentran suspendidos en la bolsa escrotal por los cordones espermáticos. El testículo izquierdo está a un nivel más bajo que el derecho. Están formados por numerosos lóbulos testiculares, aproximadamente 250, separados entre sí por tabiques, que confluyen en un ovillo o reti testis, del que salen unos conductos enrollados, llamados túbulos seminíferos, que continúan hasta el epidídimo.

En las paredes de los túbulos seminíferos existen dos tipos de células: las seminales, que dan origen a los espermatozoides, y las células de Sertoli, que se encargan de sostenerlos y nutrirlos.

Entre los túbulos hay unas células intersticiales o de Leydig, encargadas de segregar las hormonas sexuales masculinas.

Los epidídimos son las estructuras en forma de C ubicadas detrás de cada testículo, donde maduran y almacenan los espermatozoides.

Los conductos deferentes comienzan en la parte inferior de la cola del epidídimo, acompañados de arterias, venas, vasos linfáticos y nervios, formando el cordón espermático que se introduce en la cavidad abdominal. Desembocan en dos dilataciones en forma de bolsa, ubicadas entre la base de la vejiga y el recto: las vesículas seminales. Estas se encargan de elaborar una secreción azucarada que proporciona energía al espermatozoide, y constituye la mayor parte del semen o líquido seminal.

Desde las vesículas seminales surgen los conductos eyaculadores, que desembocan en la uretra a nivel de la próstata. Esta última glándula, del tamaño de una castaña, rodea la uretra en su primera parte. Está formada por dos lóbulos laterales y uno intermedio, y tiene de 10 a 32 unidades glandulares insertas en una masa de tejido muscular liso y conectivo denso.

La glándula prostática secreta un líquido lechoso que también constituye el semen, y que contiene una sustancia estimulante de los espermatozoides. Este fluido es descargado en la uretra durante la eyaculación.

La uretra se encarga de expulsar la orina y el semen desde el interior del cuerpo masculino. Está compuesta por tres partes: una ancha y dilatable que pasa a través de la próstata; otra membranosa, más corta y estrecha que la anterior, rodeada por haces de fibras musculares estriadas, que forman el esfínter -músculo circular que, al contraerse, cierra un orificio natural- de la uretra; y la parte esponjosa, rodeada por el cuerpo esponjoso del pene, que es la más larga.

En la raíz del pene se encuentran las glándulas bulbouretrales o de Cowper. Son dos órganos que vierten a la uretra un líquido viscoso que protege su interior de los residuos de la orina.

El pene es el órgano encargado de depositar los espermatozoides en el interior del cuerpo de la mujer. En su interior se encuentra la parte final de la uretra y un sistema de erección formado por tejido cavernoso. En términos generales, el pene se compone de una raíz, un cuerpo y un extremo denominado glande, cubierto por una porción de piel llamada prepucio, al que se une por un tirante de piel llamado frenillo prepucial.

El sistema reproductor femenino
Si miras a un hombre y luego a una mujer, te darás cuenta de que tienen diferencias físicas evidentes. Los hombres tienen pene y testículos, en cambio las mujeres poseen pechos.

Estas diferencias nos indican que los sistemas reproductores también son distintos, al igual que la función que cumplen al momento de la creación de una nueva vida. En un principio su tarea es similar: el hombre produce y transfiere los espermatozoides, mientras la mujer produce, almacena y libera su célula sexual u óvulo. Sin embargo, es el cuerpo de la mujer el que recibe a los espermatozoides, y una vez que el óvulo ha sido fertilizado, alimenta al embrión y luego al feto durante los nueve meses que tarda en desarrollarse hasta nacer completamente formado.

Otra diferencia es que los órganos sexuales y reproductores de la mujer se encuentran casi por completo al interior de la cavidad pélvica.

La vulva o genitales externos de la mujer están ubicados en la base de la cavidad pélvica. Desde el tejido adiposo del Monte de Venus -que es la zona donde aparece el vello púbico desde la pubertad- surgen dos pares de labios que terminan justo en el ano. Los labios mayores se encargan de rodear y proteger los orificios externos de los sistemas reproductor y urinario, al clítoris y a los labios menores, que son interiores y más delgados.

El clítoris es la parte más sensible de los órganos sexuales femeninos. Es similar a un pequeño botón que varía en tamaño de 0,5 a 2,5 centímetros de longitud. Está formado por dos cuerpos cavernosos de tejido esponjoso que se endurecen y aumentan de tamaño durante la excitación sexual, debido a que se llenan de sangre.

Debajo del clítoris se encuentra la salida de la uretra -que conduce la orina desde la vejiga- y la entrada a la vagina. Esta se encuentra parcialmente bloqueada por una membrana llamada himen, que por lo general se rompe cuando la mujer inicia su vida sexual, con el primer coito.

La vagina es un tubo hueco muscular, de gran elasticidad, que tiene de 10 a 15 centímetros de longitud. Aloja el pene del hombre durante la relación sexual y es el canal de salida del bebé cuando el parto es normal.

El útero, también conocido como matriz, está situado detrás de la vejiga y delante del recto. Es un órgano muscular hueco con forma de pera, de pared gruesa y elástica, que mide de 7 a 8 centímetros de longitud. Su función es nutrir al embrión en desarrollo hasta su nacimiento. Alcanza el tamaño adulto a los 15 años y se reduce después de la menopausia.

Desde la parte superior del útero surgen, a cada lado, las trompas de Falopio, en tanto su parte baja, conocida como cuello o cérvix, se une con la vagina.

Las trompas de Falopio son dos canales de unos diez centímetros de longitud que se extienden desde los ovarios hasta el útero. Son las encargadas de recoger los óvulos que vienen desde los ovarios y llevarlos al útero. En su interior, cada una de ellas posee unas pestañas microscópicas que, al vibrar, ayudan a impulsar al óvulo en su camino hacia la cavidad uterina. Es en este recorrido donde el óvulo es fecundado por el espermatozoide.

Los ovarios son las glándulas sexuales que albergan los óvulos y producen las hormonas sexuales. Son dos, el derecho y el izquierdo. De forma ovalada, miden aproximadamente cuatro centímetros y se ubican en los extremos de las trompas de Falopio.

A diferencia del hombre, la mujer no fabrica sus células sexuales, al nacer ya tiene alrededor de 400 mil ovocitos, óvulos en estado inmaduro, que son almacenados en unos folículos similares a unos sacos. Alrededor de 400 madurarán durante la vida fértil de la mujer, que se inicia durante la pubertad y concluye en la menopausia.