Texto publicado por Germán Marconi

Carta para Julieta

Querida Julieta :

Te resultará algo extraño recibir esta carta, después de tanto tiempo. Bueno, yo también me siento rara escribiéndola, pero es que me estoy poniendo un poco vieja. Y no quería dejar pasar esta oportunidad de contarte algunas cosas que he tenido guardadas y que deseo compartir contigo.

Te conozco desde antes que llegaras a este mundo. Es que acompañé a tu mami en la dulce espera, esos nueve meses maravillosos que nos hiciste aguardar para conocerte. Fui testigo del crecimiento de esa pancita, en la que nadabas feliz, cada vez más grande, cada día más inquieta. Conocí los desvelos de tus papis porque todo estuviese listo para cuando llegaras. Los escuchaba por las noches hablándote, emocionados, riendo con esa alegría única cuando tus pataditas se sentían a través del vientre de tu mamá. Yo también planeaba - aunque ellos no lo supieran - las cosas que haríamos juntas.

Y llegaste, un día del recién estrenado otoño. Una muñeca maravillosa y mágica. Escuché los pocos llantos y las muchas risas que salían de tu pequeño pecho. Velaba tu sueño, tu dulce sueño de inocencia y candor. Cuidaba tu cuarto, para que siempre estuviese tibio y acogedor en el duro invierno. Y también lo hice fresco y sereno para ti en los calurosos veranos.

Cuando comenzaste a caminar, yo era alguien más que te daba apoyo. Conmigo comenzaste a asomarte a ese mundo tan grande, tan bello que te esperaba con los brazos abiertos y al que te atrevías con tus ojazos oscuros y tu sonrisa maravillosa. Te sentabas a mi lado a jugar, a pintar, a pensar, a tomar tu merienda.

Conocí - testigo privilegiada - tus primeras palabras. Compartí con los tuyos la emoción de escuchar tu voz llamando a mamá, a papá, a los abuelos, a los tíos. Fui tu compinche de travesuras, y las de tus hermanos y amigos.

TÚ seguías creciendo, cada vez más linda, cada vez más alta y siempre, siempre sonriendo. Te vi vestirte para el primer día del jardín de infantes, después para el primero de la escuela. ¡Estabas tan hermosa, con tus rulos atados en dos colitas y ese uniforme azul, con tus mejillas encendidas por la emoción!. Siento una maravillosa sensación, que me estremece sólo el recordar esos momentos.

Los años siguieron pasando. Cuando adolescente, solías sentarte a mi lado. Alguna vez, con la mirada perdida, suspirando por aquel chico que te había llamado para invitarte a salir. Algunas otras tardecitas, para leer uno de tus libros favoritos. También estuve contigo el día de tus 15. Eras la imagen de una emperatriz, de la emperatriz de mi reino, este sitio que sólo tu y yo hemos conocido. Y también estuve contigo la noche de aquel desengaño. No te imaginas cómo deseé poder abrazarte y consolarte.

Pero hoy esas horas tristes han pasado. Estás a punto de iniciar tu camino, junto a un buen hombre que amas y te ama. Nadie me lo dijo, pero una, que es vieja y ha visto muchos ojos, sabe que ese brillo en las pupilas sólo surge cuando hay Amor. Así, con letras grandes, profundo y compañero, tierno y veraz.

Y es por todo ello, mi adorada Julieta, que quise escribir esta carta. Porque ya no estaremos más juntas, porque será otra quien esté cerca. Una hermana, más joven probablemente. Pero deja que te diga algo: no dejes de confiarle todo lo que quieras. Nunca, jamás te dejará sola, siempre estará a tu lado, si tú se lo permites.

Y cuando traigas junto a tu compañero una nueva vida a este maravilloso mundo, ten la seguridad que le habrás dado a esa hermana mía que no conozco ni conoceré, la mejor razón que nadie pudiese imaginar para seguir junto a ti.

Me despido ahora, pero tengo algo que pedirte. No me lo niegues, por favor. Es un pedido de una vieja amiga, con algunos achaques y que se ha puesto algo sentimental. ¿Te vestirías para tu boda junto a mí?.

Te besa la frente, quedando en tu corazón tuya para siempre.

La ventana de tu cuarto