Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Relatos en 4 tiempos 1.

RELATOS EN CUATRO TIEMPOS

JORGE MUÑOZ GALLARDO

SOBRE EL AUTOR.

Jorge Muñoz Gallardo es profesor de castellano con estudios de Derecho y
ciencias sociales. Colaboró en los desaparecidos diarios “Austral” de
Valdivia y “La Época” de Santiago. En 1991 obtuvo mención honrosa en el
”Concurso Binacional Argentina Chile de Poesía”, en homenaje a Pablo
Neruda. En el 92, mientras cursaba un diplomado en el Instituto
Latinoamericano de Estudios Sociales (ILADES), cultivó la amistad del
poeta Miguel Arteche y del periodista y narrador José Miguel Varas,
recibiendo de ambos, valiosas enseñanzas y estímulo para perseverar en
su labor literaria. En el 99, ganó el primer lugar en el concurso de
cuentos “Atrévete”, organizado por la editorial Los Andes. El 2006,
publicó, en una autoedición, el volumen de cuentos “Gratitud de las
moscas”, esta obra fue comentada en la “Revista de Libros” del diario El
Mercurio. Entre los años 2007 y 2008, fue finalista en diversos
concursos realizados en Argentina y España. En el 2009, logró el segundo
lugar en el concurso de cuentos de la revista “Grifo”, de la Facultad de
Letras de la Universidad Diego Portales. En EL 2011, consiguió, con este
volumen de relatos, el segundo lugar en los XXV Premios Tiflos de
Literatura. Integraron el jurado, Patricia Sanz y Luis Mateo Díez,
académico de la RAE. Este concurso es convocado anualmente por la
organización nacional de ciegos españoles (ONCE) y está abierto a la
participación de escritores ciegos y videntes de toda España y
Latinoamérica. En la ceremonia de premiación, realizada el 21 de mayo
del 2012, en la ciudad de Madrid, se leyó el siguiente texto del autor:
“Agradezco a la ONCE que a través de los Premios Tiflos de poesía,
cuento y novela, fomenta, entre los discapacitados visuales, el amor por
las palabras y el esfuerzo creador. Esas palabras del español que un
puñado de aventureros, a bordo de frágiles naves, llevó a tierras
latinoamericanas, y fundidas con las lenguas de los pueblos originarios,
dieron nuevo vigor a nuestro idioma. Palabras que nos permiten nombrar
al cóndor, el guanaco, la araucaria. Palabras que tiemblan en la voz del
payador y moldeadas a golpes de paciencia dan vida al relato y la
leyenda. Esas mismas palabras, sugerentes y pausadas, que siendo todavía
un niño, escuché de mi padre, cuando, sentado a los pies de la cama, me
contaba historias pobladas de selvas y bandidos, para hacerme dormir
conjurando el miedo que me causaba el trueno y el relámpago, en las
noches de invierno, allá en el bravo sur de mi país. Son aquellas
palabras antiguas, como el viento y la montaña, que se adaptan a las
nuevas realidades y viajan a gran velocidad en los brazos del correo
electrónico y las faltriqueras del”ciberespacio”.

NOTA PRELIMINAR.

La novela se mueve en la amplitud, en la vastedad, la actividad del
novelista es como la del pintor de murales que extiende sus trazos en
grandes superficies, por el contrario, el cuento, se desenvuelve en la
brevedad, el trabajo del cuentista se parece a la tarea minuciosa y
concentrada del orfebre, que requiere atención sostenida y visión aguda.
Ya decía la escritora norteamericana, Mary Flannery O'Connor: ”Para el
escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de
medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se
puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad
entera. Involucra, por ejemplo, nuestra facultad de juzgar. Juzgar es un
acto que tiene su origen en el acto de ver. En la escritura de ficción,
salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas,
sino en mostrarlas”. Pero, he aquí una ironía de los dioses: Jorge Muñoz
Gallardo es ciego. Pese a ello, no parece necesitar de la vista para
elaborar, en pocas líneas, personajes y descripciones que bien podrían
haber sido construidos por el pincel de un diestro pintor. Su prosa es
fluida y clara, libre de esos artificios técnicos que en muchas
ocasiones ocultan debilidades y muy poco o nada aportan.

EULOGIO SÁNCHEZ PALMA.

“PRIMERO.”

“La barca.”

El viejo Noé estaba desilusionado de los hombres, desilusionado con
tantas mentiras, arbitrariedades, abusos, conflictos y guerras
sangrientas. Una noche tuvo un sueño revelador: cogía su bastón para
emprender el camino a la montaña, mientras subía, el viento le agitaba
la barba y los pliegues de la túnica que lo envolvía de los hombros a
los pies descalzos. Al llegar a la cima, se detuvo y soltando el bastón
elevó los brazos al cielo, en una súplica desesperada. Un ruido, que el
viejo confundió con un trueno, resonó en lo alto, pero no era un trueno,
era la voz de Dios: “¿Qué buscas? ¿Por qué me molestas?” El viejo Noé
cayó de rodillas, luego empezó a hablar y terminó con lágrimas en los
ojos. “¡Vuelve a tu casa, construye una barca muy grande, coloca en ella
una hembra y un macho de cada especie, también a tu mujer, y a todos los
que de ti descienden, enseguida espera mi señal!” La voz de Dios se
apagó dejando un silencio tan hondo que el viejo sintió pavor, y regresó
a su casa todo lo rápido que le permitían sus ciento cincuenta años.

Cuando despertó, le contó a su mujer, a sus hijos, a sus nietos, a sus
tataranietos, lo que le había dicho Dios. Ayudado por todos ellos y un
par de artesanos amigos, comenzó a trabajar en la construcción de la
barca, sin saber para que serviría.

Los afanes de Noé y su familia, dieron que hablar, muchos se aproximaban
al lugar donde la extraña construcción iba adquiriendo forma, unos
decían que era una casa de varios pisos, otros que era una fortaleza,
tampoco faltaban los que afirmaban que el viejo se había vuelto loco y
pronto los rumores circularon de boca en boca, hasta que llegaron a
oídos de los jefes de las tribus que se pusieron muy inquietos con la
versión que hablaba de una fortaleza y enviaron espías que los mantenían
informados de todo lo que ocurría.

Transcurridos doce meses, la barca se había convertido en una realidad
que causaba los más variados comentarios. Entonces Noé tuvo un segundo
sueño: el trueno sacudía otra vez el cielo y Dios le revelaba que caería
una lluvia implacable, que duraría cuarenta días y treinta y nueve
noches. Al despertar, el viejo había comprendido el objetivo de la barca
y acompañado de todos los suyos, se fue al campo a recoger animales y la
idea de que se había vuelto loco cobró nueva fuerza, y a muchos les daba
risa ver a Noé corriendo detrás de una liebre o una codorniz, a las que
no lograba alcanzar.

Cuando el viejo estuvo convencido de que había llegado el momento, se
encerró con todos los suyos y los animales que pudo atrapar ( que no
fueron tantos) en el interior de la barca y esperó. La lluvia comenzó de
pronto, primero muy suave, luego más y más fuerte, el viento soplaba y
los relámpagos cortaban el cielo. Los animales corrían a refugiarse en
el monte, las aves se escondían en la parte más espesa del bosque, los
jefes y sus tribus se fueron a las montañas y desde allí vieron como la
lluvia iba inundando el valle. La barca del viejo Noé poco a poco,
empezaba a flotar. Al cabo de cuarenta días, el valle era un lago y los
jefes de las tribus mandaron a buscar las canoas que escondían en grutas
cavadas en la piedra, enseguida subieron a ellas, acompañados de seis
guerreros en cada una, y atacaron la barca, apresaron a Noé y a su
familia, acusándolo de querer apoderarse de las tribus y sus
territorios. De nada le sirvió al viejo hablarles de su encuentro con
Dios en lo alto de la montaña, de las palabras que le anunciaban el
diluvio, lo trataron de mentiroso, le recordaron a gritos que cada
cuatro años habían tormentas que inundaban el valle.

Con el término de la lluvia y la aparición del sol, el agua comenzó a
bajar, hasta que el valle volvió a ser lo que todos conocían, pero más
verde y fértil. La barca de Noé se acomodó en la tierra firme, con la
apariencia de una enorme casa. Entonces, los jefes se dieron a la tarea
de proclamar su derecho sobre aquella construcción, y como no pudieron
ponerse de acuerdo, estalló la guerra, que duró bastante más que el
diluvio, causó miles de muertes, y concluyó cuando alguien le prendió
fuego a la barca, las llamas la consumieron hasta dejarla convertida en
un montón de ceniza negra.