Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

H F A M 43

El recordado Rey Matías.
Del anecdotario de un rey de Hungría.
El rey Matías acostumbraba despojarse de sus vestiduras reales y
ponerse la ropa de un humilde mozo de molino o carretero.
Así vestido, seguro de que nadie lo reconocería, salía a mezclarse
con la gente.
De esa manera veía con sus propios ojos cuáles eran las necesidades
del pueblo y se enteraba de muchas injusticias.
Un día decidió visitar Kolozsvár, la ciudad que lo había visto nacer
en 1443.
Paseaba por su calles como un hombre común, cuando un gran alboroto
le llamó la atención.
Se acercó a ver qué pasaba pero un guardia lo tomó de un brazo y lo
increpó:
-¿Que miras, narigón? -aclaremos que el rey tenía una gran nariz-.
¡Deja de papar moscas y corre a descargar la leña del señor alcalde como
hacen los otros!
Frente a la espléndida casa del alcalde de Kolozsvár, había unos
carros repletos de leña. Gran cantidad de vecinos, protestando entre
dientes, tenían que bajar los pesados troncos y apilarlos en el patio.
Allí otros hombres cortaban la leña y las mujeres la cargaban en cestos
y la llevaban a la leñera de la mansión.
¡Pobre del que se distrajera unos minutos o cambiara dos palabras con
el compañero! Los guardias que vigilaban de cerca corrían a maltratarlos.
Matías se unió a los vecinos y cargó con pesados troncos; eso sí,
tuvo la precaución, sin que nadie lo advirtiera, de hacerles a todos una
pequeña marca.
Trabajaron como burros hasta el anochecer. Cuando Matías dejó en el
patio el último tronco, el alcalde salió al balcón a contemplar el
espectáculo de los carros descargados y la gente con la lengua afuera.
Matías le gritó:
--¿Usted es el alcalde de Kolozsvár?
--¿Y quién es usted, pobre diablo, para dirigirme la palabra?
--Soy uno que ha trabajado bastante. Y si usted es realmente el
alcalde de Kolozsvár, le pido que me pague el jornal.
El otro soltó una estruendosa carcajada y les hizo una seña a los
guardias.
-¡Páguenle a ese hombre! -dijo con sorna-. Como hoy me siento
especialmente generoso, le pagaremos lo de hoy y algo más por adelantado...
Los guardias lo rodearon entonces a Matías y descargaron una lluvia
de golpes en su espalda.
A la mañana siguiente, los sones de trompeta anunciaron la solemne
entrada del rey Matías en su ciudad natal.
El alcalde salió a recibirlo con toda la pompa y le entregó, sobre un
almohadón de terciopelo, las llaves de la ciudad.
Además, le rogó que se alojara en su propia casa.
¿Qué novedades hay en mi bella Kolozsvár? -preguntó Matías-. ¿La
gente vive bien y está contenta?
--¡Oh sí, Majestad! -mintió el otro-. Son todos muy felices ...
--Y usted, señor alcalde, según veo no vive nada mal. Su palacio es
el mejor de esta ciudad.
El hombre contestó con fingida modestia:
--Es que Dios, en su bondad infinita, ha tenido a bien recompensar
mis esfuerzos.
--Seguramente en este palacete se consume mucha leña -siguió el rey,
deteniéndose junto a una pila de troncos-. Necesitará emplear a mucha
gente para talar los árboles del bosque, cargar los carros y traer toda
esa leña hasta aquí ...
--Por fortuna, señor, los amables vecinos de Kolozsvár se han
ofrecido a hacer esas tareas por mí.
--¿Y han sido bien recompensados?
--Es que no han querido ninguna paga ...
--¿Está seguro de que nadie quiso que se le pagara? -inquirió el
monarca mirando fijamente al farsante-. Sin embargo, algo muy diferente
oí decir ...
El alcalde palideció. El rey llamó entonces a los soldados y les
ordenó que desarmaran la pila de troncos.
Una vez hecho esto, sacó las maderas que él mismo había marcado,
recordó sus reclamos y habló de los golpes recibidos como respuesta a su
pedido de jornal.
El alcalde vio todo claro y se sintió perdido. Suplicó perdón de
rodillas, pero el rey no cedió. Confiscó todos sus bienes y los repartió
entre los pobres de la ciudad; sin duda los sufrimientos de la gente le
dolían más, mucho más, que todos los golpes que había recibido.
En otra ocasión, se presentó ante el rey Matías un cura de pueblo que
soñaba con ser nombrado abad.
--Haré lo que pueda -dijo el buen rey-. Pero tendrás que darme
muestras de tu saber e ingenio antes de ser considerado digno del cargo.
Por lo tanto te haré tres preguntas; si las contestar, tendrás tu puesto
en la abadía. Si no, ve con Dios y no me guardes rencor.
El cura escuchó atentamente.
-Primero, quiero que me digas donde está el medio del mundo. Luego,
cuánto vale un rey. Por último, que está pensando el rey.
El aspirante a abad, apabullado, no supo qué contestar. Matías lo
tranquilizó:
-Calma, no te sientas apremiado. Vuelve a tu casa, piensa tranquilo y
regresa aquí con las respuestas dentro de un mes.
Desde que el hombre volvió a su pueblo no hizo más que pensar.
Hojeó cientos de libros buscando al menos una respuesta, pero todo
fue inútil.
Terminó hablando solo, perdió el apetito y pasó noches enteras sin
dormir.
Un joven cantor del coro, al verlo tan nervioso y preocupado, quiso
saber la causa de su malestar.
El curita terminó por contarle todo.
-¡Esos tres acertijos son muy fáciles! -dijo el muchacho. No perdamos
tiempo; ya mismo iremos a Buda, a sorprender al rey.
Se refería a Budapest, la Capital, que el río Danubio divide en Buda
y Pest. Hacia allá partieron.
Un poco antes de llegar al castillo, el cantor le pidió al cura que
le prestara su hábito. Y le explicó:
-Por unas horas, cambiaremos de ropas y de oficio.
Poco después, se presentaron ante el rey.
--¿Que hay de nuevo, padrecito? -dijo el monarca, dirigiéndose al cantor.
--Venimos a cumplir con el pedido de Su Majestad.
--Veamos, entonces, esas respuestas ...
--Primero -comenzó el falso cura-, ¿dónde se encuentra el medio del
mundo? Está allí mismo, bajo los pies del rey. Como el mundo es redondo
a más no poder, donde uno pise, está en el medio: una mitad hacia la
derecha, otra hacia la izquierda.
Matías sonrió complacido.
--Luego Su Majestad deseó saber cuánto vale un rey, a lo que yo
respondo: 29 dineros.
--¿Cómo es eso?
--Señor, está claro que si Cristo fue vendido por treinta dineros, 29
no es poco por un rey.
--Interesante -aprobó Matías, pero aclaró: la tercera, ¿que piensa el
rey? es la más difícil.
--Sólo en apariencia -fue la respuesta-.
En este preciso momento, Su Majestad piensa estar hablando con el
cura cuando, en realidad, está hablando con un cantor del coro.
Cuando, pasada la sorpresa, Matías supo de los papeles cambiados, le
hicieron mucha gracia la viveza y la osadía del muchacho. Y sentenció:
--Sólo quien sabe pensar merece los favores del rey, te digo que si
en vez de cantor fueras sacerdote, merecerías ser abad. De todas formas
tu ingenio será recompensado.
Sin duda, el cantor recibió su premio. El cura en cambio, antes de
regresar a su pueblo, anduvo por ahí un rato largo con cara de: ¿y yo?
¿y yo?
Pero nada de nada.
Severo y justo fue aquel rey. Durante mucho tiempo en Hungría, su
patria, el pueblo lamentó su ausencia diciendo "murió el rey Matías, se
acabó la justicia".

Beatriz Ferro

Fin de Historias Fantásticas de América y el Mundo.