Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

H F A M 42

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El cacto enamorado.
Leyenda diaguita de Argentina.
Hace cientos de años, en tierras de lo que es hoy la provincia argentina
de Catamarca, vivían en guerra permanente las tribus de los Huasanes y
los Mallis.
La hija del cacique de los Huasanes, llamada Munaylla, que en lengua
quecha significa hermosa, había conocido al hijo del gran jefe de los
Mallis, Pumahina, nombre que quiere decir valiente.
Munaylla y Pumahina se amaban pero no se atrevían a confesárselo a sus
mayores, quienes pretendían que los jóvenes se odiaran tanto como los
viejos.
En uno de sus muchos encuentros a escondidas, él le propuso a su novia:
¡Escapa conmigo! Vayámonos a donde no puedan encontrarnos; será la única
forma de estar juntos y de ser felices.
Así lo hicieron.
De día se ocultaron en las cuevas protectoras de los cerros; de noche
caminaron incansablemente, al amparo de los frondosos árboles.
Hasta Quilla Hatum, la Luna Grande, trató de ocultar su resplandor para
que nos los descubrieran.
Huyeron durante cuatro días. Al caer la quinta noche, oyeron voces a la
distancia; sin duda, eran las de sus perseguidores.
Sucedía que ambas tribus se habían puesto en marcha para detenerlos y
castigarlos.
Ya habían descubierto sus rastros y se acercaban peligrosamente.
Munaylla, desesperada, pidió la protección de Pachacámac, el dios cuyo
nombre debía pronunciarse con la cabeza inclinada y los brazos elevados
al cielo.
Pachacámac escuchó el ruego y encontró la forma de salvarlos: convirtió
a Pumahina en una planta nunca vista hasta entonces, recta y alta como
una torre y cubierta de espinas. Era el cacto. En su interior se refugió
Munaylla.
Poco después llegaron los perseguidores pero pasaron de largo junto al
cacto sin sospechar que cobijaba a los dos jóvenes.
Jamás los hallaron.
Se sucedieron los días y las noches y Pumahina y Munaylla siempre allí,
juntos y felices.
Ni siquiera cuando Pachacámac los visitó desearon ellos recobrar la
forma humana y le rogaron al dios que les permitiera seguir tal como
estaban, seguros y enamorados por siempre.
Pasó el tiempo y llegó la primavera.
Entonces Munaylla ansió ver el cielo y respirar el aire de los cerros,
pero ¿cómo hacerlo?
Día tras día fue empujando con su cabeza la verde envoltura que los
cubría. Hasta que por fin asomó en forma de una espléndida flor de
pétalos sedosos y colores brillantes.
Así la flor del cacto.
Desde aquellos lejanos tiempos, Pumahina defiende a su amor con las
agudas espinas de su cuerpo vegetal. Y en todas las primaveras ella
reaparece y saluda al mundo convertida en flor.
Esta antigua historia la contaban los diaguitas que, aunque aquí
aparecen guerreando entre ellos, también supieron luchar con bravura
contra los conquistadores españoles en defensa de sus tierras y de la
cultura de su gente.

Beatriz Ferro.