Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

H F A M 41

El casamiento del lagarto.
Cuento tradicional de Bolivia.
Jararanccu, el lagarto en lengua aymara, un día conoció a una linda
imilla, una pastora que andaba por el cerro con sus animalitos, y quedó
muy impresionado.
Al día siguiente la muchacha volvió con el rebaño y Jararanccu sintió
una emoción desconocida.
Al tercer día, a pesar de ser él tan huraño, se acercó un poco más a
espiar como jugaba la imilla con los corderos pequeñitos y remedaba sus
balidos.
Jararanccu estaba maravillado. Por primera vez en su vida sintió
deseos de ser otro, de ser hombre, de poder hablar con esa niña. Ya era
otro, porque estaba enamorado; entonces, por esos prodigios que ocurren
de vez en cuando, se transformó en muchacho y fue al encuentro de su amada.
-Lulu -le dijo-, eres más hermosa que una wara wara.
Ella sonrió encantada al sentirse comparada con una wara wara, o sea
una estrella.
-Te conozco y te admiro desde siempre -dijo el lagarto, para quien
unos pocos días eran una eternidad-. Quiero pedirte que te cases conmigo.
La imilla lo miró de arriba abajo y vio que era más bien menudo y
bastante nervioso y huraño ... Nadie hubiese dicho que se trataba de un
lagarto si bien, como todos los de su familia, prefería el resguardo de
las piedras de la montaña al campo abierto.
La imilla prometió pensarlo.
Jararanccu, hombre o lagarto, era buena persona y ganó su corazón. A
los pocos días, ella aceptó casarse.
Le tocó al novio ir a conocer a los padres de su amada.
Hubo fiesta, lo convidaron con lo mejor que tenía, y también se
cumplió con una ceremonia: antes de irse, Jararanccu tuvo que robar un
aguayo, una tela tejida de hermosos colores. Según la costumbre, tal
cosa indicaba que él y la imilla estaban comprometidos para casarse.
Y llegó el día de la boda.
Ella se puso sus mejores polleras y el rebozo más bonito que tenía.
El novio llegó muy elegante, de flamante poncho rojo, pantalones
blancos y ojotas nuevas.
Lo más llamativo era el sombrero, adornado con banderitas de colores.
El cura, o tatacura, los esperaba en la capital; hacía allá fueron
todos: novios, padres, parientes y vecinos.
Y empezó la ceremonia; el sacerdote leyó sus libros y pronunció sus
palabras y ya estaba por bendecir la unión y declararlos marido y mujer
cuando sucedió lo inesperado.
Entre las columnas de la capilla apareció Missi, el gato, que se hizo
presente con suaves ronroneos y maullidos.
Entonces, gran sorpresa: todos vieron que el novio, al oír los
maullidos, dejaba a su pareja y corría de aquí para allá, muerto de
miedo, como buscando un lugar donde esconderse.
¿Qué le pasaba? ¿Estaba loco? ¿Dónde se ha visto, asustarse de un gato?
Las dudas terminaron cuando, a la vista de todos, el novio empezó a
achicarse hasta salir escapando por entre la ropa habiendo ya recobrado
la forma de lagarto.
El gato, alertado por alboroto, salió tras él y estuvo a punto de
cazarlo pero Jararanccu encontró un huequito en la pared y desapareció
por allí.
Ya nadie volvió a verlo.
La imilla no quiso hablar con nadie, ni ver a nadie. Sólo deseó
volver a la montaña, al sitio preciso donde había conocido a su novio, y
llorar sin consuelo.
De su llanto creció en esas alturas una flor blanca y pequeña que la
gente de lugar llama chijchipa.

Beatriz Ferro.