Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

H F A M 40

Historias fantásticas de América y el mundo. Nº 15.
Príncipes y enanos.
Relatos de Beatriz Ferro.

El pueblo de los enanos.

Leyenda de Alemania.
Schalksberg en Alemania, junto al río Aller, es hoy una pequeña
colina, morada de ratones y topos, pero en otros tiempos fue una montaña
alta y hermosa habitada por el pueblo de los enanos.
Los hombrecitos lo pasaban bien; iban y venían a su antojo, sobre la
tierra y bajo tierra. Andaban siempre de fiesta en fiesta cuando no se
dedicaban a forjar metales.
Cuando por primera vez llegó un pastor a esa montaña, además de ver
plantaciones de arvejas, oyó que de la tierra salía una música maravillosa.
Los corderos en cambio temblaron de miedo y balaron tristemente al
acercarse al lugar y los perros aullaron.
A pesar de eso, más gente se acercó para instalarse.
Fundaron pueblos, se dedicaron a sus oficios, abrieron tiendas ...
A veces se llevaban bien con sus vecinos los enanos; otras veces, muy
mal.
Los gnomos acusaban a los hombres de producir un ruido infernal, y los
hombres a ellos de cometer pequeños robos.
A veces peleas, a veces paz, terminaron ayudándose mutuamente y, cada
vez que una persona les hacía un favor, los enanos le pagaban con oro rojo.
¿Por qué se marcharon de allí?
Resulta que si convivir con la gente tenía su pro y su contra, no
soportaban la vecindad de los gigantes.
Una vez molestaron a un ogro que dormía, agrandándole los agujeros de la
nariz con dos rocas.
El monstruo empezó a respirar mal, se despertó de repente y alcanzó a
ver a la pandilla de enanos que desaparecía en el monte Schalksberg.
En dos zancadas llegó hasta allí, pero poco pudo hacer: era demasiado
grande para entrar en las guaridas de los hombrecitos; más de uno de sus
dedos no pasaba por la puerta.
Entonces, con un colosal estornudo, arrojó las piedras contra la montaña
y a fuerza de otras pedradas y fuertes soplidos, la hizo estallar y
volar en pedazos.
Estaba dispuesto a exterminar a todos los enanos, pero afortunadamente
se desató una gran tormenta y los rayos que cayeron cerca de él lo
pusieron en fuga.
A la noche siguiente, un pescador que acomodaba sus redes a orillas del
Aller vio aparecer a un enano que le preguntó si estaba dispuesto a
hacer una serie de viajes cruzando el río con su barca.
El hombre accedió y a la hora señalada esperó en el lugar que le indicó
el enano. éste llegó puntual y subió al bote de un salto. Tras él se
embarcaron muchos más, tantos que el pescador temió que hundieran el bote.
El sólo conoció el primero, los otros eran invisibles a sus ojos, pero
oía sus cuchicheos.
Al llegar a la otra orilla, todos saltaron a tierra. Como estaba
convenido, el hombre volvió a buscar otra tanda de misteriosos
pasajeros. Así una y otra vez hasta el amanecer.
Entonces, el que lo había contratado, que era el rey de los enanos, le dijo:
-Ahora basta. Encontrarás tu paga en el fondo del bote. Si quieres saber
a quiénes has conducido hasta aquí, mira por encima de mi hombro izquierdo.
Así lo hizo el pescador y vio entonces a lo lejos, en una gran pradera,
cientos y cientos de enanos que emigraban cargados con toda clase de
bultos y marchaban hacia la montaña que se divisaba en el horizonte.
En ese momento salió el sol y todo desapareció de la vista.
Cuando el pescador revisó el fondo de la barca, lo único que encontró
fue un montón de bosta.
¡Me engañaron esos pícaros miserables!, pensó indignado, y echó esa
porquería.
Volvió a su casa y le contó a la mujer toda la historia; entonces ella,
más viva que él, le reprochó haber tirado la paga.
-¿Sabes lo que era en realidad?

El oro rojo de los enanos!
Corrieron al bote y, verdaderamente, lo que aún quedaba se había
convertido en metal reluciente. De lo que había tirado al río el
pescador, pudieron sacar con la red unas cuantas monedas de oro.
Desde aquel día, los enanos se instalaron en Wohldenberg, lejos de allí.
Les fue bien y les fue mal, tuvieron guerra y tuvieron paz... pero eso
es otra historia.