Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

La supa, de Conrado Nalé Roxlo.

La supa

Era indudablemente un apodo, pero un apodo que había adquirido tal personería apelativa, por decirlo así, que se sobreponía al nombre verdadero haciendo que el sonoro Bombardone rodara por debajo, apagado y sordo como un trueno lejano.

Con el andar del tiempo me fue revelado el misterio de La Supa, y es como sigue:

Don Libero Bombardone llegó a lo que después fue pueblo en carreta, cuando en la pampa aún no crecían yuyos, sino ese pasto corto y recio de que nos habla el general Mansilla [ Lucio Victorio Mansilla ( 1831-1913) autor de Una excursión a los indios ranqueles, narración de un viaje que realizó cuando tenía 39 años y se hallaba en la guarnición de Río Cuarto a las órdenes del general José María Arredondo] y cuando todavía las colas de los malones azotaban los ranchos aislados. Como tantos italianos de la primera época, sembró la tierra sin dueño, se casó con una negra y crió sus hijos a campo. San Isidro, patrono de los labradores, premió su esfuerzo y, cosecha va en carreta para la metrópoli, dinero viene en pesos fuertes, don Libero Bombardone comenzó a hacer la América.

El dinero de las cosechas envuelto en un pañuelo de cuadros verdes y rojos lo guardaba en el corazón de una parva, cuyo oro adquiría valor simbólico. ¿Por qué no lo escondía en el colchón? Porque más de un colchón había sido destripado con los que dormían encima para arrancarle el tesoro.

Todo marchaba bien hasta que un toscano mal apagado y un viento en contra provocaron un incendio sin mayor importancia, pero que casi convierte en humo la plata de don Libero.

Ya le habían aconsejado muchas veces que lo depositara en el Banco de Italia, que tenía una modesta sucursal en la ciudad más cercana. A Bombardone no le gustaban aquellas cosas, pero el siniestro lo decidió, y una hermosa mañana de primavera, con el canto de los pájaros, emprendió el viaje a pie llevando en el tirador (En realidad, aquí el autor confunde tirador con rastra.. El tirador es un elástico o tela que se engancha en la parte de atrás del pantalón, a la altura de la cintura, se pasa sobre el hombro y se engancha en la parte de adelante, también a la altura de la cintura, para que no se caigan los pantalones. La rastra es un cinturón ancho que usa el gaucho, va, por lo general, adornado con monedas de plata y provisto de bolsillos) cinco mil pesos y bajo el brazo un pan relleno de tomates y cebollas,

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A mediodía llegó a la ciudad y se fue directamente al banco. El banco no era en aquellos tiempos más que una casa particular de fresco y ancho zaguán, y como estaba cerrado por ser la hora del almuerzo, don Libero Bombardone se sentó en el umbral a esperar que abrieran. Dicho sea sin ánimo de ofender, con el polvo del camino acumulado sobre el de toda su vida y su descuido indumentario parecía un pordiosero. Y por tal lo tomó la sirvienta del gerente, quien, con la fácil claridad de aquellos tiempos, le llevó un plato de sopa.

Don Libero, que después de haber visto hervir la sangre de San Jenaro ( Obispo Italiano que murió martirizado. Es el protector de Nápoles. De él se dice que su sangre conservada en una ampolla, se licua durante ciertas festividades) en Nápoles no se sorprendía por nada, tomó con reposada dignidad la sopa, dio las gracias, encendió un toscano y siguió esperando. Poco después el banco se abrió, comenzaron a llegar clientes, y el hombre sentado a la puerta resultó un estorbo. La sirvienta le preguntó qué esperaba para seguir su camino.

Don Libero le explicó que traía cinco mil pesos para dejarle al “padrone” del banco para que se los guardara. Corrió la sierva con la noticia; el depositante fue introducido en la gerencia, donde un optimista y amable connacional lo atendió muy bien y lo despidió con un campechano golpe en la espalda. Bombardone regresó al pueblo, encantado, y desde entonces cada vez que tenía cuatro pesos juntos los mandaba al banco con uno de sus hijos, ya crecido.

Y así corrieron los años, felices como en los cuentos, hasta que dos lustros después don Libero tuvo que volver en persona al banco. El establecimiento había cambiado mucho; ahora tenía edificio propio; pululaban los empleados jóvenes y elegantes; a través de una reja, como la de las pulperías, pero de bronce reluciente, el dinero entraba y salía como Pedro por su casa. Bombardone se alegró sinceramente de que su banco prosperara, depositó su dinero, pero en vez de irse se quedó esperando junto a la ventanilla.

−¿Qué espera? —le preguntó el cajero. − Y... la supa.

−¿Cómo dice?

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−¡Eh, la supa que me tienen que dar!

Como el cajero no lo entendía, pidió hablar con el gerente. Pero el gerente era otro y no lo entendió tampoco. Y don Libero Bombardone regresó al pueblo haciéndose amargas reflexiones que se concretaron en esta frase:

−¡Progreso ladro! (progreso ladro: en italiano: progreso ladrón)

La historia contada por él mismo y repetida por los cuatro vientos de la charla pueblerina le valió el remoquete (apodo) de La Supa, y en aquella sopa se ahogó casi por completo su nombre, hasta el grado de que, para que el futuro historiador pudiera identificarlo, figuraba con la seña particular de La Supa en el cuadro de honor de los primeros pobladores de mi pueblo.