Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

H F A M 39

La aventura de Diuk.
Cuento tradicional de Rusia.
Las tierras de Velin-Galich eran las más ricas de Rusia. En la ciudad
los tejados eran de láminas de oro y miles de piedras preciosas lucían
en las cúpulas de las iglesias y palacios. Todo relucía de arriba abajo
porque también brillaban las calles, recubiertas de fina arena de plata.
Gobernaba allí Ifima Alexandrovna, viuda de un noble poderoso y madre
de Diuk Stephanovich.
Cuando Diuk llegó a muchacho tuvo ansias de vivir aventuras, de
conocer gentes y países lejanos. Ifima Alexandrovna se apresuró a
aconsejarlo:
-En vez de vagar por campos y pueblos, te conviene ir directamente a
la ciudad de Kiev y presentarte en la corte del zar Vladimiro, el
Esplendor del Sol. Allí podrás habituarte a las luchas y riñas, una
práctica que te ayudará a convertirte en una hombre fuerte y valeroso.
Sólo entonces habrá llegado la hora de largarte a recorrer el mundo y
vivir aventuras dignas de un verdadero héroe.
El muchacho tomó en cuenta esas palabras. Al poco tiempo, después de
recibir la bendición materna, ensilló su caballo Buruchko-Kavuruchko,
listo para partir.
Antes, la madre le dio las últimas recomendaciones: que no fuera
hacia el Monte del Verdugo ni tomara la carretera principal, pues allí
encontraría tres grandes obstáculos.
-Primero -aclaró-, tendrías que defenderte de las serpientes
venenosas, luego, de unas fieras hambrientas y, por último, te toparías
con un fiero cosaco llamado Ilia Muromets. Recuerda, hijo, prefiere los
senderos...
Diuk montó a Buruchko-Kavuruchko y partió al galope.
Al rato, antes de que sus huellas se borraran en el polvo, se
borraron de su mente las palabras de la madre. Así fue como enfiló hacia
el Monte del Verdugo con la ilusión de encontrar a alguien con quien
medir sus fuerza.
Al llegar sólo encontró desolación; montones de huesos mostraban el
fin que habían tenido los que se atrevieron a acercarse hasta allí.
Siguió entonces camino.
Algo más allá lo sobresaltaron los graznidos de un cuervo posado en
un roble. Sacó entonces una flecha y estaba a punto de dispararle cuando
el pájaro le habló con voz humana:
-Espera, no desperdicies tus flechas conmigo; sigue tu camino y más
adelante hallarás a quien merecer ser desafiado. Diuk lo respetó y se
alejó por la carretera.
Antes de lo que imaginaba le salió al paso la primera amenaza: pasó
por una zona plagada de serpientes que se abalanzaron a atacarlos y se
enredaron en las patas de Buruchko-Kavuruchko.
El muchacho, rapidísimo, empezó a los latigazos a izquierda y derecha
y por fin consiguió espantarlas.
Vencida la primera amenaza, no tardó en aparecer la segunda, que era
aún peor.
Se vio acosado por unos seres de pesadilla que a los bramidos y a los
rugidos le cerraron el paso. Entonces Buruchko-Kavuruchko, sacando
chispas y con alas en las patas, pasó entre ellos y sobre ellos, pisoteó
algunos y dejó a todos atrás, salvando a Diuk de una muerte cruel.
Después de mucho andar llegaron a una pradera en la que alguien había
levantado una carpa plateada. Muy cerca había un caballo atado.
Diuk observó al animal y llegó a la conclusión de que el señor de la
carpa debía ser un poderoso guerrero. ¿Que hacer? ¿Entrar valientemente
en la tienda o salir corriendo de miedo?
Se le ocurrió algo. Desmontó y dejó que Buruchko-Kavuruchko fuera a
pastar cerca del otro caballo. Si se llevaban bien, él entraría en la
tienda; si no, escaparía a todo galope.
Los animales se entendieron en seguida y pastaron en paz, uno junto a
otro.
Entonces Diuk entró resueltamente en la tienda y se encontró nada
menos que con Ilia Muromets, que estaba a los ronquidos.
Súbitamente, animó a gritarle:
-¡Hora de levantarse! ¡Arriba, que es tarde! ¿No oyes las campanas de
Kiev llamándote a misa?
El otro saltó del lecho, lo miró con fiereza y le preguntó si quería
conocer el castigo de sus fuertes manos.
Diuk, en vez de contestar, le salió con esto:
-De día, en todo el mundo, sólo reina una luz en el cielo: la del
Sol. Por la noche sólo hay un resplandor: el de la Luna. Así también hay
sólo un héroe en toda Rusia, y su nombre es Ilia Muromets a quien osé
despertar para rogarle que sea mi maestro y me indique las hazañas que
debo cumplir.
El héroe, muy complacido por sus palabras, le dio un gran abrazo y lo
llamó hermano. Juntos se encaminaron hacia Kiev.
Antes de entrar en la ciudad, cada uno siguió su rumbo. La última
advertencia de Ilia fue que cuando Diuk estuviera en la corte del zar,
no hiciera alarde de riquezas; así se evitaría despertar envidias.
También le aseguró que acudiría en su ayuda toda vez que fuese necesario.
Ya en la ciudad Diuk se presentó ante el príncipe.
Pegado a Vladimiro, andaba siempre Cirilo Plenkovich, un intrigante
que simulaba velar por él. En esa ocasión, miró al muchacho de arriba
abajo y dijo que, a su juicio, no parecía gran cosa y que probablemente
se tratase de un pobre siervo que había huido de su señor. Vladimiro
interrogó a Diuk sobre su vida con el otro murmurando en el oído:
-Para mí ...¡es un patán!
Por fin el muchacho se hartó de las preguntas y aclaró las cosas.
-No vine aquí para asistir a banquetes ni a fiestas de la corte;
tampoco ambiciono tesoros ... en mi tierra tengo muchas más riquezas que
todas las que puedan hallarse aquí.
Al principio sus palabras causaron revuelo, pero en seguida
Vladimiro, dando muestras de grandeza, le pidió disculpas y lo invitó a
su mesa.
Diuk se cambió de ropa y apareció en el comedor vestido con un largo
abrigo de marta cibelina y calzando botas de las más fina piel.
-¡Se ve que no está acostumbrado a vestir así! -dijo Cirilo-. Me hace
gracia, ¡a cada rato se mira los pies!
El muchacho pescó al vuelo esas palabras y reaccionó rápidamente:
-A lo que no estoy acostumbrado es al barro de vuestras calles,
quería ver si se me habían ensuciado las botas. Eso no sucede en
Velin-Galich donde reina mi madre; allá las calles son de arena de plata
y muchas hasta están alfombradas.
El pobre Diuk no pudo con su genio y olvidó que no le convenía hacer
ostentación.
Cirilo, celoso y artero, le tendió más de una trampa para hacerlo
pasar por un fanfarrón. Hasta lo desafió a competir con él: los dos
tendrían que cambiarse de traje todos los días durante un año entero.
Diuk aceptó aunque sólo tenía lo puesto.
Enseguida envió a su fiel Buruchko-Kavuruchko con un mensaje para su
madre. Ella leyó el pedido e inmediatamente le mandó todos los
magníficos trajes que había en el guardarropas, bastantes para usar uno
diferente cada día durante, como mínimo, tres años.
Se hizo la apuesta y, día tras día, uno y otro se pavonearon con
ricos y diferentes atuendos.
Al cumplirse el año, Cirilo se presentó en la iglesia de Kiev con un
traje tan lujoso que parecía difícil de superar. Todos lo dieron por
ganador y más aún cuando llegó Diuk vestido con un largo y viejo gabán,
casi harapiento.
Instantes después, un murmullo de admiración recorrió la iglesia:
Diuk se había quitado el gabán y aparecía luciendo ropas tan magníficas
que el mismo zar estuvo a punto de pedirle que se las quitara porque su
brillo lo enceguecía.
Cirilo el intrigante se dio por vencido pero puso toda su energía en
urdir otra forma de perjudicar a Diuk.
Con la excusa de que le interesaban los caballos de salto, le propuso
nada menos que cruzar el río Dnieper a caballo y de un solo brinco, sin
tocar el agua.
El que cayera en el río, perdería la cabeza.
La prueba era tan riesgosa que Diuk dudó en aceptar. Acudió entonces
a Ilia Muromets en busca de consejo.
Aquél le reprochó haberse jactado de sus bienes pero no por eso le
negó su ayuda y le recomendó saltar. Ilia se sentía hermanado con el
muchacho y le juró que si llegaba a perder la apuesta, él correría a
salvarlo.
Llegó el gran día y Cirilo quiso ser el primero en saltar. Su caballo
pareció volar pero de pronto perdió impulso y cayó en medio del río.
Le tocó entonces a Diuk. Esa maravilla llamada Buruchko-Kavuruchko
dio entonces un salto tan fantástico que fue a parar a varios metros más
allá de la otra orilla.
Diuk rescató al enemigo y lo llevó a la ribera gritando que su cabeza
le pertenecía; sin embargo luego, a pedido de los cortesanos, le perdonó
la vida ... con una condición: que Vladimiro enviara a Ilia Muromets y a
Dobrina Nikitch -otro gran héroe- a Velin-Galich. Entre los dos harían
un inventario de sus riquezas después de lo cual quedaría demostrado que
él no había mentido.
El príncipe estuvo de acuerdo.
Los emisarios partieron y no tardaron en volver para informar que no
alcanzaba todo el papel de la ciudad para hacer el inventario, y que
sería necesario vender Kiev para comprar la tinta con que escribirlo.
Diuk recibió toda clase de honores y volvió a sus tierras como el más
capaz de los héroes puesto que había logrado vencer a dos enemigos tan
peligrosos como la envidia y la mentira.

Beatriz Ferro.