Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Yo fui un acomplejado: entrevista a Julio Iglesias.

Julio Iglesias, el artista hispano más vendido de la historia (300 millones
de copias)
La edad depende de cómo me levante, hay días que con 150 años, otros con 30.
Estoy casado con Miranda, tengo ocho hijos y dos nietos. Los políticos
tienen buenas intenciones, pero los compromisos a los que se someten cambian
sus promesas. Creo en un universo de conciencia.

Libre.

Feliz y cercano, le gusta bromear con las cosas serias de la vida. Lo hace
desde la terraza del Kempinski, en Praga. Más de 500 conciertos y 2.600
discos de platino y oro no le impiden aferrarse a lo bueno: "Los premios son
literatura. Lo que estimula mi vida es organizarme las giras a mi gusto. Ser
libre". Sus cinco hijos pequeños le acompañan, están escolarizados en casa.
"Hoy tengo una vida familiar fuerte y bella". Cada treinta segundos suena
una canción suya en cualquier rincón del planeta. "Lo bueno del éxito -dice-
es tenerlo, y lo malo, perderlo". Más allá de la leyenda le define la
voluntad: "He controlado mi mente a través de mi cuerpo: disciplina". El 4 y
el 26 de julio actuará en el Liceu de Barcelona.

Habrá otra vida?
¡Ojalá! A mí lo que me da mucha pena es que sea tan corta, así que procuro
alargarla.
¿Y cómo lo hace?
A base de disciplina: me cuido. La gente que cumple años es la que se
abandona.
Si pudiera, ¿qué errores corregiría?
Me aproveché poco de mis padres, tenía que haber sido más generoso con
ellos. De jóvenes somos despiadados: llamadas cortas, espaciadas, poca
comunicación..., ahora ya es tarde.
¿Qué ha sido lo importante?
Mi gran compromiso arranca cuando tuve el accidente de coche, a los 20 años.
Cuando uno comienza a volar, me pasé un año postrado y tres de recuperación.
Tuve una paraplejia absoluta, estuve sometido a sondaje durante cuatro o
cinco meses en una época en la que los tubos eran casi de cobre.
¿Qué recuerda?
Estaba boca abajo, no podía hablar, así que preguntaba a mis padres a través
de los ojos si me iba a morir. Como sus ojos estaban llenos de angustia,
pensaba que era el fin.
¿Qué aprendió?
Tuve que aprender de nuevo todos los movimientos, ser consciente de las
órdenes que daba mi cerebro al dedo gordo del pie, así que aprendí a
ejercitar la voluntad y la disciplina hasta el límite. Creo que eso es la
vida.
¿Se levantó de esa cama siendo una persona nueva?
La vida se convirtió en un premio, ya no era gratis; y también la suerte
llamó a mi puerta. Hay gente que nace para ajedrecista pero nunca se ha
puesto ante un tablero.
¿Las circunstancias mandan?
Sí, a mí la vida me dio la posibilidad de ser un cantante malo, pero
cantante. Un anestesista amigo de mi padre me regaló una vieja guitarra y me
entretenía aprendiendo a tocar y componiendo canciones muy sencillas que
cantaba a mis padres, a los que les parecían maravillosas, y yo me lo creía.
Eso tiene más delito.
Me fui a Londres a quitarme los complejos. Durante años estuve acomplejado,
no me gustaba que me vieran caminando con dos bastones; y seguí tocando en
los pubs como divertimento. Mi única preocupación entonces era recuperarme
de la angustia.
Pues pasó de la angustia al éxito.
Nunca canté para triunfar, pero un día me escuché en la radio y me puse a
buscar otras emisoras para ver si también sonaba.
Vanidad de vanidades.
El éxito es un regalo de la vida inmenso; hay gente que dice que le gustaría
poder pasar desapercibida, pero al tercer día de anonimato ya no le gusta
tanto la idea. A mí los focos me han dado muchas oportunidades. Ahora estoy
aquí, sentado viendo las bellísimas torres de Praga, mañana en Budapest...
¿No es agotador?
Es agitador, hace que la sangre circule desde el corazón a cualquier parte
de tu cuerpo a una velocidad diferente. Yo lo que quiero es que me dejen
cantar hasta la muerte.
¿Qué ha sido lo difícil?
Andar, porque tengo afectado el equilibrio. Para poner el pie en la vida
cada mañana debo pensar en no caerme. Y después convertirme primero en
cantante y luego en artista. Y convencer a tanta gente.
¿Es falsa modestia?
Voluntad, perseverancia y disciplina me han traído hasta aquí, pero no lo
escogí, nadie escoge nada en la vida.
¿Qué ha entendido del ser humano?
Todos lloramos igual, reímos igual, sentimos igual, nos morimos igual, pero
por desgracia unos con muchos privilegios y otros sin ninguno. Nacer es lo
más bello que existe y también lo más injusto.
Depende de dónde te toque, entiendo.
Tengo casi 70 años, he bebido vinos muy añejos y he tenido conversaciones
muy largas, pero he sido muy dado a la superficialidad. Sobrevivir a tantas
tonterías dichas tiene mucho mérito.
¿A qué teme?
A la muerte, y como no puedo comprar tiempo lo que hago es ganarlo con
reflexiones más intensas, con miradas más generosas, sin juzgar nunca más,
diciendo más síes que noes, sacudiéndome antiguos radicalismos, entendiendo
más a los otros y comunicando más con menos.
Eso ha sido profundo.
Mi gran teoría es que uno nace sin destino pero con una circunstancia, lo
que hagas de ella es cosa tuya; hay quien con lo mínimo llega al máximo, y
quien con todos los recursos llega al mínimo.
¿Qué le ha decepcionado?
Nada, sería injusto que habiendo ganado batallas como la de volver a nacer
estuviera decepcionado; pero hay millones que sí tienen derecho a estarlo y
a protestar.
¿Qué hace por los demás?
He colaborado 21 años con Unicef, he recorrido campamentos de refugiados por
medio mundo, en un coche, con aire acondicionado, viendo niños desnutridos,
y he querido parar pero no ha podido ser. Luego, al cabo de cuatro días,
empiezas a despreocuparte.
Me sorprende su sinceridad.
Si tuviéramos todos mayor conciencia, no nos gastaríamos el dinero en
porquerías, sino en alimentar al que se muere de hambre.
¿Cómo se conquista a una mujer?
Aprendiendo de ella.
Pues ha aprendido usted un montón.
Yo no he estado con muchas mujeres, sino que he tenido muchos amores.

Ima Sanchís,
LaVanguardia.