Texto publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez

Carta a un bebé

PERDÓN BEBÉ
Lo amé… y tú mi niño querido eres la flor de su semilla. Una flor que no crecerá más, ni dará ningún fruto. Todo fue como un remolino, iniciábamos las clases del tercer año de la preparatoria, cuando lo vi por primera vez, estaba ahí con sus grandes ojos negros puestos sobre mí, aterrada lo miré y traté de alejarme de aquella visión pero mis pies se negaron a llevarme hacia ninguna parte.
Hola, me dijo, con aquel timbre de voz entre dulce y cínico, pero que a pesar de su edad, denotaba una gran madurés y confianza. Creo que apenas le respondí, en eso la campana salvadora llamó a clases casi corrí a refugiarme en el salón. Después todo fue tan rápido, me hice su amiga, salíamos juntos a todas partes, no había lugar para nadie mas en mi vida. Imagínate, mi primer amor. Pero él no me pidió ser su novia jamás y la imaginación me hizo una mala jugada. Fue una discusión sin relevancia, una tontería de mi parte, resabio tal vez de mi recién despojada niñez. No lo volví a ver, faltaban tan sólo unos meses para terminar el año escolar. Me sentía muy triste y sola, me parecía que ni los pájaros cantaban, que los días eran eternos y grises, no había cantos, ni risas, ni nada…
Llegó la fiesta de graduación yo no quería ir a ese baile pues para mi no tenía ningún sentido. A insistencia de mi madre me presenté en el lugar, pero me fui a sentar en el rincón más apartado, pues no quería encontrarme con él. La música, el ambiente, mis compañeros…. Nada tenía sentido….no sin él.
Lo ví acercarse a mi y como en un sueño, tomó mi mano y dijo: “somos novios”, no sé si lo pidió o lo ordenó, pero que importaba ya, estaba ahí…y en mi cerebro todo brotó como un estallido de cuetes multicolores. Me dejé llevar a la pista de baile y creo que ahí, en ese lugar y ese día volví a nacer.
Pronto llegó la época de la universidad, seguir nuestra preparación profesional llenó todas las expectativas de nuestra vida, aún así seguimos juntos compartiendo todo los sueños… las ilusiones… la vida. No había ninguna parte de mí que no fuera él. La nueva ciudad con sus callejuelas, sus balcones, sus estudiantinas y su gente formada principalmente por estudiantes con sus grandes sueños y su capacidad de ser amigos de todos, pronto nos envolvió entre sus brazos y no solo nos sentimos otros sino que fuimos otros. Pero la felicidad no vino sola llegó en compañía de la desgracia, estábamos a punto de concluir los estudios y ya planeábamos un viaje maravilloso juntos después de nuestra boda… pero la vida, o Dios o el destino no lo quisieron así….No entendía nada, su auto….él… un accidente. ¿se puede vivir sin vida?. Las sombras de la noche cubrieron mi cielo, las estrellas se apagaron la luna no brilló mas, el sol se llenó de niebla y los pájaros se negaban a cantar. Desee morir, nada importaba ya, pero de nuevo la vida o Dios o el destino vinieron otra vez hacia mi. Fue entonces que me enteré de tu existencia, todo volvió a tener sentido, había una parte de él dentro de mi, volví a vivir y con el paso de los meses al par que mi vientre crecían mis ansias de seguir luchando por ti y para ti. El calendario se adelgazó solo faltaban unos días para tu llegada y al fin te tuve entre mis brazos… los mismos ojos negros pero cubiertos con un halo de tristeza. Un pelotón de médicos y enfermeras desfilaron frente a mí, yo no entendía nada de sus términos, era como una pesadilla, ¿leucemia? La sangre de ambos no era compatible… te llevaron de mi y te llenaron de estos instrumentos, no, no lo puedo soportar… Sé que la justicia divina me juzgará y que la justicia de los hombres me alcanzará. Pero tú mi niño querido, con tu almita blanca, sé que ya me perdonaste me lo dice tu sonrisa al irte despojando uno a uno de estos instrumentos de tortura.
AUTORA:
MARÍA GUADALUPE HERNÁNDEZ MÉNDEZ