Texto publicado por Jose Ignacio BW

Mirar sin ver

(Artículo en catalán publicado en la revista “RE”)
José Antonio Belmonte
Psicólogo de la ONCE. Granada

Vivir para hacer felices a los que te rodean, a los que quieres, y ser así feliz. Admirando la belleza del tiempo que nos ha tocado vivir. Vivir. Para vivir es necesario sentir profundamente lo que se siente, se piensa y se hace, y disfrutar con ello. Esto, que se aprende de niño y que luego se comienza a olvidar, nos lo puede recordar un día que te llena más que los demás, momentos plenos de bienestar, sentimientos compartidos y correspondidos, una mirada… En sueños o bien despierto. Con los ojos abiertos a todo aquello que nos rodea. Con el alma callada. En noches sin luna. En días con lluvia. Sintiendo como te miran. Mirando sin ver. Incluso si no puedes ver. ¿Se puede aspirar a ser feliz sin ver? ¿Se puede alcanzar la felicidad cuando nace un hijo con ceguera? ¿Puede una persona con ceguera atrapar y sentir la belleza de lo que nos rodea? ¿Por qué no?
Entender la ceguera como una pérdida total o parcial de uno de los sentidos a distancia, en este caso la vista, supone replantearse seriamente la propia vida en aras a lograr las mejores cotas de felicidad posibles. En líneas generales, el objetivo debe ser conocer y manejar aquellas variables que pueden determinar un adecuado proceso de ajuste familiar, personal y social, desde los ámbitos emocionales, cognitivos y conductuales, que implique un alto grado de conocimiento de la discapacidad visual, sus consecuencias y limitaciones; un cambio de actitudes ante la discapacidad; una orientación hacia conductas adaptativas; un mejor manejo y aprovechamiento de los recursos psicopersonales y sociales disponibles.
En este sentido, hay que contemplar que la visión proporciona la posibilidad de constatar una realidad continuada en el tiempo que permanece separada del sujeto, permite la aprehensión global de esa realidad, siempre en términos relativos (función integradora de los datos), y facilita el aprendizaje por imitación. Derivado de esta dificultad para percibir, procesar y explorar (conocimiento) de forma continua, en el caso de ceguera congénita, se producirán interferencias en la vida del bebé discapacitado visual, que se concretarán en que el bebé no incita la participación de los padres (vivenciado como falta de interés o atención); en dificultades en los padres para sentirse reconocidos; dificultad del bebé para integrar los datos parcelados referidos a los padres como realidad externa y objeto global; y pasividad, dependencia y escasez de iniciativa (padres como responsables de iniciar el proceso) O en el caso de la ceguera sobrevenida, la creencia generalizada que postula que la ceguera marca o altera el estilo de vida del sujeto afectado, afectando a la autoestima por el uso de adaptaciones que remarcan aspectos diferenciadores, en la habilidad para manejarse de forma autónoma e independiente, en el control del entorno… Todo ello implica dificultades para el manejo personal y en el hogar, para la marcha, para la lecto escritura, vocacionales, recreativas…, iniciándose un proceso de ajuste que supone el reconocimiento de que no se es totalmente autosuficiente.
El experimentar una discapacidad visual puede alterar de forma significativa la vida de una persona a cualquier edad. La relación entre apoyo social y la adaptación a la discapacidad visual es recíproca y dinámica. Las exigencias que se le plantean a la persona y/o a la familia cambian a medida que la persona pasa de una etapa a otra. Pero si no centramos toda la atención en la discapacidad, si no olvidamos que lo que tenemos cerca es una persona y no un ciego, se puede colaborar para formar a la persona a ser libre, autónoma y feliz. Y así iniciar el proceso de ajuste a la discapacidad visual.
En este proceso la persona con discapacidad visual aprenderá estrategias, actitudes, habilidades, conceptos, normas, hábitos…, que posibilitarán su interacción con el entorno físico y social de referencia. Aprenderá a formar juicios de valor. Y a entender en su justa medida todo lo que nos hace humanos. A sufrir. A luchar. A superarse. A disfrutar con las grandes y pequeñas cosas que encontramos y nos dejan huella. Y que nos hacen cambiar y nos impelen a seguir en esa búsqueda diaria de la plenitud, la felicidad y la armonía. Abstracciones que nos orientan al goce de la belleza y la consecución de la realización personal que nos hace libres. Poderosos. Inmortales. ¿Alguien sabe cuál es el color de la ilusión? ¿Y los colores de lo eterno? ¿Hay alguien que haya escuchado alguna vez la música de la esperanza? ¿Cómo suena el corazón cuando ama? ¿Cuál es el tacto del deseo largo tiempo soñado? ¿Y el aroma de la ternura? ¿O el sabor de la risa? Conceptos que varían de una persona a otra, de una época a otra, de un instante a otro. Ideas que nos atrapan y que presuponemos lineales, invariables y con un único proceso de formación. Lo hermoso es bueno; lo feo, malo, pensamos. Y al pensarlo, sentimos y actuamos en la misma dirección. Y cargamos el énfasis en la vía visual. Pero aún más: asociamos la falta de visión a aspectos negativos, a una realidad no deseada, impuesta desde fuera que nos impide captar, entre otras muchas cosas, la belleza del mundo que nos rodea.
Las propiedades y atributos de las personas, objetos y acontecimientos se aprenden mediante la interacción con el propio entorno físico y social. En este proceso, la visión juega un papel predominante, por lo que, como norma general, cuanto mayor sea la pérdida visual, menor será su dependencia de los datos sensoriales visuales y mayor su dependencia de la integración de información procedente de otros sentidos, principalmente táctil y auditivo. Mientras la visión sin problemas permite que la persona perciba primero el todo, luego sus partes componentes y la relación entre componentes y el todo, el proceso auditivo-táctil requiere que, una vez examinadas las partes, la persona las integre en un todo (función sintética/analítica) Este proceso analítico de conceptualización es menos eficiente, más lento y más susceptible de crear concepto erróneos o incompletos. Más aún, la conceptualización sin visión tiene algunas dificultades inherentes. Así, algunos acontecimientos y objetos son demasiados lejanos (eclipse solar), demasiado peligrosos (un incendio), demasiado grandes (el mar), o demasiado pequeños (una ameba), o demasiado rápidos e inesperados (accidente de coche) como para permitir una cuidadosa observación no visual. Las formulaciones y posterior refinamiento de los propios conceptos precisan una gran variedad y repetición de experiencias, ya sean directas o indirectas. Las oportunidades para experimentar una gama similar de acontecimientos queda muy limitada por las personas ciegas y suele requerir una cuidadosa planificación (Napier, 1973, recomendaba el uso de objetos reales, modelos tridimensionales, e ilustraciones en relieve bidimensionales acompañadas de adecuadas descripciones verbales) Las descripciones verbales aisladas aportan una base inadecuada para la formación de conceptos. Las personas con discapacidad visual que oyen palabras y luego las usan sin tener una base de experiencias adecuadas para su comprensión cometen "verbalismos". La mayoría de nosotros usamos algunos verbalismos (fisión nuclear, paseo lunar, panes de oro...), pero aquellas personas con ceguera a quienes no se ha animado a explorar e interactuar con su entorno tienden a usar estas verbalizaciones con más frecuencia. Además, debemos no olvidar la incidencia de la ausencia de la visión sobre la reducción en el canal de información. Esta reducción ha sido cifrada en un 70%, afectando principalmente a las realidades demasiado alejadas (astros), grandes (montañas), pequeñas (pulgas), peligrosas (fuego), en movimiento (vuelo de un pájaro) o aspectos de la misma (color, perspectiva...) No obstante cabe señalar la frecuencia de la redundancia en la información que nos acerca a esa información por diversos canales: el fuego no sólo es forma y color, también podemos acceder a su conocimiento a través del sonido, el olor y el calor. La falta de visión se compensa por otra manera de “ver”, por la cual la vida cotidiana asume una cualidad diferente, es decir, una de naturaleza no visual. Las cosas son bellas no sólo porque se ven bellas. De pronto, las características no visuales son interesantes y comprenden los aspectos básicos para nuestro entendimiento y disfrute. La superficie de una copa, las cualidades estructurales de objetos, los sonidos del silencio, la calidez de una voz que inspira seguridad, una dulce melodía, una caricia inesperada…, todo se vuelve importante y sirve para enriquecer nuestra percepción: aprender a “ver” de nuevo por medio de no-ver. Y así poder vivir.
Es más, si recordamos una experiencia personal de contacto con la belleza, aunque sea esporádica, veremos que nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestras valoraciones se nutren de otros componentes que no tienen nada de visual. Si cierro los ojos y rememoro un maravilloso paseo nocturno por los jardines del Generalife empiezo a sentir que la belleza me invade. Me atrapa. Me subyuga. Y al analizar el recuerdo veo la ausencia de ruidos; veo el aroma de una noche de primavera bajo el calor de una luna llena; o el tranquilo rumor de arriates y fuentes que me acercan a mis sueños. O el pausado vaivén de mis pasos sin prisa ni objetivo. Pero sobre todo veo a la persona que me acompaña en ese viaje y que hace que todo, incluyendo mis temores, mis silencios, mi soledad, se funda en un acercamiento al conocimiento de lo que es realmente hermoso. ¿Hace falta algo más?
Y lo mismo sucede cuando encontramos la belleza de una persona. Mirando o tocando. ¿Qué dicen tus ojos? ¿Qué dicen los míos? Nos hemos encontrado y nos hemos mirado. En silencio. Calladamente. Proyectando la luz que nos acompaña. Interactuando. Conociéndonos. Desde la certeza de que existen miradas que lo dicen todo. Que nos muestran al mundo tal y como somos. Que dan calor. Abrigo. Ternura. Complicidad. Miradas que te invitan o que te rehuyen. Que alimentan la esperanza y la alegría. Miradas tristes. Agradecidas. Esquivas. Nerviosas. Suplicantes. Enamoradas. Miradas que son oferta de amistad. Firmes y sostenidas. Miradas que dicen cuanto le importas a alguien. Y que nos hacen ver la belleza que nos rodea. Aunque no vea.

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