Texto publicado por Miguel de Portugalete

Christopher Hitchens : Vida y muerte de un escritor

Vida y muerte de un escritor al límite

Con el fallecimiento de Christopher Hitchens desaparece una figura
inclasificable de la literatura, el periodismo y el ensayo - El polemista
sucumbió al cáncer de esófago

ANTONIO CAÑO - Washington

EL PAÍS - Cultura - 17-12-2011
Aspirante sin reservas al título de mayor polemista de nuestro tiempo,
Christopher Hitchens, muerto el jueves a los 62 años en Houston como
consecuencia de un cáncer de esófago, era un modelo excepcional de
intelectual al límite, de esos, sin contemplaciones, que obligan al público
a tomar drásticamente partido entre los extremos, entre la civilización o la
barbarie, la justicia o la tiranía. Se puede discrepar de su visión sobre
esos conceptos, pero no de su valentía para abordar las dudas y los
conflictos contemporáneos con la misma limpieza y atrevimiento que George
Orwell, su paradigma.
El título de su último libro, Arguably (Discutible), una colección de
ensayos, es un reflejo de la interpretación de su papel en el mundo.
Escribía y hablaba, sobre todo hablaba, inconteniblemente, respecto a
cualquier acontecimiento relevante y sin piedad. Utilizaba la provocación
como un vehículo hacia el conocimiento. Consideraba la discusión el
instrumento imprescindible para alcanzar la verdad, y entendía que a esta
solo se podía llegar liberado de cualquier atadura política, religiosa o
incluso emocional. No conocía fronteras en su afán de consecuencia. No le
tembló el pulso para reconocer en su autobiografía, Hitch-22 (Debate), el
desprecio hacia su padre, un oficial burócrata de la Armada británica. Ni
tuvo escrúpulos en escribir contra su mejor amigo en vida, Martin Amis,
después de la publicación de un libro en el que entendía que este se había
burlado de las víctimas de Stalin.
El dictador ruso era su prototipo de la maldad. Se pronunció contra todos
los tiranos de su época, desde Pinochet a Milosevic, y azotó por igual a
derecha e izquierda cada vez que creía detectar un ataque a la razón o un
abuso de poder. Escribió un libro contra Henry Kissinger, a quien
consideraba un criminal de guerra, y otro contra Bill Clinton, a quien tenía
por un político manipulador y mentiroso. Escribió contra la madre Teresa, a
quien creía una iluminada que pervertía el Tercer Mundo con sus mensajes
retrógrados, y contra el ayatolá Jomeini, especialmente después de la fetua
emitida por Irán contra su amigo Salman Rushdie.
Se le tiene como el inventor del término islamofascismo. Brillante e
imaginativo siempre, Hitchens era un gran inventor de palabras. En esta se
resume perfectamente la intolerancia y el peligro que representa el
radicalismo islámico, uno de los fenómenos que con más firmeza combatió.
Espíritu libre hasta el final -pasó sus últimos días en el Anderson Cancer
Center de Houston sin tratamiento médico para poder morir en paz-, Hitchens
se ganó múltiples enemigos por abominar de cualquier Dios. Jamás se retractó
del alegato antireligioso de su libro más famoso, God is not great (Dios no
es bueno, en la edición española de Debate). Y, aunque descubrió hacia la
mitad de su vida que su madre, a la que adoró, era judía y, por tanto, él
también lo era, eso no le desató mayor curiosidad por el alma del judaísmo
ni templó sus críticas al Estado de Israel.
Aunque dio varios quiebros en su vida, como el tránsito de su juventud
trotskista a su apoyo a la guerra de Irak, no se le conocen rectificaciones
significativas de sus opiniones expuestas como adulto. Explicó varias veces
que, en su respaldo a la aventura iraquí, primó su odio a los sátrapas sobre
cualquier otro factor, y así lo sostuvo hasta el final. Persistió y defendió
también su desmedida afición al alcohol y al tabaco, pese a que era
consciente de que esto último había acabado provocando su cáncer de esófago.
Su cigarrillo le sirvió además de bandera de independencia en Estados
Unidos, a donde llegó en 1981 y cuya nacionalidad adquirió. El pitillo de
Hitchens, en tiempos dominados por la presión de lo conveniente, fue siempre
un acto de rebeldía contra el poder de lo políticamente correcto en
Washington, ciudad donde tenía su residencia.
Indomable en sus actos y en sus palabras, deja un ejemplo que no es fácil de
seguir. Se ha comparado su escritura con la de Oscar Wilde y Lord Byron. Su
amigo el novelista Christopher Buckley -que lo fue, pese a los continuos
ataques de Hitchens hacia su padre, el influyente pensador conservador
William Buckley- lo ha calificado como "el más grande ensayista en lengua
inglesa". También fue un gran periodista. Pero es su papel como polemista,
como agitador contra el pensamiento dominante, lo que hará que le echemos de
menos, ahora que tanta falta hace.

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