Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Zenit: Eclipse Total.

| Eclipse total.
El amanecer ha entrado por mi ventana del oriente para iluminar mi cielo. Sólo es un cielo entre gotas de rocío que florecen en los prados como diamantes en perlas. Entre baño dulce de diurna esperanza, las palabras no dichas inician su gestación perfecta para ser plasmadas en lienzo de duende, azúcar y sueño sin principio y fin. Sólo espero el momento para gritar mi silencio; un silencio en estrella que busca el reino de la brisia para vivir en alba de un instante eterno de agosto.
El encuentro fue un brillante eclipse de verano, donde la muerta luna en verso blanco alcanzó a un vivo y transparente diamante en sol. El arte de la tierna poesía y la sublime belleza de una infinita flor, se unieron en una estación donde nadie sabía nada; sólo la luna y el sol.
Entre pasos seguros y húmedos cabellos, el tiempo daba con tinta indeleble sus primeras líneas en rivero destino. Las fragancias de las almas, como bruma invisible, se unían como el mar y el cielo para tocarse en horizonte perpetuo. Sentados los astros en el zeniht del claro firmamento, compartían los aromas, los sonidos, los frutos y las palabras escondidas sin manifestar todavía el curso del impredecible encuentro. El frío sol y la cálida luna aún vivían su frío y su calor sin saber nada del porvenir.
Finalmente los astros se unieron viendo nacer un solo cuerpo, una sola alma en eclipse total. La diminuta luna, bebiendo del dorado manantial, logró alcanzar el divino cielo en manos del transparente sol. El brillo, el calor, los perfumes, y los vervos no mencionados, se conjugaban en perfecta sinfonía; era el callado canto sublime de dos corazones que ya gozaban de su propio paraíso.
Mientras el duende del azucarero brincaba de plena dicha, el tiempo daba la potestad de que lo eterno se hiciera dueño del momento. Los rojos claveles siguieron compartiendo su néctar hasta que la clepsidra dio la tercera campanada. Entre pasos seguros, el instante anunció su retirada con la elegía no deseada. Todo estaba consumado; los labios se separaron, los astros se alejaron. San Antonio sin saberlo, fue testigo de la despedida. El sol y la luna ya no se encontraron y se perdieron en la distancia.
En este instante que escribo mis últimas líneas, la aurora ya se ha posado en el zeniht para enraizar en lírio dorado. Ahora yo ceraré mis falsas pupilas para no dejar ir el brillo transparente que me ha dejado su divina presencia. Viviré en sueño, en esperanza, en ilución para algún día, volver a ser parte del cielo como blanca luna que busque al sol en infinito eclipse total.

ALM