Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

La yerba mate.

La yerba mate

La luna se moría de ganas de pisar la tierra.
Quería probar las frutas y bañarse en algún río.
Gracias a las nubes, pudo bajar. Desde la puesta del
sol hasta el alba, las nubes cubrieron el cielo para que nadie
advirtiera que la luna faltaba.
Fue una maravilla la noche en la tierra. La luna paseó por la selva
del alto Paraná, conoció misteriosos aromas y sabores y nadó
largamente en el río. Un viejo labrador la salvó dos veces. Cuando el
jaguar iba a clavar sus dientes en el cuello de la luna, el viejo
degolló a la fiera
con su cuchillo; y cuando la luna tuvo hambre la llevó a su casa.

"Te ofrecemos nuestra pobreza", dijo la mujer del
labrador, y le dio unas tortillas de maíz.
A la noche siguiente, desde el cielo, la luna se asomó a la casa de sus
amigos. El viejo labrador había construido su choza en un claro de la
selva, muy
lejos de las aldeas. Allí vivía, como en un exilio, con su mujer y su hija.
La luna descubrió que en aquella casa no quedaba nada que comer. Para
ella habían sido las últimas tortillas de maíz.
Entonces iluminó el lugar con la mejor de sus luces y pidió a las nubes
que dejasen caer, alrededor de la choza, una llovizna muy especial.
Al amanecer en esa tierra habían brotado unos árboles desconocidos.
Entre el verde oscuro de las hojas, asomaban las flores blancas.
Jamás murió la hija del viejo labrador. Ella es la dueña de la yerba
mate y anda por el mundo ofreciéndola a los demás.
La yerba mate despierta a los dormidos, corrige a los haraganes y hace
hermanas a las gentes que no se conocen.

Eduardo Galeano