Texto publicado por SUEÑOS;

USA,-cuento.

PÁJARO EN MANO

Larry Niven

-Eso no es un rocho - dijo Ra Chen.
El ave les devolvió una mirada estúpida desde el otro lado de la gruesa pared de cristal. Sus alas eran pequeñas y subdesarrolladas, sus patas y pies enormes, ridículos. Pesaba trescientas libras y tenía casi ocho pies de estatura.
-Me dio una coz - se quejó Svetz, un hombrecillo delgado -. Me alcanzó en un costado y me partió cuatro costillas.
-Pero no es un rocho. Lo siento, Svetz. Mientras estabas en el hospital efectuamos unas investigaciones en la sección de historia de la Biblioteca de Beverly Hills. El rocho no existió nunca: fue un animal legendario.
-Pero, mira eso…
Ra Chen asintió.
-Eso es lo que dio origen a la leyenda, probablemente.
Los primeros exploradores de Australia vieron a esos… avestruces corriendo por allí. Y se dijeron a sí mismos: «Si los pollos son de ese tamaño, ¿cómo serán los adultos?» Entonces regresaron a sus países y empezaron a contar historias acerca de los adultos.
-¿Y me ha destrozado las costillas un ave incapaz de volar?
-Cálmate, Svetz. No se ha perdido todo. El avestruz era una especie extinguida. No caerá mal en el vivarium del Secretario General.
-Pero el Secretario General quería un rocho. ¿Qué vas a decirle?
Ra Chen hizo una mueca.
-La cosa es mucho peor. ¿Sabes lo que quiere ahora el Secretario General?
El Secretario General constituía un problema para todo el mundo. Un gene recesivo heredado de su poderosa familia le había dejado con la inteligencia de un niño de seis años. Otra clase de herencia le había convertido en dueño y señor de la Tierra y de sus colonias. Su capricho era ley en todo el universo explorado.
Sea lo que fuere lo que ahora deseaba el Secretario General, resultaba vital que lo obtuviera.
-Algún imbécil se lo llevó a nadar a Los Ángeles - dijo Ra Chen -. Ahora insiste en ver la ciudad antes de que se hundiera.
-No parece una idea descabellada.
-No lo sería, si su deseo se limitara a ver la ciudad. Pero alguien de su Círculo de Consejeros se dio cuenta de su interés, y le han proporcionado grabaciones históricas de Los Ángeles. Le gustaron. Y ahora quiere participar en el primer Motín Watts.
Svetz tragó saliva.
-Eso plantearía algunos problemas de seguridad.
El avestruz ladeó la cabeza, estudiándoles. Parecía la cría enorme de un ave mucho más enorme. Svetz podía imaginar que acababa de ver cómo rompía el cascarón de un huevo del tamaño de un bungalow.
-Me duele la cabeza - dijo -. ¿Por qué me cuentas esas cosas? Sabes perfectamente que la política no es lo mío.
-¿Imaginas lo que ocurriría si provocáramos la muerte del Secretario General? Existen ya poderosas facciones que anhelan la desaparición del Instituto de Investigaciones Temporales.
-Pero, ¿qué podemos hacer? No podemos desatender una petición directa del Secretario General.
-Podemos distraerle.
-¿Cómo?
-Aún no lo sé. Si pudiera llegar hasta su niñera - murmuró Ra Chen entre dientes -. Lo he intentado varias veces, inútilmente. Tal vez la ha sobornado el ISR. Tal vez es leal. Hace treinta y ocho años que cuida al Secretario General.
-¿Cómo podemos saber lo que le llamaría la atención al Secretario General? Sólo le he visto cuatro veces en actos oficiales… Si pudiéramos distraerle con un juguete nuevo, se olvidaría de Los Ángeles.
La jaula ante la cual pasaban estaba etiquetada:

ELEFANTE

Recuperado del año 700 Ante-Atómico, en la región de la India, Tierra. EXTINGUIDO.
El arrugado animal, de color gris, les contempló con soñolienta indiferencia. No había sido capturado por Svetz.
Pero Svetz había capturado casi la mitad de los animales que había allí, incluidos varios cuyos tanques estaban medio llenos de agua. Svetz temía a los animales. Especialmente a los de gran tamaño. ¿Por qué Ra Chen le enviaba siempre a capturar animales?
Los diez metros de basilisco de la jaula siguiente reconocieron a Svetz. Le arrojó un chorro de llamas blanco-anaranjadas, y agitó furiosamente sus diminutas alas de murciélago al comprobar que la llama no traspasaba el cristal.
Los animales de la Tierra del pasado estaban encerrados porque tenían que ser protegidos del aire de la Tierra del presente.
Svetz recordó el cielo azul-cobalto de la Tierra del pasado y se tranquilizó. El cielo de la tarde de hoy era turquesa brillante en el cenit, con tonos verde pastel y amarillos cerca del horizonte. Svetz lo vio y se tranquilizó. Si el escupefuego chino salía de la jaula alguna vez, estaría demasiado ocupado respirando aire más puro para atacar a Svetz.
-¿Qué podríamos traerle? Creo que está cansado de estos animales. ¿Qué opinas de una jirafa, Svetz?
-¿Una qué?
-O un perro, o un sátiro… o tal vez un oso.
-Me pregunto si no estaremos siguiendo un camino equivocado - dijo Svetz.
-¿Por qué?
-El Secretario General tiene animales suficientes para satisfacer a un millar de hombres. Y, lo que es peor, estamos compitiendo con Espacio al traer animales raros. Ellos también pueden hacerlo.
Ra Chen se rascó la nuca.
-Nunca había pensado en eso. Tienes razón. Pero tenemos que hacer algo.
-Con una máquina del tiempo se pueden hacer muchas cosas.
Podían haber tomado una plataforma de desplazamiento para regresar al Centro. Ra Chen prefirió andar. Así tendría la oportunidad de pensar, dijo.
Svetz andaba con la cabeza inclinada al lado de su jefe. La inspiración había acudido a él en casos similares, cuando la necesitaba. Pero llegaron al rojo hexaedro de piedra arenisca que era el centro, y el relámpago mental no había brillado.
Una gran mano se cerró sobre su brazo.
-Un momento - dijo Ra Chen en voz baja -. El Secretario General nos está haciendo una visita.
El corazón de Svetz se encogió.
-¿Cómo lo sabes?
Ra Chen señaló.
-Deberías reconocer eso que hay en la calzada. Lo trajimos el mes pasado desde el 3 de junio del año 26 Post-Atómico, el día del Gran Terremoto de California, de Los Ángeles. Es un automóvil de combustión interna. Pertenece al Secretario General.
-¿Qué haremos?
-Entrar y que nos vea. Reza por que no insista en que le lleven a Watts, el 11 de agosto del año 20 Post-Atómico.
-¿Y si lo hace?
-Le enviaré allí. Pero no contigo, Svetz, sino con Zeera. Ella es negra y habla el inglés norteamericano. Puede ser una ayuda.
-¿Tú crees? - inquirió Svetz.
Pero estaba ya más tranquilo: los riesgos serían para Zeera.
Pasaron cerca del automóvil del Secretario General. Svetz estaba intrigado por su aspecto angular, sus complicados tableros de mandos, sus adornos cromados. Alguien había levantado el capó, de modo que el motor quedaba a la vista.
-¡Espera! - dijo Svetz súbitamente -. ¿Le gusta?
-¿De qué estás hablando?
-¿Le gusta su automóvil al Secretario General?
-Desde luego. Le tiene mucho cariño.
-Podemos traerle otro automóvil. California tenía que estar llena de automóviles el día anterior al Gran Terremoto.
Ra Chen se paró bruscamente.
-Tal vez tengas razón. Podría entretenerle, darnos tiempo…
-¿Para qué?
Ra Chen no pareció oírle.
-¿Un coche de carreras? No, se estrellaría… Y el Círculo de Consejeros no permitiría que instalásemos un conductor robot. Quizás un descapotable…
-¿Por qué no se lo preguntas a él?
-Vale la pena intentarlo - dijo Ra Chen.
Subieron la escalinata.
En el Centro había tres máquinas del tiempo, incluyendo la que llevaba adosada una jaula, y una multitud de tableros con parpadeantes luces de colores, que era lo que más le gustaba al Secretario General. Este sonrió al ver que se acercaba Ra Chen. Sus guardaespaldas le rodeaban con los rostros rígidos y las palmas de las manos pegadas a las culatas de sus pistolas.
Ra Chen presentó a Svetz como a «mi mejor agente». Svetz quedó tan abrumado por el honor que sólo pudo tartamudear unas palabras ininteligibles. Pero el Secretario General no pareció darse cuenta.
Cuando Ra Chen formuló la pregunta acerca de los automóviles, el Secretario General sonrió de oreja a oreja y asintió vigorosamente. Enfrentado a una amplia gama de modelos - cinco o seis décadas con docenas de modelos nuevos cada año -, el Secretario General se chupó el dedo índice y meditó profundamente.
Finalmente llegó a una decisión.

-«¿Por qué no se lo preguntas a él? ¿Por qué no se lo preguntas a él?» - remedó Ra Chen furiosamente -. Ahora ya lo sabemos. ¡El primer automóvil! ¡Quiere el primer automóvil que se construyó!
-¿Cómo podía imaginar una cosa así? - trató de disculparse Svetz, en tono lastimero -. Significa una investigación que abarcará más de dos décadas en los continentes europeo y norteamericano…
-Utilizaremos los libros de la Biblioteca de Beverly Hills. Pero es un mal asunto, Svetz…
La incursión a la Biblioteca de Beverly Hills se llevó a cabo en pleno día, utilizando la máquina del tiempo que llevaba adosada la jaula, el 3 de junio del año 26 Post-Atómico. El mismo día que empezaron a producirse los temblores de tierra…
Svetz, Ra Chen y Zeera Southworth se pasaron la mitad de la noche en la sección de Historia de la Biblioteca de Beverly Hills. Ra Chen sabía el suficiente inglés norteamericano para reconocer los títulos, pero al final Zeera tuvo que encargarse de la lectura.
Zeera Southworth era alta, delgada y muy morena, coronada de cabellos semejantes a una explosión de pólvora negra. Entre los hombres que trabajaban en el Centro tenía fama de ser tan frígida como las cavernas de Plutón. También era la única que podía manejar el caballo unicorne que Svetz había traído de la Bretaña prehistórica.
Estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, leyendo en voz alta los párrafos pertinentes, mientras los otros paseaban de un lado para otro. Seguían una intrincada pista de referencias…
A las dos de la mañana estaban sudorosos y enfurecidos.
-¡Nadie inventó el automóvil! - estalló Ra Chen -. ¡Apareció por casualidad!
-Desde luego, tenemos un amplio campo donde elegir - convino Zeera -. Supongo que podemos prescindir del automóvil a vapor. Esto eliminaría a Cugnot y a Trevithick.
-Gracias sean dadas a la Ciencia por eliminar algo.
Svetz dijo:
-Nuestras mejores posibilidades parecen ser Lenoir de Francia y Marcus de Viena. Sin perder de vista los derechos que alegan Daimler y Benz, y la patente de Selden, en vigor durante muchos años…
-¡Hay que escoger uno! - exclamó Ra Chen.
-Un momento - dijo Zeera, la única que parecía conservar la calma -. Este Ford podría ser lo que buscamos.
-¿Ford? ¿Por qué? Lo único que inventó Ford fue un sistema de producción en masa.
Zeera esgrimió el libro. Svetz lo reconoció: un volumen que ella había estado leyendo antes.
-Este libro asegura que Ford fue el responsable de todo, que creó la industria del automóvil sin ayuda de nadie.
-Pero nosotros sabemos que eso no es verdad - protestó Svetz.
Ra Chen agitó una mano, como barriendo la objeción.
-Tomaremos el automóvil Ford, y presentaremos ese libro para autentificarlo. ¿Quién conocerá la diferencia?
-Pero, si alguien efectúa las mismas investigaciones que nosotros… ¡Oh! Desde luego. Obtendrá las mismas respuestas. Es decir, ninguna respuesta. El Ford es tan bueno como cualquier otro.
-Es preferible que a nadie se le ocurra investigar - dijo Zeera -. Lástima que no podamos llevarnos el modelo T; tiene más aspecto de automóvil.
A la mañana siguiente, Ra Chen cursó las últimas instrucciones.
-Si tomásemos un modelo de una época posterior, del Instituto Smithsoniano, por ejemplo, la cosa resultaría menos complicada - dijo Zeera.
-El automóvil tiene que ser nuevo - dijo Ra Chen - Compréndalo, Zeera. ¡No podemos darle al Secretario General un automóvil de segunda mano!
-Es cierto.
-La dejaremos en tierra a las tres de la mañana. Utilice infrarrojos y píldoras para cambiar su visión. No muestre ninguna luz visible. La luz artificial probablemente les asustaría mortalmente.
-De acuerdo. ¿Qué hay del dialecto?
-Usted habla inglés norteamericano blanco y negro, pero de un período posterior. No emplee el argot. Sea negra, a menos que quiera impresionar a algún blanco. Entonces hable blanco, pero hable lenta y cuidadosamente y utilice palabras sencillas. Creerán que es usted de otro país. Eso espero.
Zeera asintió. Entró en la jaula arrastrando detrás de ella el duplicador. No abultaba mucho, pero pesaba alrededor de una tonelada, sin el generador.
Vieron cómo la jaula se hacía borrosa y desaparecía. Continuaba unida a la máquina del tiempo, pero conectada a lo largo de una dirección que no transmitía luz.
-¡Ya está! - exclamó Ra Chen, frotándose las manos - No creo que Zeera tenga ninguna dificultad para conseguir uno de los cacharros de Henry Ford. Las dificultades pueden empezar cuando el Secretario General vea lo que le entregamos.
Svetz asintió, recordando los grabados en blanco y negro y unidimensionales de los libros de historia. La máquina de Ford era desgalichado, tosca, fea e informal. Unos cuantos añadidos subrepticios la harían un poco más manejable. Nada podría hacerla hermosa.
-Necesitamos otra distracción - dijo Ra Chen -. Con esto sólo hemos conseguido ganar tiempo.
-Hay algo que me gustaría probar - aventuró Svetz.
-¿Relacionado con…?
-El rocho.
Ra Chen hizo una mueca.
-Querrás decir el avestruz. No quieres darte por vencido, ¿eh? Desengáñate, Svetz, los rochos no existieron nunca.
Pero Svetz se mostró testarudo.
-¿Has oído hablar de la neotenia?
-No. Mira, Svetz, el viaje para ir en busca del rocho desequilibró nuestro presupuesto. No fue culpa tuya, desde luego, pero otro viaje nos costaría más de un millón de comerciales, y…
-No necesito la máquina del tiempo.
-¿No?
-Lo único que necesito es la ayuda del Veterinario de Palacio. ¿Puedes conseguírmela?
El Veterinario de Palacio era una mujer robusta, de piernas musculosas y mandíbula saliente. Una plataforma volante llena de instrumentos la seguía entre las jaulas.
-Conozco a cada uno de esos animales - le dijo a Svetz -. Incluso se me ocurrió la idea de darles un nombre. Cada animal debería tener un nombre.
-Ya lo tienen.
-Sí. ELEFANTE, AVESTRUZ - leyó -. A Gilgamesh se le da un nombre para que no se confunda con Gilbert. Pero a nadie se le ocurrirá confundir un CABALLO con un ELEFANTE. Sólo hay un ejemplar de cada animal. Lamentable.
-¿Y las crías?
-¿Sabe lo que hacemos con las crías? Las dejamos crecer un poco y luego las congelamos. Sólo puede haber un ejemplar de cada especie vivo - Se paró delante de la jaula del AVESTRUZ -. ¿Es ésa su presa? Tenía ganas de verla…
El ave ladeó la cabeza para estudiar a la pareja que se encontraba al otro lado del cristal. Pareció sorprenderse ante la presencia de Svetz.
-Parece una cría recién nacida - dijo la mujer -. Salvo por las patas y los pies desnudos, desde luego. Parecen haberse desarrollado para soportar una masa suplementaria.
Svetz estaba apurado por la necesidad de hallarse presente en dos lugares al mismo tiempo. Su propia sugerencia había puesto en marcha el proyecto de Zeera. Tendría que estar allí. Pero… el avestruz había sido su primer fracaso.
-¿Tiene aspecto de neoteno? - inquirió.
-¿Neoteno? Indiscutiblemente. La neotenia es un método ordinario de evolución. Nosotros mismos poseemos rasgos neotenos: piel desnuda, en tanto que todos los demás primates están cubiertos de pelo. Cuando nuestros antepasados empezaron a cazar su carne a través de las llanuras, necesitaron un sistema de enfriamiento superior al de la mayoría de los primates. De modo que conservaron un aspecto de inmadurez, la piel desnuda.
»El ajolote fue un ejemplo clásico de neotenia…
-¿El qué?
-Usted sabe lo que era una salamandra, ¿no? En su primera fase de desarrollo tenía agallas y aletas. En su edad adulta desarrollaba pulmones, perdía las agallas y vivía sobre la tierra. El ajolote, en cambio, conservaba las agallas y las aletas. Una recesión genética. Típica de la neotenia.
-Nunca he oído hablar de ajolotes ni de salamandras.
-Se extinguieron hace muchísimo tiempo. Necesitaban arroyos y balsas al aire libre para vivir.
Svetz asintió. El agua al aire libre era un veneno mortal, en cualquier parte de la Tierra.
-El problema estriba en que no sabemos cuándo perdió ese animal su capacidad para volar. No sabemos si, en virtud de algún factor neoténico casual, las alas del ave dejaron de desarrollarse. Como compensación, pudo desarrollar ese tamaño anormal.
-Ya. Entonces, sus antepasados…
-Pudieron tener el tamaño de un pavo. ¿Vamos a echarle una mirada?

El cristal se deslizó a un lado para dejarles entrar en la jaula. El avestruz se echó hacia atrás, intranquilo ante la presencia de la pareja.
La mujer abrió una bolsa de su plataforma flotante, sacó una especie de pistola y la utilizó. El avestruz profirió un gruñido y cayó al suelo, inconsciente.
La mujer avanzó hacia el animal… y se detuvo bruscamente en el centro de la jaula. Olfateó, volvió a olfatear y una expresión de terror asomó a su rostro.
-¿Acaso he perdido el sentido del olfato? - inquirió.
Svetz sacó un par de lo que parecían bolsas de celofán y le entregó una.
-Póngase esto.
-¿Por qué?
-Podría asfixiarse si no lo hiciera…
Svetz se colocó la otra bolsa, introduciéndola en su cabeza por la abertura y atándola después alrededor de su cuello.
-Este aire es letal - explicó -. Es el aire del pasado de la Tierra, reconstituido. Tiene una antigüedad de mil quinientos años. Por eso percibía usted únicamente el olor a avestruz.
»Para mantenerse viva usted no necesita dióxido de azufre y dióxido de carbono. Sólo necesita dióxido de carbono. Una determinada concentración de dióxido de carbono en su sangre estimula el reflejo respiratorio».
Ella había terminado de colocarse el casco filtrador.
-Supongo que aquí la concentración es demasiado baja. - Exacto. Se olvidó usted de respirar. Está acostumbrada a un aire que tiene un cuatro por ciento de dióxido de carbono. Aquí, la proporción no llega ni a la décima parte.
»El ave puede respirar este aire. De hecho, moriría sin él. Nosotros hemos tenido mil quinientos años de tiempo para adaptarnos a lo que hemos puesto en el aire. El avestruz, no».
-No lo olvidaré - dijo la mujer secamente, hasta el punto de que Svetz se preguntó si le había estado dando lecciones a alguien que conocía la materia mucho mejor que él.
La mujer se arrodilló junto al caído avestruz y la plataforma descendió hasta su altura.
Svetz la contempló mientras manipulaba en el avestruz, tomando muestras de tejido, comprobando la presión sanguínea y los latidos del corazón en respuesta a pequeñas dosis de hormonas y de drogas.
En términos generales sabía lo que ella estaba haciendo. Existían técnicas para invertir las mutaciones más recientes en las características genéticas de un animal. Uno no hacía siempre lo que se esperaba de él. Sin embargo… varias jaulas más allá había un homo habilis que había pertenecido al Círculo de Consejeros hasta que se le ocurrió sugerir que el Secretario General era un tarado mental y un tirano.
Mientras ella identificaba los desarrollos neotenos, trataría de averiguar también lo que ocurriría cuando fueran eliminados. Luego había problemas de metabolismo. Si Svetz estaba en lo cierto, la masa del ave aumentaría rápidamente. Y tendría que ser alimentada por vía intravenosa.
En términos generales… Pero los detalles de lo que ella estaba haciendo eran misteriosos y oscuros.
Svetz se encontró estudiando el casco filtrante de la mujer. Al hincharse se había hecho casi invisible. Un borde dorado se reflejaba por difracción contra el cielo pardoamarillento.
¿Deseaba realmente el Espacio apoderarse del Instituto de investigación Temporal? En tal caso, aquel halo dorado era un apoyo para su pretensión. Se trataba de una membrana semipermeable. Dejaba pasar selectivamente gases en ambas direcciones, convirtiendo en respirable una atmósfera casi irrespirable.
Procedía de un almacén del Espacio.
El IIT poseía otros materiales procedentes de las industrias del Espacio. Varillas volantes, pistolas que disparaban agujas anestésicas, la unidad antigravitacional de la nueva jaula adosada a la máquina del tiempo…
Pero su argumento básico era más sutil.
Hubo un tiempo en que los océanos estaban llenos de vida - pensó Svetz -. Ahora, los continentes están tan muertos como la Luna: sólo hay en ellos ciudades sumergidas. En otro tiempo, todo este continente era bosque y desierto viviente y agua dulce. Nosotros cortamos los árboles, matamos a los animales y envenenamos los ríos…
Hemos olvidado tanto acerca del pasado que no podemos separar la leyenda de los hechos. Nosotros hemos acabado con la mayoría de las formas de vida sobre la Tierra en los últimos mil quinientos años, y hemos cambiado la composición del aire hasta el punto de que no resistiríamos que volviera a ser lo que era.
Yo temo a los animales desconocidos del pasado. No puedo respirar el aire. No puedo reconocer las plantas comestibles. No mataría animales para comer. Y no sé cuáles de entre ellos me matarían a mí.
El pasado de la Tierra me es tan ajeno como el de otro planeta.
El Veterinario de Palacio estaba ocupado conectando intravenosamente el avestruz a unos tubos de diversos colores.
El teléfono de bolsillo de Svetz empezó a sonar.
Durante unos instantes, Svetz pensó en no contestar. Pero ganaron los buenos modales, y Svetz abrió el teléfono.
-Hay problemas - dijo la imagen de Ra Chen -. La jaula de Zeera ha iniciado su camino de regreso. Zeera debió tirar de la palanca de retorno inmediatamente después de haber pedido la jaula.
-¿Se marchó Zeera antes de que la jaula pudiera llegar allí?
-Sí - dijo Ra Chen -. Lo que ocurrió tuvo que ocurrir muy aprisa. Si ella pidió la jaula, es que tenía el automóvil. Un momento después hizo abortar la misión. Estoy preocupado, Svetz.
-No me gustaría tener que marcharme ahora - dijo Svetz.
Se volvió a mirar al avestruz. En aquel preciso instante se desprendían todas sus plumas, dejándolo completamente desnudo.
Aquello le decidió.
-Ahora no puedo moverme de aquí. Dentro de unos minutos tendremos un rocho completamente desarrollado.
-¿Qué? ¡Estupendo! Pero, ¿cómo…?
-El avestruz era una recesión neotena de un rocho.
-¡Estupendo! No te muevas de ahí, Svetz. Ya nos arreglaremos sin ti.
Ra Chen desconectó.
El Veterinario de Palacio dijo:
-No haga usted promesas que no pueda cumplir.
El corazón de Svetz dio un salto.
-¿Dificultades?
-No. Hasta ahora todo marcha sobre ruedas.
-Todas las plumas han caído. ¿Es bueno eso?
-No se preocupe por las plumas. Mire: ya hay otra capa de plumón. Y mire las patas: se están haciendo más fuertes.
El ave era ahora una gran bola de plumón amarillo. Su armazón se había encogido, pero las patas se habían encogido todavía más. De pie, la estatura del animal no habría alcanzado los cuatro pies. La masa suplementaria se había convertido en grasa, de modo que el avestruz era casi esférico; parecía un pato de gran tamaño tendido de costado sobre una balsa de plumas.
El Veterinario de Palacio miró a Svetz, sonriendo.
-Tenía usted razón - dijo -. El avestruz era un rocho neoteno.
En aquel momento cambió la luz.
Svetz levantó la mirada: el cielo tenía un color azul claro desde el horizonte hasta el cenit.
-¿Qué pasa? - La mujer estaba más divertida que asustada -. ¡Nunca había visto un color como ése!
-Yo, si.
-¿Qué significa?
-No se preocupe. Pero conserve puesto el casco, especialmente si sale de la jaula. ¿Se acordará?
-Desde luego - La mujer enarcó las cejas -. Usted sabe algo acerca de esto, Svetz. Tiene algo que ver con el tiempo, ¿no es cierto?
-Creo que sí - respondió Svetz.
Ahora, el Veterinario de Palacio tenía un aspecto asustado. Pero continuó atendiendo a su paciente.
El avestruz yacía de costado, pero había abierto los ojos. Era enorme, y seguía aumentando de tamaño. Y sus plumas cambiaban de color. Sería un ave negra y verde.
Era casi tan grande como el elefante de la jaula contigua… cuyo aire soñoliento daba paso a otro de intranquilidad.
El ave no se parecía ya en nada a un avestruz.

El cielo era de color azul claro, el azul del lejano pasado, cruzado por nubes algodonosas de un blanco limpio y brillante. Azul desde el horizonte hasta el cenit, sin el menor rastro de los aditivos que deberían estar allí.
Por doquier yacían hombres y mujeres sin sentido. Svetz no se paró a prestarles ayuda. Lo que tenía que hacer era más importante.
Su paso se hizo más lento a medida que se acercaba al Centro. Le dolían las costillas recién curadas, como si alguien hubiese insertado entre ellas la hoja de un cuchillo.
Varios empleados habían caído alrededor del Centro, probablemente después de haber salido al exterior tambaleándose. Y allí estaba el automóvil del Secretario General. Detrás del vehículo, boca arriba, se encontraba Ra Chen.
Estaba vivo. Su pulso era rápido y tumultuoso. Pero no respiraba. O… sí, respiraba. Estaba inhalando el doble del dióxido de carbono necesario para estimular el reflejo.
Svetz entró en el Centro.
Más de una docena de personas se habían derrumbado junto a los iluminados tableros de control. Otras tres figuras estaban tendidas en el suelo, en un pasillo. El Secretario General yacía en un desorden angular, sonriendo estúpidamente al techo. Sus guardaespaldas estaban caídos a su alrededor, con expresiones soñolientas, empuñando sus pistolas.
La pequeña jaula no había regresado.
Svetz contempló el espacio vacío en la máquina del tiempo y un sudor frío inundó su frente. ¿Qué podía hacer sin que Zeera le dijera lo que había pasado?
Desde el año 50 Ante-Atómico hasta el presente el viaje duraba treinta minutos. La llamada de Ra Chen al Zoo había llegado hacía menos de media hora…
A menos de que se tratara de un efecto colateral de la paradoja. A menos de que la paradoja hubiese desintegrado la jaula de Zeera, dejándola a ella embarrancada en el pasado, o proyectándola a una línea del mundo alternativo, o…
Nunca se había producido una paradoja temporal.
Las matemáticas no servían para nada. Las matemáticas del viaje a través del tiempo estaban llenas de singularidades.
El año anterior alguien había tratado de efectuar un análisis topológico del trayecto recorrido por una jaula de extensión. Había demostrado, no sólo que era imposible viajar a través del tiempo, sino también que no se podía viajar a una velocidad superior a la de la luz. Ra Chen había permitido que la noticia se filtrara al Espacio, a fin de que renunciaran a continuar experimentando con sus naves superpotentes.
¿Qué se podía hacer? ¿Empezar a colocar cascos filtradores a todo el mundo? Desde luego. Pero los cascos no se guardaban en el Centro. Tendría que cruzar toda la ciudad. ¿Se atrevería a salir del Centro?
Svetz se obligó a sí mismo a sentarse.

Unos minutos después apareció la pequeña jaula de extensión: Zeera se asomó a la puerta circular.
-Vuelva a meterse ahí dentro! - le ordenó Svetz -. ¡Aprisa!
-Usted no es nadie para darme órdenes, Svetz - Zeera pasó por delante de Svetz y miró a su alrededor -. El automóvil ha desaparecido. ¿Dónde está Ra Chen?
El rostro de Zeera tenía una expresión de agotamiento. Svetz la cogió del brazo.
-¡Zeera, tenemos…!
Ella se soltó de un tirón.
-Tenemos que hacer algo. El automóvil ha desaparecido. ¿No me ha oído usted?
-¿Me ha oído usted a mí? ¡Vuelva en seguida a la jaula de extensión!
-Antes hemos de decidir lo que tenemos que hacer. ¿Por qué no capto ningún olor?
Zeera olfateó el aire que estaba vacío, muerto. Volvió a mirar a su alrededor con aire de asombro, dándose cuenta por primera vez de que todo parecía haber cambiado.
Luego puso los ojos en blanco, y Svetz la sostuvo entre sus brazos antes de que cayera al suelo.

Svetz estudió el rostro dormido de Zeera a través del diámetro de la jaula de extensión. Era muy distinto de su rostro despierto. Más suave, más vulnerable. Y más bonito.
-Debería relajarse usted más a menudo - dijo.
Le dolían las costillas fracturadas por el avestruz. El dolor parecía latir como un corazón.
Zeera inquirió:
-¿Por qué estamos aquí?
-La jaula de extensión tiene su propio sistema de aire - dijo Svetz -. No puede respirar usted el aire exterior.
-¿Por qué no?
-Dígamelo usted.
Los ojos de Zeera se desorbitaron.
-¡El automóvil! ¡Ha desaparecido!
-¿Por qué?
-No lo sé. Svetz, juro que lo hice todo correctamente. Pero cuando conecté el duplicador, el automóvil desapareció.
-¿Utilizó usted el haz de infrarrojos?
-Desde luego. La oscuridad era absoluta.
-Y tomó usted las píldoras para poder captar los infrarrojos…
-¿Siempre piensa usted con tanta lentitud, Svetz? - Luego, los ojos de Zeera cambiaron de expresión y Svetz supo que se había dado cuenta de lo que había hecho -. ¡Las píldoras! Desde luego. Tenía la vista adaptada a los infrarrojos, y conecté el extremo caliente…
-Exactamente. Y eso duplicó el espacio vacío donde había un automóvil. Formó usted el vacío en ambos extremos.
Zeera se relajó contra el lado curvado de la jaula de extensión, con los brazos engarzados debajo de sus rodillas. De pronto, dijo:
-Según el libro, Henry Ford vendió aquel automóvil por doscientos dólares. Más tarde tuvo dificultades de financiación. ¿Pudo haber influido aquella suma?
-Probablemente. ¿Cuánto son doscientos dólares?
-Luego, alguien utilizó la producción en masa para fabricar automóviles, a vapor o eléctricos.
-Supongo que a vapor. Fueron los primeros.
-Dígame una cosa, Svetz. Si el aire ha cambiado, ¿por qué no hemos cambiado con él? Hemos desarrollado la capacidad de respirar aire con un determinado porcentaje de monóxido de carbono y de dióxido de azufre. ¿Por qué no se interrumpió también la evolución?
-Hay muchas cosas que ignoramos, Zeera.
Siguió un breve silencio. Finalmente, Zeera dijo:
-Está claro. Tengo que regresar y conectar correctamente el duplicador.
-Eso no daría resultado.
-Entonces, ¿qué podemos hacer?
Svetz meditó unos instantes.
-Intentaremos esto: enviarme a mí hacia atrás, hasta una hora antes de la llegada de Zeera. El automóvil no habrá desaparecido aún. Lo duplicaré, duplicaré el duplicado, y llevaré el duplicado invertido y el automóvil original a la gran jaula de extensión. Eso le permitirá a usted destruir el duplicado. Cuando usted se haya marchado reapareceré, dejaré el automóvil original y regresaré aquí con el duplicado invertido. ¿Qué le parece?
-Una gran idea. ¿Le importaría repetirlo?
-Vamos a ver. Enviarme a mí hacia atrás…
Zeera se estaba riendo de él.
-No importa. Pero tengo que ir yo, Svetz. Usted no podría encontrar el camino. No podría solicitar información ni leer los nombres de las calles. Tiene que quedarse aquí y cuidar de los controles.
Svetz asintió, de mala gana.
Salían de la jaula de extensión cuando oyeron un grito horrible, como si anunciara el fin del mundo.
Svetz echó a correr alrededor del flanco hinchado de la jaula. Zeera le siguió, llevando el casco filtrador que había utilizado durante su tentativa de duplicar el automóvil de Ford.
Una de las paredes del Centro era de cristal. A través de ella podía verse el Zoo. Una de las jaulas se estaba abriendo, como…
…como un huevo. Y de las ruinas de su jaula emergió el rocho.
El grito volvió a resonar.
-¿Qué es eso? - susurró Zeera.
-Era un avestruz. Ahora no sé qué nombre aplicarle.
El ave se puso en movimiento, lentamente. Verde y negra, hermosa y diabólica, inmensa como una eternidad, luciendo una cresta de plumas doradas que habían brotado en su frente.
Zeera sacudió el brazo de Svetz.
-No tenemos por qué preocuparnos. Si sale del Zoo, se asfixiará.
El ave remontó el vuelo. Sus alas se movieron como velas, y su negra sombra se proyectó sobre las casas como una nube. Svetz vio que el animal llevaba algo en sus enormes garras.
Svetz lo reconoció… y se dio cuenta del tamaño que había alcanzado el rocho.
-Ha agarrado al ELEFANTE - dijo.
Su voz sonó entristecida. Algo inexplicable, porque Svetz odiaba a los animales.
El rocho se remontó a gran altura. Cualquier ave normal hubiera resultado invisible. Pero el rocho se distinguía perfectamente contra el cielo azul, mientras mataba y se comía al ELEFANTE. Luego continuó ascendiendo, ascendiendo, hacia el borde del espacio. En busca de aire puro.
¿Ascendía aún? No, la sombra negra estaba aumentando de tamaño, cada vez más baja en el cielo. Y el lento movimiento de las alas se había interrumpido.
¿Cómo podía saber un rocho que ya no había aire puro en ninguna parte?

FIN

Edición digital de Sadrac