Texto publicado por SUEÑOS;

Francia,-cuento.

DE UN JUSTICIERO QUE NO RECORDABA

Honoré de Balzac

En la buena ciudad de Bourges, en la época en que se divertía nuestro señor, quien desde entonces dejó la búsqueda de los placeres para conquistar el reino, y de hecho lo conquistó, vivía un señor preboste al que había encargado de mantener el orden y al que se llamó Preboste Real. De donde vino, bajo el glorioso hijo de dicho rey, el cargo de Preboste de Palacio, en el que se comportó un poco demasiado duramente el señor de Méré, llamado Tristán, que estos cuentos ya han mencionado aunque no fuera nada divertido. Digo esto a los amigos que liban en estos viejos cuadernos para mear algo nuevo y demostrar hasta qué punto son sabios estos cuentos sin tener aspecto de serlo, ¡ea! Dicho Preboste era llamado Picot o Picault, de donde se hizo pienso, picotear y picar; por algunos, Pitot o Pitault, de donde salió pitanza; por otros, como en lengua de oc, Pichot, de donde no vino nada que valga la pena; por éstos, Petiot o Petiet como en lengua de oeil; por aquéllos, Petitot y Petinault o Petiniaud que fue la denominación limosina; pero en Bourges se le llamaba Petit, nombre que finalmente fue el de la familia, la cual se abrió mucho camino, ya que encontraréis por todas partes Petit y por eso se le llamará Petit en esta aventura. Hago esta etimología a fin de aclarar nuestro lenguaje y enseñar cómo los burgueses y otras personas acabaron por adquirir nombres. Pero dejemos la ciencia. Dicho Preboste que tenía tantos nombres como países a los que iba la Corte, era en realidad por naturaleza una brizna de hombre bastante mal desempolvado por su madre, de tal modo que cuando intentaba reír separaba los belfos de la misma manera con que se arremangan las vacas para lamer el agua; sonrisa que era llamada en la Corte sonrisa de Preboste. Pero un día, oyendo el rey que algunos señores proferían esta palabra proverbial, les dijo bromeando:
…Os equivocáis, señores, Petit no ríe, le falta cuero en la parte baja de la cara.
Así, con su falsa risa, este Petit se avenía mucho más en hacer aplicar el orden y engullir la mala hierba. En suma, valía el suspiro que había costado. Su única malicia era ser un poco cornudo; su único vicio, ir a Vísperas; su mayor sabiduría, obedecer a Dios cuando podía; su alegría era que tenía en su casa a una mujer; su distracción de la alegría, buscar un hombre para colgarlo, cuando se le ordenaba proporcionar uno, y no fallaba jamás en encontrarlo; pero cuando dormía bajo sus doseles no se preocupaba un ápice de los ladrones. ¿Encontráis en toda la cristiandad justiciera un Preboste menos malhechor? No, todos los prebostes cuelgan demasiado o demasiado poco, mientras que éste colgaba lo justo necesario para ser llamado preboste. Este buen justiciero Petit, o este buen Petit justiciero tenía para sí una de las más bellas burguesas de Bourges, para sí en legítimo matrimonio, cosa de la que estaba tan pasmado como los demás. Así, a menudo, al ir a sus ahorcaduras apelaba a Dios con un interrogante que algunos formulaban muchas veces en la ciudad. A saber: por qué, él, Petit; él, justiciero; él, preboste real, tenía para sí, pequeño, real, preboste, justiciero, una hembra tan bien delineada, tan perfectamente algodonada de gracias que incluso un asno berreaba de contento al verla pasar. A esto, Dios no contestaba nada y sin duda alguna tenia sus razones. Pero las malas lenguas de la ciudad contestaban por Dios que faltaba un palmo para que la joven fuera doncella cuando se convirtió en la mujer del dicho Petit. Otros decían que no era solamente suya. Los bromistas respondían que a menudo los asnos entraban en bellas cuadras. Cada cual dejaba ir su broma, lo que al menos hacía una rasera para quien se hubiera sentido en el deber de recogerlas. Era de todo punto necesario quitar casi los cuatro cuartos, ya que la Petit era una prudente burguesa que no tenía más que un amante para el placer y su marido para el deber. ¿Encontráis muchas por la ciudad que sean tan reservadas de corazón y de boca? Si me engarfiáis una, os regalo un escudo o un vellón, lo que prefiráis. Encontraréis que no tienen ni esposo ni amante. Algunas hembras tienen un amante y ningún esposo. Otras, feas como cardos, tienen un esposo y ningún amante. Pero, la verdad, ¿encontrar mujeres que teniendo un esposo y un amante se mantengan al ambo sin llegar al terno?, ahí está el milagro, ¡enteraos, badulaques, bisoños, ignorantes! Así pues, inscribid a la Petit en vuestras tablillas en estilo reconocible e id a vuestro paso, yo sigo con el mío. La buena señora de Petit no era de la cuadrilla de esas que siempre se mueven, corren, no sabrían estarse quietas, hurgan, bullen, trotan, se enlodan, se pierden y no hay nada en ellas que las fije o sujete y son tan ligeras que corren tras locos vientos como tras su quintaesencia. No, todo lo contrario, la Petit era una juiciosa ama de casa, siempre sentada en su silla, o acostada en su cama, lista como un candelero, esperando al dicho amante cuando salía el preboste, recibiendo al preboste cuando se iba el amante. Esta buena mujer no soñaba lo más mínimo en emperejilarse para humillar a las demás burguesas. ¡Quita!, había encontrado más cómodo uso de la bonita época de la juventud y ponía vida en sus coyunturas para llegar más lejos. Pues bien, ya conocéis al preboste y a su buena mujer. El lugarteniente del preboste Petit, por la faena del matrimonio, que es tan pesada que sólo pueden llegar a hacerla bien dos hombres, era un gran terrateniente que aborrecía mucho al rey. Fijaos en esto que es un punto importante de esta aventura. El condestable, que era un rudo compañero escocés, vio, fortuitamente, a la mujer de este Petit y quiso verla, unos dicen tenerla, hacia la mañana cómodamente, el tiempo de rezar un rosario, lo cual es cristianamente honesto, u honestamente cristiano, a fin de platicar con ella sobre cosas de la ciencia o sobre la ciencia de las cosas. Verosímilmente considerándose bastante sabia, la Petit, que era, como queda dicho antes, una honesta, juiciosa y virtuosa burguesa, no quiso oír nada de lo que le decía el mencionado condestable. Después de algunas pláticas, razonamientos, idas, venidas, mensajes y mensajeros que fueron como no recibidos, el condestable juró por su gran cocquedouille negra que destriparía al galante aunque fuera un hombre notable. Pero no juró nada sobre la dama. Lo que demuestra que era un buen francés, ya que en esta situación algunas gentes afrentadas se arrojan sobre toda la mercería y de tres personas matan cuatro. Este señor condestable juró por su gran cocquedouille negra ante el rey y la señora de Sorel que jugaba a la berlanga antes de cenar, cosa que alegró al buen rey al ver que se libraría de aquel señor que le disgustaba tanto, y esto sin costarle.
…¿Y cómo liquidaréis este proceso? …preguntó con un aire amable la señora de Sorel.
…¡Oh! ¡Oh! …respondió el condestable…, tened en cuenta, señora mía, que no quiero perder mi gran cocquedouille negra.
¿Qué era en esa época esa gran cocquedouille? Ja, ja, este punto es bastante tenebroso para arruinar los ojos en libros antiguos; pero sin duda era algo considerable. Sin embargo, pongámonos los quevedos y busquemos. Douille significa en Bretaña una muchacha, y cocque quiere decir sartén con mango, en dialecto de latinismo. De esta palabra viene en Francia granuja, un bribón que arruga, bruñe, arremanga, fríe, da lengüetazos, hace pucheros, guisa, sazona, no se refrena y come de todo, así que no sabría hacer nada entre sus comidas y haciendo esto se vuelve malo, se hace pobre, lo cual le incita a robar o mendigar. De aquí deben concluir los sabios que la gran cocquedouille era un utensilio de menaje, en forma de caldero idóneo para freír a las muchachas.
…Así pues…continuó el condestable, que era el señor de Richemunde…, voy a dar orden a este justiciero de ponerse en ruta durante un día y una noche a recorrer las tierras, para el servicio del rey, porque se sospecha que algunos campesinos maquinan traiciones con el inglés. Con esto mis dos pichones, al saber la ausencia de su hombre, estarán tan contentos como un soldado al que se le regala un reloj y si hacen alguna pasada sacaré de su vaina al preboste enviándole en nombre del rey a registrar el alojamiento donde estará la pareja, para matar a tiempo a nuestro amigo que pretende tener para sí solo este buen ceñidor.
…¿Qué es eso?…dijo la señora de Beauté?
…Equívocos…dijo el rey, sonriendo.
…Vamos a cenar…dijo la señora Agnes…. Sois unos malvados que de un solo golpe faltáis al respeto a las burguesas y a los religiosos.
De hecho, desde hacía bastante tiempo, la buena Petit deseaba estar cómoda durante una noche completa y hacer cabriolas en la casa del dicho señor donde era posible gritar a gusto sin despertar a los vecinos; mientras que en casa del preboste temía el ruido y no tenía más que migajas de amor, pizcas robadas al vuelo, pobres bocados, en los que a lo sumo se atrevía a ir al paso, y quería conocer lo que era ir a galope tendido. Así pues, la sirvienta de la linda dama trotó al día siguiente hacia la hora duodécima a la casa del señor para avisarle de la partida del buen preboste y dijo a este señor amante, del que recibía bastantes buenos regalos, y que por eso no le disgustaba lo más mínimo, que hiciera sus preparativos para los juegos amorosos y la cena, dado que, seguramente, el escribano prebostal estaría en su casa por la noche, hambriento y sediento.
…Bien …dijo el señor…, di a tu señora que de ningún modo la dejaré en ayunas.
Los pajes del maldito condestable, que estaban al acecho alrededor de la casa, viendo que el amante se engalanaba, se proveía de frascos y viandas, fueron a anunciar a su amo que todo concordaba con su ira. Al oír esto, el condestable se frotaba las manos pensando en el golpe que daría al preboste. Pues bien, le mandó por orden expresa del rey, volver a la ciudad para atrapar en la casa del mencionado señor a un milord inglés del que tenía vehementes sospechas de que tramaba un complot muy tenebroso. Pero, antes de llevar a cabo dicha orden, pasaría por el palacio real a ponerse de acuerdo sobre la cortesía necesaria en esta persecución. El preboste, feliz como un rey de hablar al rey, puso tanta diligencia que llegó a la ciudad a la hora en que los dos amantes tocaban el primer golpe de sus vísperas. El señor de La Cornamenta y las comarcas de los alrededores, que es un señor Farfullero, preparó tan bien las cosas que la Petit hablaba amablemente con su señor amado mientras su señor esposo hablaba con el condestable y el rey, lo cual lo ponía muy contento y a su mujer también, caso raro en un matrimonio.
…Decía a Monseñor…dijo el condestable al preboste cuando el justiciero entró en la cámara del rey…, que todo hombre tiene derecho, en toda la extensión delreino, a despedazar a su mujer y al amante si los sorprende cabalgando. Pero nuestro señor, que es muy clemente, arguye que sólo es lícito matar al jinete no a la hacanea. Ahora bien, ¿qué haríais vos, buen preboste, si por azar encontraseis a un señor paseándose por el bello prado que las leyes humanas y divinas os han encomendado, sólo a vos, regar y cuidar la floración?
…Mataría todo …dijo el preboste…, aniquilaría los quinientos mil diablos de naturaleza, flores y granos, sacos y bolos y bolas, los pepinos y la manzana, la hierba y el prado, la hembra y el macho.
…Os equivocáis…dijo el rey…. Esto está contra las leyes de la Iglesia y del reino; del reino porque podríais quitarme un súbdito; de la Iglesia porque enviaríais un inocente al limbo sin bautismo.
…Majestad, admiro vuestra profunda sabiduría y bien veo que sois el centro de toda justicia.
…Entonces, ¿sólo podemos matar al caballero? "Amén …dijo el condestable…, matad al jinete. Id de prisa a casa del señor sospechoso, pero con cuidado, sin dejaros poner heno en los cuernos ni fallar en lo que es debido a este señor.
Mi preboste, considerándose con seguridad canciller de Francia si despachaba bien el encargo, baja corriendo del castillo a la ciudad, recoge a sus gentes, llega al palacio del señor, planta allí sus lacayos armados, tapona con sargentos las salidas de la casa, la abre en nombre del rey con poco ruido, sube corriendo los escalones, pregunta a los servidores dónde se encontraba el señor, los arresta, sube solo y llama a la puerta de la habitación donde los dos amantes se esgrimían las armas que ya sabéis y les dice:
…Abrid en nombre del rey, nuestro señor.
La dama reconoció a su marido y se puso a sonreír, ya que ella no había esperado la orden del rey para hacer lo que se había dicho. Pero después de la risa vino el espanto. El señor tomó su capa, se cubrió y fue a la puerta. Allí, sin saber que se trataba de su vida, declaró ser de la Corte y de la casa de Monseñor.
…¡Bah! …dijo el preboste…, tengo orden expresa de Monseñor el rey y bajo pena de rebelión estáis obligado a recibirme incontinenti.
Entonces el señor, sujetando la puerta, salió:
…¿Qué buscáis aquí?
…A un enemigo del rey, nuestro señor, que os ordenamos entregarnos, debéis seguirme con él al castillo.
"Esto …pensó el buen caballero… es una traición del señor condestable al que se ha negado mi amiga. Es necesario salir de este avispero."
Volviéndose entonces al preboste arriesgó el doble o nada razonando así con el señor Cornudo:
…Amigo mío, ya sabéis que os tengo por hombre caballeroso, tanto como puede serlo un preboste en funciones. Pues bien, puedo fiarme de vos. Aquí tengo, acostada conmigo, a la más bella dama de la Corte. En cuanto a ingleses, no tengo ni siquiera para hacer el desayuno de monseñor de Richemulde, quien os envía a mi casa. Esto es (para que sepáis el fin) la deducción de una apuesta hecha por mi y el señor condestable, que va a medias con el rey. Ellos dos han apostado que sabrían quién es la dama de mi corazón y yo he apostado lo contrario. Nadie odia más que yo a los ingleses, que me quitaron mis dominios de Picardía. Es un golpe felón poner en juego la justicia contra mí. Ja, ja, mi señor condestable, no valéis más que un chambelán y voy a dejaros sin argumentos. Querido Petit, os doy licencia para registrar a vuestro gusto, día y noche, todos los rincones y recovecos de mi casa. Pero entrad solo aquí, buscad por mi cuarto, revolved el lecho, cumplid vuestros deseos. Sólo dejadme cubrir con una sábana o un pañuelo a esta bella dama que está vestida de arcángel, para que no sepáis a qué marido pertenece.
…De acuerdo…dijo el preboste…. Pero soy un viejo zorro al que no hace falta más que levantar la cola y quiero estar seguro de que es realmente una dama de la Corte y no un inglés, ya que estos ingleses tienen la piel blanca y tersa como la de las mujeres y bien lo se por haber conocido a muchos.
…Bien…dijo el señor…, teniendo en cuenta la fechoría de que se me hace vilmente sospechoso y de que debo lavarme, voy a suplicar a mi señora y amiga que consienta en olvidar por un momento su pudor; me quiere demasiado para rehusar salvarme de todo reproche. Así pues, le pediré que se vuelva y os muestre una fisonomía que no la comprometerá nada y os bastará para reconocer una dama noble, aunque esté boca abajo.
…Bien…dijo el preboste.
La dama, que había escuchado todo con tres orejas, se había doblado y escondido bajo la almohada sus vestidos, quitándose la camisa, cuya textura podía tantear su marido, se había envuelto la cabeza en un trapo y dejado al aire sus lozanas carnes, separadas por la linda raya de su espinazo rosa.
…Pasad, mi buen amigo…dijo el señor.
El justiciero miró por la chimenea, abrió el armario y el arca, registró bajo la cama, las sábanas, todo.
Después se puso a estudiar lo de encima.
…Señor…dijo, mirando de reojo sus legítimas pertenencias…, he visto jóvenes muchachos ingleses con tan buenas carnes y perdonadme que ejerza mi cargo. Necesito ver otra cosa.
…¿Qué llamáis otra cosa? …preguntó el señor.
…Bueno, la otra fisonomía, o si queréis, la fisonomía de lo otro.
…Entonces os parecerá bien que la señora se tape y se prepare para mostraros sólo lo mínimo de lo que es nuestra felicidad …dijo el señor, sabiendo que la dama tenía algunas pecas fáciles de reconocer…. Así que volveos un poco, a fin de que mi querida dama satisfaga las conveniencias.
La buena mujer sonrió a su amigo, le besó por su destreza, se arregló hábilmente, y el marido viendo de lleno lo que su pendanga nunca le dejaba ver, quedó enteramente convencido de que ningún inglés podía estar contorneado así so pena de ser una deliciosa inglesa.
…Bien, señor…dijo al oído de su lugarteniente…, es sin duda una dama de la Corte, ya que nuestras burguesas no van tan bien arboladas ni de tan buen gusto.
Registrada la casa, no encontrándose en ella ningún inglés, el buen preboste volvió como le había dicho el condestable al palacio del rey.
…¿Lo habéis matado?…dijo el condestable.
…¿A quién?
…Al que os proveía la frente de cuernos.
…Sólo he visto a una mujer en el lecho de este señor, que estaba refocilándose con ella.
…¡Bien, has visto con tus ojos a esta mujer, maldito cornudo!, y no has derrotado a tu rival.
…No una mujer, sino una dama de la Corte.
…¿Visto?
…Y sentido en los dos casos.
…¿Qué entendéis con estas palabras? …dijo el rey, rompiendo a reír.
…Digo, con el respeto debido a vuestra majestad, que he verificado lo de encima y lo de debajo.
…¿Así que no conoces la fisonomía de tu mujer, viejo trasto sin memoria?, ¡mereces ser colgado!
…Tengo demasiado respeto de eso de que habláis en mi mujer para verlo. Por otra parte es tan religiosa de su persona que moriría antes que mostrar una brizna.
…Realmente …dijo el rey…, no está hecho para ser mostrado.
…Viejo cocquedouille, era tu mujer…dijo el condestable.
…Señor condestable, ¡ella duerme, pobrecita!
…Rápido, pues. A caballo. Salgamos pitando y si está en tu casa, sólo te haré dar cien golpes de vergajos.
Y el condestable, seguido del preboste, fue a casa del justiciero, en menos tiempo del que hubiera necesitado un pobre para vaciar un cepillo. "¡Hola!, ¡eh!" Con esto, a los golpes de las gentes que amenazaban hundir los muros, la sirvienta abrió la puerta bostezando y estirándose los brazos. El condestable y el justiciero se precipitaron en la alcoba, donde despertaron con mucha dificultad a la burguesa que se hizo la asustada y dormía tan pesadamente que tenía los ojos llenos de legañas. Con esto triunfó el preboste diciendo al mencionado señor, que, de seguro, le habían engañado, que su mujer era muy juiciosa y de hecho se mostró sorprendida como nadie. El condestable abandonó el lugar. El buen preboste se desnudó para acostarse pronto, porque esta aventura le había devuelto a la memoria a su mujer. Mientras quitaba sus arreos y sus calzas, la buena mujer, siempre asombrada, le decía:
…¡Eh!, querido amigo, ¿de dónde sale ese ruido, ese monseñor condestable y sus pajes? ¿Por qué venir a ver si duermo? ¿Es que a partir de ahora los condestables se ocuparán de ver cómo están establecidos nuestros…?
…No lo sé…dijo el preboste, interrumpiéndola para contarle lo que le había ocurrido.
…Y ¿has visto, sin mi permiso lo de una dama de la Corte? ¡Ay, ay, ay, uy, uy! …entonces se puso a gemir, a quejarse, llorar tan deplorablemente y tan fuerte que el preboste se quedó atónito.
…¿Qué tienes, querida? ¿Qué quieres? ¿Qué te falta?
…Ah, ya no me amarás, después de haber visto cómo son las damas de la Corte.
…Cállate, querida mía, son grandes damas. Te lo digo sólo a ti: en ellas todo es grande en demasía.
…¿De verdad? …preguntó sonriendo…, ¿yo soy mejor?
…Ja …dijo él, maravillado…, tienes justo un palmo menos que ellas.
…Entonces tendrán más placer…susurró ella…, porque yo tengo tanto para tan poco.
En este punto el preboste buscó un razonamiento mejor para hacer entrar en razón a su buena mujer y le hizo razonar porque ella se dejó al fin convencer del gran placer que Dios ha puesto en las cosas pequeñas.
Esto nos demuestra que nada de aquí abajo prevalecerá contra la iglesia de los cornudos.

FIN