Texto publicado por SUEÑOS;

Nota: esta publicación fue revisada hace un año. Antes se titulaba Colombia,-cuento..

Colombia,-cuento. ¿LULITA QUE NO QUIERE ABRIR LA PUERTA? Andrés Caicedo

¿LULITA QUE NO QUIERE ABRIR LA PUERTA?

Andrés Caicedo

¿Qué es lo primero que me saca de mi gran tirada de mirdo, el fin de la cheno?
¿El rope ese que me ladra en el oído desde el principio del mundo? ¿La luz que viene más atrás del aullido y que se me entra en la bezaca también por el oído, aunque lo tenga cubierto con mi blanca sábana? ¿O los sapos de mi mamá, un dos, un dos, un dos, hasta que se pega a la puerta de mi cuarto pa ver si aún estoy tirando mirdo? ¿O será cuando ella abre la puerta y mete la bezaca? Allí casi siempre abro yo un ojo y tal. Pero yo abro mucho ambos ojos estando dormido. Es hasta fácil tirar mirdo con los ojos abiertos. Yo conocí un camionero que dormía con los ojos abiertos y ni se chocaba ni nada. Lo que me gusta apenas abro un ojo y veo allí, al comienzo del día, su linda cara, tanto que la odio, es abrirle la boca y mostrarle los dientes más horribles del mundo. La asusto desde mañanía. A lo mejor si la sigo asustando durante veinte años seguidos, se anime algún día a quitarme el rope del oído. Simón, a mí me gusta tirar mirdo, moisi. La onda de los ñosues me gusta más que nada en este mundo. Sobre todo cuando uno se la pasa viajando con actores de cine, con actrices. Lo que yo quiero decir es que me gusta la cheno, pero de día yo nunca he podido tirar mirdo. Pero no que la cheno me coja por allí voltiando por las calles, con esa luna que hace en esta ciudad de Sodi. Lo que les quiero decir son algunas de las ondas en las que pienso cuando dejo de tirar mirdo. En lo primero que pienso es en Lulita. Porque nunca sueño con ella. Al principio me extrañaba, pero qué. Quién va a soñar con ella si uno corta flores con Anjanette Comer, viaja en el mismo asiento de la máquina del tiempo con Tuesday Weld, cae, cae en un pozo sin fondo cogido de la mano de Lee Remick. Qué tal la honda. Lulita existe de día. Yo existo de noche y de día. Y cuando Lulita no me hace falta yo me meto a cine a ver a las hembras con las que ando de noche. Pero los domingos sí todo es diferente. Son los domingos de Lulita, y ella es toda mía los domingos. Los domingos me levanto apenas el rope me ladra en el oído. Me visto rápido y me pongo pinta y me voy a coger un bus rogelio. Ahora, he aquí el relato que yo cuento.
Claro que la miraré cuando la tenga aquí, frente a mi cara, cómo no voy a hacerlo. La voy a mirar bien fijo cuando le acerque la nariz, cuando le acerque mi bocabeso, ¿qué tal que ella supiera sonrojarse? Poder ver alguna vez su cara suya más rosada que de costumbre, sus pequitas seguro más brillantes, sonrojada. Cuando le acerque mi bocabeso a su cara y cuando le mire los ojos negros que tiene, que me acuerdo que cuando chiquito robaba almendras de ese color en la casa de un Nazi que vivía cerca de mi casa. Y le miro los ojos y veo al Nazi en camiseta blanca y de pantalón verde oscuro y botas negras hasta la rodilla, mirándonos cómo nos le subíamos al palo y le robábamos almendras negras, negras como los ojos de Lulita, y que el Nazi masticaba palabras en alemán, de eso también me acuerdo. Mirándola a los ojos a Lulita yo adivino lo que piensa, que ahora va a contarme lo que hace dos horas, cuando hablamos por teléfono, no me pudo decir porque se le olvidó.
Lulita se había quedado muda en el teléfono, y cuando yo le pregunté dijo no puedo recordar, se me olvidó. Me había dicho que tenía algo pa decirme pero se le olvidó.
«Se me quedó en la punta de la lengua». Había dicho Lulita, seguro metiéndole la lengua al hueco del teléfono, y tal vez lamerle, que ella debe creer que si lo lame me pasa el corrientazo, y con ese corrientazo se me supersensibiliza el sentido de la vista, y yo puedo entonces ver su lengua a través del teléfono.
Y ahora que entraré en su casa después de que ella me haya abierto la puerta, of course, cuando la abra y yo la mire en los ojos voy a saber todo eso. Que ya se está acordando. Que cuando lo que se le había quedado en la punta de la lengua, se desenvuelve y se tira pa adelante, ya casi saliendo al otro lado, Lulita mueve entonces la cabeza y me sonríe. Puede que lo que me vaya a contar sea una película, a contarme un pedazo de una película.
Pero yo sé que a Lulita no le gusta el cine. Que si me cuenta una película es por tenerme contento, pero no le gusta el cine. Puede que me cuente hasta una cinta mala. Y no me gusta.
Va a contar la cinta mala con mucha sonrisa y de nariz respingadita. Voy a acercármele del todo cuando termine de contar la cinta mala.
Y cuando me dé por besarla, pensaré, a lo mejor, que aún no he preguntado si sus papás están en el segundo piso.
Voy a tener un mechón sobre la frente, cuando ella me salude, después de abrir la puerta. Para que a ella le guste, que si le gustan las películas italianas de espías, entonces también le gustan los hombres -detrás de puertas- con mechones en la frente. Hombres esperando a que les abran una puerta. Y allí, en esa espera, pensar la sonrisa. Realizarla.
Y cuando la acabamos de realizar, zuáquete, Lulita abre la puerta y me mira, y yo le miro ese par de ojos y adivino lo que ella piensa. Qué lindo que te ves con esa sonrisa. Creo va a volver a mirarme a los ojos: me va a decir qué hubo, mirando al suelo, sin dejar un minuto de sonreír, sin bajarse esa sonrisa que fabricó casi cuando yo le abrí la puerta.
Cuando yo lo invite a entrar, se sentará en el sofá de todos los días. ¿Preguntará por mis papás? Si me pregunta, yo le contesto cualquier cosa. Si le contesto cualquier cosa, él se va a llevar las manos al pelo.
Esa piquiña que me coge en toda la coronilla cuando Lulita empieza a molestarme. Qué hacer entonces. Me rasca bien arriba, como si me estuvieran mordiendo casi, y yo tengo que lanzar las manos allá, aplanar o rasguñar o nada más tocarse el pelo. Que si me rasco me dicen que tengo caspa, carranchín, que si es verdad ¿qué les puedo contestar? Y Lulita que ya sabe.
Que se rasca yo no sé cómo, pero de todos modos se rasca. Con poner una mano en el pelo, ya obtiene un poco de alivio. Así es la rasquiña que le da. Pero cuando es demasiado, él no aguanta y se da con furia: se clava las uñas y se rasca y va expulsando corroñones, pedazos de cuero seco, harina. Allí, mirándome con los dientes de conejo, tratando de tapar sus dientes con esa boca tan linda que tiene, mirándome a los ojos por pura timidez, los hombros de corroñones y cueros polvorientos.
Y me pide después un baño donde lavarse las puntas de los dedos, que le quedaron pintadas. Y se le enredaron pelos.
Voy a dejarme caer el mechón en la frente. Voy a tocar la puerta. Ya toqué. A los tres minutos, máximo cuatro, aparecerá ella. Y recordará una de sus películas del día, cómo estás de lindo agente X. Con esas manos en los bolsillos. Pero no voy a mirarla a las almendras. Voy a tener que mirar al piso. Que si no miro al piso, me rasca. Ahora, dentro de un momento, me estará rascando. Miró al piso y apretó los ojos pero no dejó la sonrisa. Pasó.
Sentí que me daban un mordisco, pero se retiraron. No hubo nada. Allí, entonces, puede que yo le diga qué hubo.
Qué hubo.
Y a las dos horas se despedirá, fingiendo más su bocabeso, diciendo adiós. Y a las dos horas se me despedirá, fingiendo aún más negras su par de almendras, diciendo adiós.
A lo mejor no están sus papás. A lo mejor no está nadie. Toc toc. Allá vienen. Es ella, su ruido de sandalias en el piso de granito, su mano que abre la chapa, y saca la cara a la luz, y las pequitas le brillan cuando me ve, y feliz, por primera vez en ese domingo, me da un beso. Pasa agente X, la casa es tuya.
Ella viene pensando, ahora que ya sabe que yo soy, cuando se dirige a la puerta. Piensa: que me pasara una mano por el pelo, que agarrara unos mechones y se los metiera a la boca. Que los chupe como hizo la otra noche.
Estábamos tan cerca y había tanto viento, que ese pelo de ella me azotaba la cara. Y fue que de pronto me dio y le agarré dos mechones duros y me los metí a la boca. Qué tal su pelo húmedo, cargadito de agua. Y yo chupándoselos. Y por cada chupada que daba, su pelo me soltaba agua. Ella que respirando a salticos y todo me decía que qué era eso, esa vaina de ponerse a chupar pelo, a quién, a nadie se le ocurre.
A quién se le ocurre ponerse a chupar pelo, pero me gustó. Yo sentía cómo el agua me salía del pelo y le bajaba por su garganta. Que volviera a hacer lo mismo, que me chupara más largo y con más fuerza, que no se vaya a retirar de mí sino que se me junte, que por lo menos no nos aburramos ahora que es domingo. Que no cruce los brazos allá, al otro extremo del sofá, que no se ponga a mirar al frente sin ver nada. ¿Así es cómo se dice? Mirar sin ver. Sí, mirar al frente sin ver nada y canturrear una de esas canciones en inglés que él sabe: pa que yo vea que sabe inglés, que si mañana veo un gringo bello por allí por la calle, no lo vaya a cambiar por él, que él no es que sea bello pero tiene allí su boca-beso, y además sabe inglés. Él me dice muchas veces que no le gustan los gringos, pero cómo hace entonces. La otra vez en una fiesta se salió porque había mucho gringo, él sabe que a las niñas les gustan más los gringos, que todos los que vienen a vivir acá son mejorados, es decir, bellos.
Si ahora me abre la puerta, Lulita va a contarme lo que se le olvidó decirme ahora que hablamos por teléfono.
Ya me acuerdo. Ya me acuerdo que no le iba a decir nada, que era mentira. Que en mi vida nada se me ha quedado en la punta de la lengua. Que cuando no tengo nada que decirle, entonces invento algo, le hablo de cine, que es lo que más le gusta a él, películas de espías, pa que no se aburra.
¿Estarán sus papás? ¿Será por eso que no abre? Fue que oyeron que yo timbraba y la encerraron en su cuarto, se le fueron encima y le tiraron la puerta y le dijeron te vas a quedar callada, vas a esperar hasta que se aburra y se vaya, que no queremos que entre. ¿Será que Lulita me está haciendo señas por la ventana? Voy y me asomo a la ventana de su cuarto, pero no la veo. ¿Parece que su cuarto está vacío? La habrán encerrado en el armario, ¿entonces? ¿Toco bien duro la puerta? Le doy cuatro golpes con el puño cerrado. La puerta, de metal, suena como un gong. Está sola, pero está durmiendo y no me ha oído. Si toco otra vez me oye. Que se despierte y sonría, no está desnuda, no, está con una camisa y bluyines, así va a bajar corriendo las escaleras, va a abrir la puerta de un tirón y sus pequitas brillantes me dicen que entre. Cómo, ¿es que no están tus papás, en la casa o qué? No, no hay nadie.
Está sola.
¡Oh, qué bien! ¿Haría una cosa que nunca he hecho? ¿Arrancarle la blusa, como el bandido de Los depravados? ¿Qué cara pondría ella? ¿Qué tal arrancarle su camisa azul oscura y lamberle las tetillas?, piensa, a ella también le debe gustar. También debe pensar en mí cuando se acuesta, ahora que está sola en su casa, esperando a que yo la despierte, esperando a que toque más duro esta puerta, que con lo dormilona que es no la despierta nadie.
Sueño que él está tocando a la puerta y yo estoy sola. Sueño que tiene una camisa azul oscuro, que voy a querer cogerle su mano, que le digo déme la manito y le meto a esas palabras un tonito raro (que me salió la otra vez de pura chepa), que me hace ver como si fuera una niña de cinco años, déme la manito, apuesto a que a él le gusta que yo le hable como si fuera una niña de cinco años. ¿O no?
Lo que no me gusta es que imite a una niña de diez años. Que ya está muy vieja para esos jueguitos, se lo voy a decir un día pa ver qué me dice. Que yo sé además que ella cree que me gusta, y por eso lo hace a cada rato, pero no me gusta. Que si quiere que yo le pase mi mano que me lo diga sin tanto problema, que no hay necesidad de hablar como si fuera una niña de diez años. A mí las peladas no me gustan. Me gustan son las hembras grandes, sabidas ya, buenas. Pero en fin.
A ver: veamos cómo es que van a ser las cosas: voy a tocar esta vez bien duro, pa que se despierte y venga a abrirme la puerta. Estoy sola, me va a decir, y me va a coger la mano. Si no imita a una niña de diez años, a mí me va a gustar mucho, porque, a pesar de todo, lo mejor que hay hasta ahora es cogerse uno de la mano. A lo mejor hoy también voy a preguntarle que por qué siempre tiene las manos tan heladas. Eso es lo malo. Desde que se las cogí por primera vez dije que era malo. Manos así de frías nunca he conocido. La primera vez creí que era por la noche, que hacía viento y además llovía. Y luna llena. Y que Lulita tenía una mirada rara también me acuerdo. Así que dije bueno, voy a calentárselas, y me puse a amasarle sus manos, pero nada. A las dos horas seguían igual de frías. Sí, voy a preguntarle qué le pasa. A mí me gustaría más que fueran calientes, pero es que son muy suaves, muy blancas, con esas venitas tan azules, pero frías. Le dan a uno ganas de lambérselas o de morderle esas venitas azules. ¿Cómo será la sangre que le sale, caliente o fría?
Qué legal que estuviera sola. Creo que he pensado en esto muchas veces ya, ¿encontrarla sola en su casa? Tal vez así, sola, toda la casa pa uno, así sí puedo morderle las manos, chupárselas. Que abra la puerta ya, y que me diga que está sola. ¿La cogería en vilo, sobre mis brazos poderosos, y la entraría a su casa? Legal verle las pequitas, la nariz respingada, cuando yo la alce y le mire las almendras negras. Y ella me pone sus manos en mi cara, me las pone porque está sola. Ahora que abra, yo, lo primero que haga será preguntarle por sus papás, y si ninguno de los dos está en el segundo piso, yo puedo acercármele bastante y mirarla fijo, ya que no resiste ni dos segundos mi mirada fija, je je je, que si le cojo la mano, que recorro del primer dedo al quinto, contando la historia del que compró el huevito, de aquel que lo partió, del que lo cocinó, de otro más que lo fritó, y del pulgar que se jartó el perico. Pero no abre. ¿Será que no quiere? ¿Qué fue porque ayer cuando vine tenía mal aliento? ¿Ahora tengo mal aliento? ¿O es que no le gusta que le coja la mano y le cuente la historia del huevito? Y si no le gusta ¿entonces qué?, ella sí tiene derecho a hablar como una niña de diez años: que me lo diga entonces, que si no le gusta yo hago lo que ella quiere, chuparle el pelo todo lo que quiera. Pero que me abra la puerta. Que no me vaya a dejar afuera. Que se dé cuenta que es domingo, y el sol no para por nada. O mando a traer un pelotón de policías, voy a la casa de Miguel Ángel que vive por aquí cerquita, les diga caminen me ayudan a derrumbar una puerta. Pero me van a pedir una orden del gobernador. A quién tengo en la familia que sea amigo del gobernador.
Pero si se trata de vida o muerte, les digo, padres desalmados que han encerrado a mi Lulita en el armario pa que no salga a verme. Yo los vi, me consta que la amarraron con cabuyas y le taparon la boca, derrumben la puerta, derrumben la puerta, que no ven que grita, que se asoma por la ventana y me pide ayuda, que entre, que derrumbe la puerta, que mate a sus papás. Está tal vez pensando en un gringomejorado, ojalá supiera cuál es, ojalá. Imposible que esté dormida. Voy a asomarme por la ventana de más arriba. ¿Y la manteca? Si la manteca está, ¿pero está dormida? Entonces toco bien duro pa que se despierte la manteca, sí, que si la manteca está ya por lo menos es algo. Así no me quedo en la calle. Porque es domingo. A ver recuerdo: ¿es bonita la manteca? ¿Negra? ¿India? ¿Gringa? Un poquito de las tres. A lo mejor con pecas, como Lulita. Bueno, si me abre le digo buenas tardes niña, buenas tardes joven, Lulita está: No, no está pero estoy yo, joven y sola. Entra, entra, siéntete como en tu casa. Dónde es que suena ese disco de Willie Colón, que si logro encontrar la casa donde suena el disco, a lo mejor allá van a estar en fiesta, por este barrio yo me conozco a todo el mundo, me van a ver y me van a decir entrá loco, entrá, que hay peladas chéveres. Yo claro, con mucho gusto loco, y si en la fiesta encuentro a Lulita bailando con un gringo, ¿mano? Bueno, yo, como persona decente, me les acerco muy fresco, los miro a los dos a los ojos, claro, sin miedo, sin que me dé rasquiña que qué cara pone uno cuando le va a hablar a su novia allí, en esas, y que de repeso le dé rasquiña. No, Lulita no va a poder darme rasquiña. Le voy a decir vengo de tu casa, he estado más de una hora ante la puerta de tu casa, amor, cómo es que me haces esto. Ella, que también es persona decente, va a mirar al suelo, pa que a mí no me dé rasquiña, que sabe que no me gusta, que me desespero si me pica. Y va a dejar al gringo allá, en toda la mitad de la pista, y cabecibaja, se vendrá conmigo para su casa. Ella tiene la llave en el bolsillo. Está sola. No hemos hablado nada desde la casa de la fiesta hasta acá. Ella ha mirado al suelo todo el tiempo. Yo por mi parte me siento de lo más bien, por qué no, después de la cara que puso el gringo.
Ella abre la puerta, yo huelo su casa, como se siente de bien adentro, qué bien que hay sombra, que no tengo que aguantar más este sol en la nuca, mierda. Toc toc toc toc toc toc, mierda, no vas a abrir o qué.
Ya sé: a ninguna pelada le gusta que su novio tenga mal aliento. Pero yo qué culpa tengo, si cuando me da rasquiña se me jode todo, no vomité ayer fue de milagro. Cómo se le ocurre decirme que ya no me quería, cómo se le ocurre; yo sé que era por jugar, claro, pero esas cosas no se dicen, hombre, que no ve que es primera novia que tengo en quince años, que no ve que antes de conocerla a ella yo era un errabundo solitario, que le compro un disco de Leonardo Favio pa que lo oiga todo el día, pa que sepa lo que siente uno cuando es un errabundo solitario. Estábamos allí, en el sofá, como todos los días, cuando después de un silencio grande me mira con esas almendras y me dice que no me quiere más. Adonde primero me rascó fue entre las nalgas, ¿cómo hago para rascarme allí? Después en la nuca, en la espalda, en el cóccix, otra vez entre las nalgas, en las pelotas, en los párpados, en los pies, y después el mal aliento, que me vino cuando menos debía venirme, cuando yo me tiré a besarla en la boca por primera vez, besarla claro, que a mí sí me habían dicho ya que si uno no las besaba ellas se cansaban de uno, claro, entonces besarla ya, no importa que me rasque tanto, besarla pa que se olvide de lo que me acaba de decir, qué cosas son esas. Pero de malas. Porque ella no tenía por qué aguantarse un beso que olía a mal aliento. Ya sé: desde hace una hora está por decidirse, está que abre, pero no se atreve, y piensa: si le abro y le acerco bastante mi cara, y él se pone nervioso porque a lo mejor hoy también tiene mal aliento, pero su respiración se estrella de todos modos en mi cuello, allí donde tengo vellitos invisibles, y es de lo más sabroso sentir cómo su respiración se estrella en mi cuello, en mis vellitos invisibles mejor dicho. Toc. Y cuando me dice que si ya quiero colgar el teléfono y yo le respondo que no, pero que mi mamá, toc, y él cree que soy yo la que quiero despedirme, toc, y deja de hablar como treinta segundos pa que yo me preocupe porque se ha puesto bravo, pa que le pregunte qué le pasa, toc, pero lo que no sabe él es que a mí se me da un pito que deje de hablar treinta segundos o una hora. Da lo mismo. Toc. Amor: hay que oírme decir eso de un tirón. Nunca me ha besado en la boca, pero a cada rato dice que me quiere. Toc. Así, te quiero, toc, y nada más, cambiar de tema. Cuando yo tengo que decirle que lo quiero, invento un preámbulo larguísimo, o un silencio un poco más corto, toc, pero de todos modos necesito un poco de tiempo pa animarme a decirle que lo quiero. Toc toc toc, toc. Y él que se queda callado cuando yo le he dicho eso, y en ese silencio de él es cuando yo recuerdo que la voz se me fue en las últimas letras del te quiero, pero él me ha debido entender de todos modos, porque ahora me mira las almendras, toc, y no demora en preguntarme por lo que vamos a hacer el próximo domingo, que él le tiene terror a los domingos, o tal vez nos pongamos a hablar de películas de espías, y en la mitad, ya cuando al agente X le van a caer quince tipos por la espalda, él me dice te quiero, esos arrebatos que le dan, y me enumera después a las actrices que más quiere, toc, toc.
¿Cómo hago pa decirle a Lulita que no me gustan las películas de espías? Que si quiere hablarme de cine que me hable de las peladas que más quiero. Que me hable de Kim Novak y de Elizabeth Taylor. Que por algo yo escogí a la pelada que tiene su poquito de cada una de ellas, por algo fue. Y a quién no le va a dar risa que le digan a uno te quiero mientras le hacen una lista de las mejores actrices del mundo, y por eso yo me río cada vez que me dice te quiero, y a él no le gusta que me ría.
Claro que voy a mirarle las almendras de bien cerca, sobre todo ahora que sé que ni su papá ni su mamá están en el segundo piso. Que mire que si baja a toda y me abre yo le digo que vaya y se moje bien el pelo y que después me lo traiga, y escoja los mechones que quiera y me los meta a la boca, que yo se los chupo todo lo que quiera, será cierto que nunca la he besado en la boca, pero apuesto a que ningún novio que ha tenido usted le ha chupado el pelo, ¿o no? A mí también me gusta, no crea, le prometo que si me abre la puerta se lo chupo toda la tarde, se puede mojar el pelo las veces que quiera, que yo se lo dejo sequito mamita, ábrame la puerta. Puedo aprender a besar si quiere. Me lavo todos los días la boca con específico pa que no me vuelva a dar mal aliento. Me hago ver de un especialista, que me manden a EE. UU. a hacerme ver de la rasquiña, todo lo que usted quiera. Mire cómo es que yo utilizo mi bocabeso: es lo primero que le acerco, comienzo mordisqueando cautelosamente los labios inferior y superior, por turno, después respirar encima de toda esa tela que cubre tus senos elizabethtaylorianos, asentar allí las manos, a que crispas el cuerpo, a que me abres la puerta si te hago todo eso. Toc toc.
Que me chupe el pelo, que mordisquee mis labios, que algo tiene que haber aprendido en sus películas, que trate de meter sus dedos por alguna parte, sin excesos, introducirse, retirarse así.
Vamos a ver. Vamos a ver lo único que es verdad de todo esto. Está bien, Lulita, que no me abra la puerta si no quiere. Que yo sé que no es capaz de dejarme afuera.
Vamos a ver. Vamos a ver lo único que es verdad de todo esto. Está bien, está bien que Lulita se asombre cuando yo, encima del sofá, me acerco más que nunca a su cuerpo, y sobre todo que aún no he preguntado si sus papás están en el segundo piso. Le voy a decir que nos comuniquemos, aunque ella no entienda qué es lo que quiere decir eso. Cogerle la cara con furia, divertirme como un loco al cogerle infraganti su lengua kimnovaknesca, encajonarla, y tal parece que Lulita no supiera qué hacer con esas manos, así que se decide y me las pone en ese sexo grande y tieso que tiene por allí tan cerca. Entonces me voy a reír, voy a sentir una necesidad de reírme como nunca, y me río pero sin quitarle de encima mi bocabeso, debe ser la primera vez que la besan riéndose, ¿no Lulita?, con esa lengua que se mueve que entra que sale. Y como yo no pregunté; como no se me dio la gana preguntar si su papá y su mamá estaban en el segundo piso, ahora, mano, es cuando yo los veo bajar las escaleras, uno detrás de otro, todos anteojos, todos periódicos, todos agujas de tejer, todos ojos como almendras negras, podridas, que miran cómo Lulita, debajo de mí, jadea y se retuerce y me aprieta con ganas el bulto que le tengo sobre la barriga. Ahora es cuando veo que dos bocas al desjuntarse hacen chomp, como si nada.
*
Mano, ¿por qué es que no me abre?
Seguro esta vez también me rascaba, pero estaba bien. Esta vez era sólo un sonido. No había imagen. Sin actores. Era mejor así, oscuridad perfecta, nada de pantallas, nada de color rojo. Puro sonido. Tal vez El Danubio Azul, que sonó en los quince de Angelita, quién no se acuerda de eso. Es decir, puede que hubiera vueltas, pero no se veían. Vueltas en oscuro, todo el cuadro negro, sólo que uno sabe que allí hay vueltas, cómo explicarlo. Y la rasquiña en la espalda, en las piernas, en la nuca, lo que anuncia que de pronto suena el perro. El perro de hace un millón de años que todas las mañanas me aúlla en el oído. Ah no, no es el perro. Es mi mamá que habla. Que me dice que me despierte, que ya es tarde, que el colegio.

FIN