Texto publicado por SUEÑOS;

Cuentos, (china)

CHIAO NO

Ma Ce Hwang

K'ung Hsüeh Li era un descendiente de Confucio. (Los descendientes de Confucio viven hoy día en clan, cerca del mausoleo del maestro, en la provincia de Shantung. El primogénito lleva el título hereditario de }kung}, equivalente al de duque, y cada miembro de la familia disfruta de una renta que le ha sido otorgada por pertenecer a la familia del gran sabio).
K'ung Hsüeh Li era, además, un hombre de gran talento y un excelente poeta. El arte de hacer versos forma parte de los exámenes chinos necesarios para ser admitido en la vida oficial del Estado.
Uno de sus compañeros de estudio, al que le unía gran afecto, llegó al puesto de Magistrado y mandó buscar a K'ung para que trabajara con él.

Desgraciadamente, antes de que llegara K'ung a aquella provincia su buen amigo había muerto y se encontró en una ciudad desconocida y sin recursos para regresar a su casa. En vista de lo cual pidió asilo en un monasterio budista, donde los bonzos lo emplearon de escribiente.
A unos cien metros al oeste del monasterio se hallaba una casa, propiedad del honorable señor Shan, mandarín que conociera mejores tiempos, pero que se había visto arruinado por un proceso. Mas como su familia era, por fortuna, poco numerosa, abandonó su casa de campo y se fue a vivir a la ciudad.
Un día que caía copiosa nieve y que los peregrinos no acudían al monasterio, K'ung, aburrido, decidió dar un paseo por los alrededores. Al pasar delante de aquella mansión, un joven de atractiva apariencia y elegante indumentaria avanzó hacia él y, entablando conversación después de un saludo cortés, le rogó que entrara un instante. K'ung no tenía nada que hacer; además el joven era amable en grado sumo; así, pues, le siguió divertido.
Las habitaciones de aquella casa no eran especialmente amplias, pero estaban amuebladas con el mayor gusto y de las paredes pendían cortinas bordadas y largos rollos de pintura, firmados por grandes maestros. Sobre la mesa había un libro titulado: }Apuntes y notas del Paraíso}. Atraído por tan curioso nombre se puso K'ung a ojearlo, encontrando textos extraños y en grado sumo interesantes.
No le había preguntado su nombre al joven extranjero que le hablara, suponiendo que, como vivía en la casa de Shan, debía de ser su dueño. El joven, en cambio, le preguntó lo que hacía en este país y, expresando su simpatía por las desgracias que había pasado, le aconsejó que tomara algunos alumnos, añadiendo que él podría recomendarle más de uno.
-!Quién es el Mecenas que se digne ayudar a un caminante como yo! -dijo K'ung.
-Si el honorable letrado condesciende, mucho me honraría ser instruido por maestro de tan gran talento.
K'ung, muy agradecido, no quiso arrogarse el título de profesor, consintiendo sólo en dar clases al muchacho a título de amigo. Le preguntó luego por qué razón llevaba tanto tiempo la casa cerrada, a lo que el muchacho replicó:
-Ésta es la mansión de la familia Shan. Ha permanecido cerrada porque sus dueños marcharon a vivir a la ciudad. Mi nombre es Huan-fu y mi casa se halla en el Shensi, pero como nuestras propiedades quedaron destruidas en un incendio, nos hemos trasladado aquí para una temporada.
Así se enteró K'ung de que su nuevo amigo no pertenecía a la familia Shan.
Aquella noche estuvieron largo tiempo charlando y riendo, y, como se les hiciera tarde, tuvo K'ung que quedarse a pasar la noche. Por la mañana entró un criado a encender fuego, y el joven Huan-fu, habiéndose levantado el primero, se internó casa adentro en las habitaciones privadas.
K'ung, aún medio dormido, se solazabaen una mullida cama, bien arropado en las ricas mantas bordadas. En esto gritó el criado:
-!El amo se acerca!
K'ung, sorprendido, se levantó de un salto, y en el mismo momento entró un anciano de larga barba blanca que le expresó su gratitud en estos términos:
-Mucho agradezco a Vuestra Señoría que se digne ser el preceptor de mi hijo. Tiene muy poca práctica del pincel y su escritura no es la que corresponde a su rango; sólo me atrevo a esperar que su afecto por el amigo no disminuya la imprescindible obediencia del discípulo.
Después de estas palabras ofreció a K'ung una túnica bordada, un sombrero de visón y zapatos de ricas pieles, y así que se hubo lavado y vestido, encargó, además, el vino caliente y los manjares que lo acompañan.
K'ung no acababa de comprender de qué clase de damasco estaban cubiertos los muebles, porque eran de colores extraordinariamente suaves y brillantes. Escanciadas algunas copas con el visitante, el anciano, tomando su bastón, se levantó y se fue.
Después, apareció el nuevo alumno con sus temas y escrituras, que eran de un estilo arcaico y muy lejos de la manera moderna. K'ung, sorprendido, le pregunta por qué emplea semejante estilo, y el muchacho replica que no piensa presentarse a los exámenes públicos.
Por la noche celebran el comienzo de las clases con repetidos brindis, pero queda entendido que será la última vez mientras duren los estudios.
El muchacho llama entonces al criado y le dice que vaya a ver si está durmiendo su padre.
-En ese caso -añade-, puedes ir a buscar, sin hacer ruido, a la honorable señorita Suave Perfume.
Marcha el criado, no sin haber sacado de su funda una preciosa guitarra, y pronto vuelve acompañado de una hermosa joven. Huan-fu le pide que toque "La muerte de Shun", y sacando una uña de marfil se pone la muchacha a pulsar las cuerdas cantando seguidamente una dulce melodía llena de ternura. Luego le dan una copa del vino caliente y a la medianoche se separan.
A la mañana siguiente madrugan para empezar en serio los estudios.
Huan-fu es un alumno aplicado e inteligente, y en dos o tres meses consigue sorprendentes progresos. Entonces deciden los dos jóvenes que cada cinco días descansarán con un banquete, al que siempre ha de asistir la honorable señorita Suave Perfume. Una de aquellas noches en que el vino parece haber sumido a K'ung en extraña melancolía, le dice su amigo:
-Suave Perfume ha sido criada por mis padres. Sé que te encuentras algo solo y he buscado una esposa para ti.
-Si se parece a Suave Perfume -dice K'ung- quedaré encantado.
-Tu experiencia es escasa -ríe su amigo-; por eso todo es agradable sorpresa para ti. Si Suave Perfume es tu único ideal, por mi fe que no será difícil contentarte.
Han pasado unos seis meses de esta vida, cuando se le antoja a K'ung dar un paseo por el campo. La puerta de la entrada, no obstante, ha estado siempre cuidadosamente cerrada, y al preguntar las razones de unas órdenes tan estrictas, le contestan que el señor anciano no quiere recibir visitas por miedo a interrumpir y distraer los estudios de su hijo. K'ung no insiste, pues, en el paseo y algún tiempo después, viniendo el verano, trasladan la sala de estudios a un pabellón del jardín.
Un día K'ung siente un bulto en el pecho del tamaño de una nuez, que en una sola noche pasa a ser como una naranja. Permanece quejoso en el lecho y su alumno lo atiende de día y de noche con el mayor esmero. No puede dormir, apenas si puede tragar algún alimento; después de pasados varios días su estado se agrava considerablemente y ya no puede tomar ni siquiera un poco de líquido. El honorable anciano viene a verlo y se lamenta con su hijo del estado del enfermo. De pronto dice el muchacho:
-He pensado que sólo mi hermana, Chiao No, podría curarle por eso he escrito anoche a la venerable abuela pidiéndole que venga. Debe de estar al llegar.
Efectivamente, al cabo de un momento la criada anuncia a Chiao No, que ha llegado con su prima, habiendo pasado antes por casa de una tía. El anciano y el mozo corren a recibir a la joven y la traen a las habitaciones de K'ung. Chiao no tendrá más de trece o catorce años; sus ojos son vivos y trasuntan gran inteligencia; su figura es grácil y esbelta. Cuando K'ung ve a la encantadora niña deja de quejarse y le brillan los ojos.
Entretanto, iba diciendo el estudiante.
-El honorable amigo es para mí como un hermano; te ruego, hermanita, que pongas todo tu empeño en curarlo.
Chiao No, sobreponiéndose a su timidez, recoge las largas mangas, se acerca al lecho y toma el pulso al enfermo. Muchos libros se han escrito en China sobre las distintas maneras de tomar el pulso. Se dice que son veinticuatro, entre otras la llamada "pulso enroscado", en la que se deduce el estado del doliente por medio de las pulsaciones de ambas muñecas.
Cuando la niña toma los pulsos de K'ung, éste siente un perfume delicado y la niña ríe, diciendo:
-Era de esperar esta dolencia; está afectado el corazón. Es grave pero no incurable; desgraciadamente ha habido inflamación y sólo con el bisturí se podrá aliviar.
Entonces se quita del brazo una pulsera de oro y oprime fuertemente con ella la parte dolorosa, hasta que el bulto pasa por la pulsera sobrepasándola como un anillo. De esta forma reduce algo el tumor. Saca luego de su bolsillo un cuchillo de finísimo filo y procede a la extirpación. Brota negra la sangre manchando la cama y el suelo, pero K'ung se siente aliviado y como le opera la encantadora muchacha afirma que no ha sentido dolor alguno. Hasta hubiera deseado que se prolongase la operación, por tener más tiempo la niña a su lado.
En pocos instantes expulsa todo el mal. Sólo queda un hueco semejante al de un árbol arrancado de raíz. Entonces Chiao No pide agua tibia y lava la herida; luego saca de su boca una píldora encarnada del tamaño de una bala y la coloca sobre la carne viva, después de haber juntado los labios de la herida abierta. La primera vez que frota con esta píldora, le parece a K'ung que le queman con un hierro candente; la segunda vez sólo siente una ligera picazón, y la tercera le procura una sensación de alivio y bienestar que penetra hasta los mismos huesos, hasta la misma médula. La niña, entonces, vuelve a colocar la píldora en su boca y dice:
-Ya está curado.
Luego echa a correr cuan de prisa puede. K'ung quiere darle las gracias, pues se siente, en realidad, muy aliviado. La belleza de su ágil enfermera lo ha dejado tan maltrecho moralmente como en lo físico lo estuviera antes.
Desde ese momento abandona los libros y no demuestra interés por nada. No tarda Huan-fu en darse cuenta de esta actitud de su maestro y le dice:
-Honorable hermano, he encontrado esposa para ti; creo que te conviene admirablemente.
-?Quién es? -interroga K'ung.
-Es persona de mi familia -replica el alumno.
K'ung se queda unos instantes pensativo; luego dice de repente:
-No, por favor.
Y volviendo el rostro hacia la pared musita los famosos versos del poeta Yüan Chen:
}No hables de lagos ni de torrentes al que un día vio el mar; las nubes que coronan la cima del Monte Wu son las únicas nubes para mí}.
Pero el alumno ha adivinado quién es la persona aludida y replica:
-Mi padre tiene gran consideración de tus talentos y te recibirá con agrado en la familia, pero su hija es hija única y además demasiado joven aún para pensar en el matrimonio. En cambio, mi prima Ah-sung cuenta ya diecisiete años y no es nada fea.
Contra todos los ritos te doy mi palabra de que podrás esperar en la baranda para verla cuando efectúe el paseo diario por el parque; esto te permitirá juzgar por ti mismo.
K'ung accede, más por cortesía que por gusto, y al anochecer ve, efectivamente, aparecer a Chiao No con una muchacha esbelta y hermosa, que con sus cejas enarcadas en forma de luna y sus diminutos pies encerrados en precioso calzado, es una réplica viva de la propia Chiao No. Naturalmente se siente feliz y ruega a su amigo disponga la boda cuanto antes.
Al día siguiente, sin más tardar, Huan-fu lo arregla todo para la ceremonia nupcial, que se festeja con música y numerosos invitados, pareciendo más un cuento de hadas que un acontecimiento mundano. Se dedica una parte de la casa a los recién casados y K'ung empieza a pensar que el Paraíso lo han situado equivocadamente en el cielo.
Mas un día llega su amigo y le dice:
-Siempre te quedaré agradecido por tus inestimables lecciones. Por el momento, la familia Shan ha terminado y ganado su proceso, con lo cual piensan volver, muy en breve, a vivir en esta señorial mansión. Nosotros, por lo tanto, hemos decidido regresar al Shensi y no es probable que nos volvamos a ver. Me apena en lo más hondo esta circunstancia.
K'ung expresa el deseo de acompañarles, pero Huan-fu le aconseja que vuelva a su antigua morada, como corresponde a un hombre bueno y a un hijo respetuoso. Sin embargo, K'ung insiste en que ha de ser empresa nada fácil, a lo que su amigo exclama:
-Que eso no perturbe tu espíritu; yo procuraré de que llegues sano y salvo.
Poco tiempo después, el anciano padre de Huan-fu vino a despedirse de la joven pareja entregándoles cien monedas de oro como regalo de despedida, después de lo cual Huan-fu les rogó que le dieran cada uno una mano y cerrasen los ojos.
En seguida se sintieron volar por los aires, azotados sus rostros por el viento.
Pasado un momento, dijo el amigo:
-Ya habéis llegado.
Abriendo los ojos, se vio K'ung delante de su propia casa y entonces supo que el discípulo que tanto estimara no era un ser humano. Alegremente golpea la puerta y su vieja madre, extrañada, ve al hijo pródigo que creyera muerto acompañado de una bella esposa. Todos sienten gran alegría, mas cuando se vuelven para saludar a Huan-fu, éste ha desaparecido.
La mujer de K'ung atiende a su suegra con gran devoción, como corresponde a una nuera respetuosa, y adquiere gran fama, tanto por su virtud como por su belleza, fama que se extiende por todos los confines.
Pasados algunos años K'ung consigue doctorarse y recibe el nombramiento de Gobernador del presidio de Yen-ngan. Va, pues, a su nuevo puesto, aunque solamente con su mujer, porque la madre tiene demasiada edad para acompañarlos; pronto le nace un hijo varón.
Pero K'ung es un funcionario cumplidor de su deber y esto le trae disgustos que le llevan a presentar la dimisión de su cargo, con lo cual no se atreve a volver a la casa materna.
Un día que iba de caza, encuentra a un apuesto joven montando un caballo mongol y al verlo se queda mirándolo fijamente. Entonces reconoce a Huan-fu y ambos ríen y lloran a la vez transidos de alegría. Huan-fu le ruega a K'ung que le acompañe y van los dos al airoso trote de sus cabalgaduras hasta que alcanzan un pueblo perdido entre tupidos árboles, de suerte que no penetra nunca en él ni el sol ni la luz del día. Entran en una rica mansión que parece pertenecer a una familia acaudalada, por sus altos y decorados techos, sus ricos artesonados, sus suelos de mármoles raros y sus muebles de madera de ébano incrustados de madreperla.
K'ung pregunta por la inolvidable Chiao No y se entera de que se ha casado. También le informan del fallecimiento de su honorable suegra, noticia que le aflige profundamente.
Al día siguiente regresa a la casa con Chiao No, sorprendiendo agradablemente a su esposa. Chiao No coge en brazos al hijo de su prima y le dice: "Tu madre se nos ha ido".
K'ung le asegura que no se le ha olvidado la bondad y habilidad con que lo curara en otros tiempos y ella replica: "Ahora eres un gran hombre, K'ung. Pero aunque la herida sanase, me figuro que no se te habrá olvidado el dolor que te hice pasar".
También vino a verles el marido de Chiao No, marchándose juntos al día siguiente después de largas y ceremoniosas despedidas.
Pasado algún tiempo viene un día Huan-fu muy turbado y le dice a su amigo:
-Acontece una calamidad en verdad muy grande. ?Podrías ayudarnos?
K'ung accede presuroso, aun sin saber de lo que se trata. Corre, pues, Huan-fu a llamar a toda la familia, reuniéndola en la sala de los antepasados y K'ung se asusta e inquiere sobre el significado de esta solemnidad.
-Sabes -le dice entonces Huan-fu-, yo no soy un hombre, soy un Zorro (}). Hoy nos ha de atacar el Trueno (}}) y si nos ayudas en esta circunstancia azarosa, aún podemos escapar. Si no estás dispuesto a sacrificarte, coge a tu niño y vete, para no correr nuestra suerte.
K'ung protesta afirmando que vivirá o morirá con ellos. Así que Huan-fu lo coloca en la puerta armado de un gran sable y le ruega se quede allí muy quieto a pesar de los relámpagos y truenos. K'ung obedece y pronto se ve envuelto en negras nubes que oscurecen el cielo y lo dejan, al cabo de unos instantes, sumido en la más profunda tiniebla.
Cuando se le acostumbra la vista y puede mirar en su derredor ve que la casa ha desaparecido, ocupando su lugar un elevado montón de tierra que bordea un precipicio sin fondo.
(}) Espíritu chino de mal augurio. (}}) Los chinos creen que las personas malas son heridas por el dios del trueno y mueren en castigo de algún crimen escondido. Los relámpagos son, según ellos, los rayos de un espejo con el que el dios ve a sus víctimas.

Completamente aterrado escucha un horrible ruido que sacude hasta las mismas montañas seguido por un huracán y fuerte lluvia. Viejos y gruesos árboles son arrancados de cuajo, los juncos son literalmente "peinados por el viento" y K'ung queda deslumbrado y ensordecido. Pero permanece firme en su puesto y, por fin, ve una densa columna de humo de la que emerge un bicho horrendo con pico afilado y garras inmensas. El monstruo agarra a alguien en el precipicio e intenta desaparecer con el humo. Al momento K'ung deduce, por la túnica y los diminutos zapatitos, que se trata de Chiao No, e instantáneamente, sin darse cuenta de lo que hace, da un salto y golpea violentamente al monstruo con su espada, cortándole por fin la cabeza. En ese instante se rajan las montañas y un estrepitoso trueno deja a K'ung tendido muerto en el suelo.
Entonces desaparecen las nubes y Chiao No, recobrando poco a poco el sentido, percibe a K'ung sin vida a sus pies. Rompe en amargo llanto, proclamando que no quiere vivir si K'ung ha muerto por ella. Acude la mujer de K'ung y, entre las dos, llevan el cuerpo hacia adentro. Mientras Ah-sung sostiene la cabeza de su esposo, Huan-fu le entreabre los dientes con una daga y Chiao No intenta arreglar la mandíbula. Coloca de nuevo la píldora encarnada en su boca, se inclina soplando fuertemente para que penetre en la garganta del muerto. Pronto se oye un gorgoteo y K'ung renace a la vida. Como si despertara de un largo sueño, mira con extrañeza a la familia que le contempla ansiosamente. Y entonces, al verse todos vivos y reunidos otra vez, un gran gozo los domina.
Mas K'ung no consiente en vivir en sitio tan alejado y propone que vayan a instalarse en su pueblo natal del Shantung, menos dado a las influencias del dios del Trueno. Todos acceden, salvo Chiao No. Dice que es imposible separar a sus suegros del hijo, su esposo. Por más que se lo ruega, Chiao No se niega a ir con ellos.
Durante varios días se empeñan en persuadirla, sin el menor éxito.
Cuando van a marcharse, entristecidos, aparece un criado de la casa de Wu, jadeante y sudoroso. Cuenta que la familia Wu ha dejado de existir; todos han perecido en la anual inundación. Chiao No prorrumpe en llanto y su pena es terrible y profunda. Mas ahora ya no existe impedimento para que acompañe a los viajeros.
Después de algunos días terminan el viaje llegando por fin al Shantung, donde dividen la casa en departamentos para cada familia. En cuanto a Huan-fu le destinan a un pabellón aparte y en él se encierra con cuidado, abriendo sólo la puerta a K'ung y a su esposa.
K'ung es feliz. Distribuye su tiempo entre los dos hermanos, Huanfu y Chiao No jugando al ajedrez, saboreando el vino caliente que anima el espíritu y conversando con unos y otros, sintiéndose todos de la misma familia. El hijo bien amado, el pequeño Huan, crece y se fortalece.
Pronto es un apuesto joven, aunque siempre hay en él algún vestigio de su extraño origen. Y por más que procure disimular, cualquiera que lo vea dice inmediatamente: "Éste es hijo de un Zorro".

FIN