Texto publicado por SUEÑOS;

cuentos olvidados,

cuento
pais argentina.
origen relato.
EL AMOR EN ROJO

Viviana O’Connell

Loemos a los dioses
Y que las retorcidas volutas de
nuestro incienso trepen a sus narices
desde nuestros benditos altares
James Joyce, Ulises

Las nubes se deslizaban a sus costados. Estaba volando y de eso no había dudas. Cuándo había perdido su forma humana era un episodio que se le había escapado.
La brisa le azotaba los párpados de membrana fina. Se sentía extraño no tener dedos. Observó sus extremidades, estaban cubiertas de un blanco plumaje. ¿Qué pájaro sería? Un cisne quizás; pero ¿por qué recordaba ser hombre?
A sus costados otros cisnes en los que no había reparado volaban en una formación casi perfecta. ¿Cómo había llegado a asumir. esta forma? Trató de buscar en su cerebro, ahora más pequeño, el último recuerdo de su vida de hombre.
Se vio subido a un carro. El olor de la sangre, no sabía si propia o ajena, se percibía cada vez más fuerte. ¿Habría muerto? ¿Sería víctima de un encantamiento ?
De repente la vio. Se abría paso destrozando, desgarrando, cortando todo lo que se interponía en su camino. Vestida sólo con el torque y su cabellera, compitiendo en altura con los mejores guerreros. Iba montada en su carro de ejes cortantes. Entre los ondeantes rulos se escapaban los muslos de músculos marcados y los brazos enormes, golpeando. Cuando llegó a su lado lo miró, un fulgor verde entre las pestañas y la media sonrisa. Estaba toda roja, roja de cabello ondeante hasta los talones, roja de la sangre enemiga, roja de su propia sangre brotando de los arañazos que apenas le hacían las lanzas romanas. El amor le sacudió el cuerpo herido, lo devolvió poderoso y se incorporó a la lucha sin perder de vista la ondulante cabellera de su diosa.
Recordó la risa junto a la hoguera, la mirada cómplice, el licor bajando, calentando y quemando las entrañas.
El olor de la paja amontonada en un improvisado lecho, en el que ella le permitió perderse entre sus cabellos, asomarse a la mirada verde, nutrirse de su fuerza, embriagarse de su cuerpo.
Y eso era todo. Ningún otro recuerdo. Sólo esa enorme y hermosa mujer roja. Una y otra vez; en la batalla, en el lecho, junto a la hoguera; dormida, despierta, riendo, bebiendo. Sólo ella. Y él, un cisne patético, enamorado de una diosa o de una reina, que en algún lugar quizás todavía exista.
Se había alineado con los otros cisnes en un ángulo agudo, estaban bajando. Lo había hecho sin pensar, sin razonar, respondiendo a la sabiduría de la especie; algo que el hombre nunca había logrado. Veía la mancha azulina de la laguna acercarse entre la nube de plumas de sus compañeros.
Otra vez el olor de la sangre; sus otros compañeros, los hombres, caían y eran mutilados por doquier. No había tiempo de recoger heridos, ni de enterrar o cremar a los muertos. El enemigo era cada vez más fuerte y poderoso. Había logrado con la organización más que los galos con el valor. Sin embargo ella había roto sus filas y los romanos la miraban con terror mientras caían ante su carro.

Un aleteo de cuervo le sonó en los oídos. Luchaba con la certeza de la muerte; ahí estaba la Morrigan estimulando su ira, obligándolo a ser cada vez más temerario. Sintió el dolor lacerante del hierro cortando. El calor de su propia sangre le entibió las sandalias.
La miró por última vez. Esa noche no compartirían el lugar junto al fuego. Vio la mueca de la boca y adivinó el grito que no escuchó. Ella corría hacia él, y de repente nada. Ahora era un cisne. ¿Cómo habría terminado la batalla? ¿Quién abrazaría a la mujer roja junto a la hoguera? Si sólo pudiera llorar.
La vida como cisne no estaba tan mal, hasta la hubiera disfrutado de no ser por los recuerdos que se empeñaban en volver.
Habían hecho del espejo de agua su hogar. En las madrugadas la bruma los envolvía haciendo desaparecer todo el entorno.
Fue en una de esas madrugadas, en las que la bruma espesa y pegajosa no permitía ver nada. El sonido del correr del agua pareció detenerse. Un silencio que aplastaba vino con la niebla. En medio de la bruma un resplandor rojo le lastimó los ojos. De repente toda la laguna cobró vida. Todos los animales a su alrededor huían presas del terror. Sólo él se envolvió en su plumaje y esperó.
Las cosas son muy diferentes ahora, o no. Una hembra de plumaje rosado se frota contra él. Cuando lo mira un destello verde la traiciona. No sabe si ella recuerda; pero él cada vez recuerda menos.

Octubre, 1998.
FIN

biblioteca del abuelo.