Texto publicado por SUEÑOS;

cuentos olvidados,

cuento
pais argentina.
origen relato.
LA SONRISA

Amalia Lacroze de Fortabat

Ese gran espejo la había reflejado tantas veces que para Lía ya era casi una ventana. No estaba segura de que su marco fuera del mejor gusto, pero lo conservaba pues se lo había regalado un grupo de amigos -algunos sin demasiado entusiasmo- para que tuviera un recuerdo de ellos antes de partir a esa nueva ciudad, que ya era suya. Allí habían nacido y se habían casado sus hijos y, por esos hilos misteriosos que teje la vida, habían ido llegando también a ese lugar los seres más queridos de su familia.
Y ahora, nuevamente, delante de él observaba a esa conocida desconocida que tantas veces le devolvía la mirada sin satisfacer sus inquietudes.
Lía tenía la certeza de que nadie la conocía. Nunca la habían conocido. Primero, sus padres, sus hermanos, la familia que rodeó su infancia y su juventud e ignoró siempre sus insomnios silenciosos que guardaban una gota de tragedia. Luego sus amigas, sus maestras, los jóvenes con quienes bailó, fue al cine y, acaso, flirteó. No era enamoradiza pero se enamoraban de ella. Aún hoy le ocurría que algún desconocido o también un antiguo amigo la mirase de otra manera o pronunciara palabras nuevas con admiración e intriga en la voz.
No se creía misteriosa y, sin embargo, indudablemente lo era.
La querían, la consideraban una buena mujer, esposa amable y hasta tierna, madre perfecta, hija cariñosa y generosa con su tiempo ante sus padres. Y también con todos los que sufrían a causa de un mal o de una pena. Además, era bonita. No bella pero sí bonita, no espléndida pero sí atractiva. Su marido se lo había dicho muchas veces, cosa rara, pues en general, los maridos olvidan decirlo.
Y nada de todo eso había traspasado ese cristal helado que la rodeaba y le hacía perder el equilibrio. Ahora le estaba sucediendo en ese instante. ¿Será mi soledad interior? Esa terrible necesidad de ser amada. Esa isla en donde sólo yo habito y que cava vacíos dentro de mí que no puedo explicar pero me duelen tanto.
Y sonrió. Con los ojos húmedos, con la sonrisa naciendo en sus labios y con esa lastimosa facilidad que la convertía rápidamente en la mujer feliz que todos imaginaban conocer.
A nadie jamás le preocupó su alma. Nunca hubo palabras difíciles con que los entendidos suelen definir un estado de ánimo. Nunca. Recordó aquella frase del general Mac Arthur "Youth is a state of mind", y pensó que nunca había sido joven. Había sido y aún podía ser alegre, entusiasta, curiosa, imaginativa pero no joven.
Ser joven significa indiferencia ante los problemas; es tener la vida eterna por delante y hacer pasar con rapidez el tiempo no mirar hacia atrás, vivir al día. Quizá fuera ésa la causa de ese tul que la envolvía y la separaba, sin que nadie lo advirtiera de tantas, tantas cosas de la vida.
"Apurate que vamos a llegar tarde." Oyó que la llamaban desde más allá de la puerta, que había cerrado con llave como lo hacía tantas veces. Era esa puerta que, en ninguna oportunidad, nadie trató de abrir intrigado por los largos silencios en que vivía a solas y que Lía llamaba sus encuentros particulares. Ella la conversadora, la que podía mantener casi cualquier tema con casi cualquier persona, callaba a veces por horas. Ahora con algún hijo casado era más feliz pero logró hacerlo aun cuando los tres corrían por la casa.
De repente, como un relámpago un pensamiento cruzó por su mente. Ella no era una, era dos. La que estaba aquí y la otra que la miraba. Y ambas debían convivir en ese delgado cuerpo que albergaba su espíritu.
Todo era más claro, repentinamente. Allí, delante de ella, estaba la valiente, la audaz, la desconfiada la brava, la que no temía al vértigo ni tampoco a volar, la que no perdonaba ni olvidaba. En fin, además estaba, también, la erótica.
Y ella era la suave, tierna y sacrificada, siempre al borde de las lágrimas a la menor emoción, la samaritana, la que giraba cada, cada instante como un mudo derviche al sesgo de la tristeza, la que vivía con sus muertos casi como con sus vivos, quizá porque pensaba que ellos no podrían lastimarla.
Era imposible tener dos corazones: ¿uno que llora y otro que mata?
Los ojos enfrente suyo se abrían asombrados de sentirse al fin descubiertos y, a lo mejor, comprendidos. Y Lía buscaba con ojos asombrados a esa desconocida que la miraba casi alucinada.
Y pensó, es claro, esto debe ser la vida: el frío y lo que quema, el día y la noche, el dolor y la alegría, el consciente y el subconsciente. En mí todo esto habita y está unido, aunque el rechazo exista entre ambos lados. Yo debo asumirlo.
Recordó una estrofa de un lejano e inocente verso escrito en el colegio, en uno de esos momentos difíciles que solía vivir: "Y seguiré mi ruta prefijada, con aire quizás indiferente…"
Si les relatara a sus hijas algunos de estos pensamientos, le dirían riéndose: "Es tu famoso ascendiente en Géminis que te trae todos estos problemas". No. Seguiría igual en silencio.
Hay un solo camino aunque se puedan trazar otros al andar. Y con la garganta cerrada comenzó a esbozar su cálida sonrisa al espejado reflejo, que le iba respondiendo de la misma manera, conservando aun su dudosa mirada "La puerta esta cerrada, ¿qué pasó?" Era la primera vez que les causaba extrañeza, que insistían y golpeaban.
Las sonrisas se sonrieron y los ojos brillando se miraron. "Ya voy", dijo.
Abrió La puerta y oyó las voces que la esperaban. "Qué bien estás." "Siempre joven." Y tomándola cariñosamente del brazo su marido afirmó: "Y siempre con su eterna sonrisa".
17-5-87. La Nación, Buenos Aires.
Fin.

biblioteca del abuelo.