Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Reencuentro en el cielo.

Rencuentro En El Cielo
V-2.06

El cielo solía ser el lugar de trabajo de Enrique Borchelli, comandando aeronaves comerciales. Esa era su apasionada profesión a la cual le dedicó gran parte de su vida. Luego todo se convirtió en un recuerdo debido a que fue cesanteado de la empresa aerocomercial por una conjeturada acusación de conspirar en su contra, aunque siguió ligado a la actividad aérea por otras cuestiones. La adversidad había arrasado con sus planes de bodas, los había truncado cuando su novia Évelin, una bellísima joven azafata de la misma empresa lo dejó para siempre.
Esa situación lo había llevado a recordar que poco tiempo antes, cuando al pilotear uno de los aviones Boeing 737, notó fallas en el radar meteorológico del puesto del comandante y que fue auxiliado por el del copiloto, ya que la mayoría de los instrumentos se duplican distribuidos en ambos paneles de control. Registró la falla y al regresar informó a la Gerencia Técnica sobre la anomalía, donde el jefe de instrumental le respondió que hacía como una semana que ese radar estaba fuera de servicio, y como era temporada alta no había tiempo para retener la aeronave en tierra.
Enrique era un hombre muy sencillo y estaba profundamente enamorado de Évelin con quien compartía muchas horas del día, y parte de ellas lo hacían abordo, cada uno atendiendo su puesto. Vivían un amor alado al igual que los pájaros, y necesitaban mantener sus alas siempre abiertas… para seguir adelante y alcanzar niveles cada vez más altos, más lejos.
En un vuelo posterior se presentó un desfasaje en el “Horizonte”, un instrumento que indica la nivelación de la aeronave respecto al confín terrestre. Repitió el procedimiento de alertar sobre el problema detectado, obteniendo una similar contestación funesta del servicio técnico. En otra ocasión al haber sido nuevamente designado para comandar la misma máquina, que aún mantenía las fallas, y considerando que los manuales del fabricante indicaban que son motivos privativos para volar, se negó a realizarlo. En consecuencia, en veinticuatro horas fue cesanteado por demostrar una conducta perjudicial para la empresa. Inició acciones legales ante el gremio y otras, algo similar a nadar en contra de la corriente.
Cuando él ya no volaba avión comercial alguno, Évelin continuaba con su tarea de azafata porque era su devoción y además, no entendía nada de asuntos técnicos.
La responsabilidad de Borchelli no le permitía mantenerse inerte ante lo que estaba sucediendo y, peor aún, lo que pudiese suceder. Entonces intentando prevenir alguna tragedia, radicó la denuncia y solicitó una exhaustiva inspección técnica de la aeronave, a la Dirección Nacional de Aviación. Sabía que eso era en vano, pero era lo único que podía hacer. Como solía pasar, los inspectores oficiales se harían presentes, compartirían un café con el gerente general, se retirarían contentos con las manos untadas de corrupción, y el avión seguiría volando igual… y así fue.
Simultáneamente, mientras él tramitaba su incorporación en otra aerolínea, ambos novios seguían adelante con la planificación del ansiado casamiento. Enrique ya se había acondicionado el smóking y ella un suntuoso vestido blanco, y andaban entregando las tarjetas de participación. Los esperaba el cálido amparo de un nido como el de las águilas, al que nadie más que ellos podrían alcanzar.
Un atardecer, Évelin salió a cumplir con un vuelo rumbo a la provincia de Córdoba y por la noche los aguardaba una reunión de amigos para cenar y festejar la despedida de solteros. Varios inconvenientes se presentaron y el vuelo se vio demorado en su regreso. El hombre resignado debió suspender los festejos anunciados.
Entrada la noche, una noticia trágica a través de los medios de comunicación conmocionó al país: había sucedido lo que nunca debió haber sucedido. Por iniciativa propia y con Évelin en su mente, se trasladó de inmediato al lugar del siniestro donde todo era destrucción, trozos humanos y materiales calcinados por doquier. Nada podía hacer, a nadie podía ayudar y sólo atinó a arrodillarse y rezar entre sollozos.
El comandante Borchelli se movilizó enloquecido por la indignación, tratando de explicar lo inexplicable, lo inadmisible, pero nadie lograba entenderlo. Se trataba de un Boeing 737 pulverizado, el mismo avión que él se había negado a tripular.
Haciendo uso de sus conocimientos y los contactos institucionales, inició una investigación por su cuenta con el fin de saber a quién le cabía tremenda responsabilidad y someterlo a la justicia. Al no contar con el acceso a la información oficial, logró obtener una grabación de un radioaficionado que había captado los dramáticos momentos vividos en la cabina del avión siniestrado de Líneas Aéreas Sudamericanas. Aquella cinta revelaba los últimos acontecimientos vividos por la tripulación del avión argentino que regresando de Córdoba, se estrelló en el norte de la provincia de Buenos Aires, dejando un saldo de 99 personas sin vida.
A través de esa grabación pudo establecerse que en la desesperada conversación con el controlador aéreo de Ezeiza, durante el procedimiento de descenso a las 02:04 de la madrugada de ese día, el comandante Hugo Giardino, compañero y amigo de Borchelli, informó que tenía el radar meteorológico saturado, al rojo vivo, pues indicaba su aproximación a un “Charlie Bravo”, o sea con un temible cúmulos nimbus (nube tormentosa símil a una roca de hielo) y solicitaba autorización para ascender 5000 pies su nivel de vuelo y desplazarse al Este para eludirlo. El controlador le respondió que verificara ese dato pues él no tenía tal información meteorológica. No puedo hacerlo. -respondió nervioso- sólo tengo un display habilitado. Ascenso autorizado, se oyó de inmediato en la frecuencia radial. La situación empeoraba pues estaban en medio de una tormenta con una turbulencia que sacudía a la aeronave y, además el “horizonte” no funcionaba correctamente, según informó Giardino. De pronto el comandante del Boing gritó: “¡Recibí un impacto de hielo, tengo afectado el sistema hidráulico y el motor número dos detenido!” El controlador comenzó a verificar la posición y condiciones en las que se encontraba el avión a fin de guiarlo a un aterrizaje de emergencia. Los diálogos de la tripulación denotaban muchos nervios y desesperación, más aún cuando su comandante irrumpió en un grito: “¡Impactamos de pleno con un cúmulos nimbus! ¡Se detuvieron los motores, el avión es incontrolable!” Al oír la grabación Borchelli estallaba de bronca, pues todo podía haber sido evitado y aquellas almas estarían con vida, en especial la de Évelin.
Entre la información que seguía acumulando, había otra grabación de unos segundos registrada en el contestador telefónico del hogar del comandante Borchelli, donde se confundían el drama técnico y el impacto emocional, ya que lo había realizado Évelin con voz entrecortada y angustiosa, revelando los últimos instantes de terror que vivieron abordo del avión que se estrelló. Habían fallecido 94 pasajeros y 5 tripulantes, o sea 4 compañeros y amigos además de su amada. En ese breve mensaje ella decía: “Enrique, nos matamos, vamos a morir… Hay impactos… se paró un motor… y luego el otro… Ay… un terrible sacudón… ¡Estamos cayendo! Te amo, te amo, Enrique te a…” Y ahí se cortaba la desesperada exclamación. Para Borchelli era imposible escucharlo y contener sus lágrimas, pero eso le daba más fuerzas para seguir adelante en sus averiguaciones.
Reunida todas las pruebas, las presentó al juzgado federal agregando las denuncias preventivas que había realizado en la Gerencia Técnica y que le costaron su desvinculación con la empresa aérea. Él conocía bien el procedimiento en estos casos: la Junta Investigadora de Accidentes Aéreos se traslada de inmediato al sitio del siniestro, y lo primero que trata de localizar es la “caja negra”, instrumento blindado donde se registra todo lo sucedido en el vuelo, las maniobras, las reacciones y las comunicaciones realizadas. El objetivo es determinar las causas del accidente, pero eso no lo hace la mencionada junta, sino que urgentemente envía la caja negra a la empresa fabricante de la aeronave, por ser la única que posee los elementos de lectura de datos contenidos en la misma. En este caso la empresa estadounidense Boeing, habiéndose tomado su tiempo, a través de la Junta Investigadora informó las conclusiones sobre las causas del siniestro: “Las investigaciones realizadas señalan fallas humanas en el procedimiento de vuelo y malas condiciones meteorológicas en la ruta, como los principales detonantes de la tragedia”.
Él lo sabía: ¡El culpable es el piloto muerto! Este tipo de informe se repite en cada accidente, en cualquier clase de avión y cualquiera sea el fabricante. Jamás se reconoce una falla de material, y las juntas investigadoras encubren a los inspectores corruptos y a los irresponsables técnicos de los servicios de mantenimiento.
Las conclusiones personales de Borchelli sostenían que desde el momento en que el comandante giardino alertó a la torre de Ezeiza que su aeronave presentaba problemas en el sistema de vuelo, el destino de las 99 almas que viajaban en el Boing, ya estaba signado: murieron tras el fuerte impacto de la aeronave contra un cúmulos nimbus, una especie de roca en el espacio, y luego contra el suelo. Pero antes, sin saberlo, traspasaron un muro de corrupción sostenido por muchas personas jerárquicas a las que sólo les interesa el dinero, a costa de lo que sea. Estos desalmados saben que no hay mal que por bien no venga, ya que ahora el seguro comercial les proveerá, como si fuese un premio a la honestidad, un nuevo avión.
Finalmente, el comandante Enrique Borchelli ingresó a otra empresa aerocomercial donde las cosas no eran muy diferentes, pero se había propuesto seguir adelante con la demanda judicial iniciada, tal como se lo prometió -pos mortem- a su novia. Así el comandante Enrique Borchelli prosiguió viviendo en lucha hasta que una tarde, luego de finalizar la jornada laboral saliendo del Aeroparque Jorge Newbery en su auto, circulando por la avenida Sarmiento, trasversal a la orientación de la pista, y mientras un Boeing 737 carreteaba para despegar, extrañamente se le desprendió una rueda del tren de aterrizaje. La misma rodó descontrolada hacia la avenida lindera, y terminó golpeando con violencia su vehículo; -vaya a saber quién aprobó la inspección técnica de ese avión-. Accidente éste que le provocó la muerte en forma instantánea.
Desde entonces, como había sido costumbre durante años, Enrique y Évelin se reencontraron nuevamente en el cielo, abrazándose con la vista en el horizonte y girando las cabezas para decir adiós a todos aquellos que, aferrados a la corrupción, les abortaron la oportunidad de seguir volando hacia sus sueños, hacia sus ilusiones… Ahora ya extendieron sus propias alas espirituales al igual que los ángeles y esta vez volarán juntos, muy, muy lejos y por siempre en el cielo.

© Edgardo González
“Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.