Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Cuentos de don Edgardo: Andanza Guaraní.

Andanza Guaraní

V-2.4                       

Bajo un veraniego atardecer el anciano Don Eleuterio Pipó que por edad y descendencia aborigen sabía de todo, dirigiéndose a un grupo de niños que lo rodeaban,
inició el relato de una leyenda mezclando palabras criollas y de la lengua guaraní, que  decían más o menos así:           

Un buen día llegaron a esta selva misionera los Guardaparques Julio César y su esposa Eliana, y pronto Dios los bendijo con el nacimiento de Julieta, a
quien su padre cariñosamente apodó “Yarará-Miní”, por ser autóctona, morocha y ganarse el respeto de todos como aquella viborita. El Puesto de Parques
Nacionales en medio de la frondosa vegetación mesopotámica y a orillas del arroyo Chogüí, era también su vivienda.

Cumplían sus tareas en paz y plenos de felicidad, hasta que la quietud de una noche se vio interrumpida con un gran alboroto en los corrales, y Julio César
con el rifle en sus manos salió al terreno. Ayudado por la luz de la luna pudo observar la silueta de dos yaguaretés, esos enormes tigres guaraníes destrozando
un chancho. Hizo un disparo al aire para que se alejaran pero uno de ellos, el macho seguramente, que no entendió la señal de advertencia decidió enfrentarlo.
La habilidad del hombre le permitió detener el ataque en el momento que se abalanzaba, con un certero impacto de bala en la pata anterior derecha y ambos
animales desaparecieron entre la negra espesura. Desde entonces, al accidentado yaguareté, la gente lo comenzó a llamar “El Manco”, porque las huellas
que dejaba eran tres patas y un ligero arrastre del miembro atrofiado.

Cuando Julieta tenía poco más de tres años de edad, sorprendió a su mamá trayéndole entre sus brazos un cachorro de aguará-guazú, nuestra especie de lobo
guaraní. La nena contó que andaba solo perdido buscando a su madre. Eliana decidió entregarlo a la manada y para ello recurrió a la ayuda de “Sansón”,
su perro ovejero, con el fin de rastrear el cubil. Al llegar a la guarida estaban alertados todos los canes salvajes formando un semicírculo protegiendo
a la madre y sus cachorros. Julieta sin titubear se acercó a la aguará diciéndole con ternura: “Santita, aquí está tu bebé” y lo apoyó para que lo amamantara
junto a sus hermanos… Mientras tanto, Eliana temblaba desconociendo cual sería la reacción de la manada, aunque pronto se tranquilizó cuando vio que la
mamá-aguará lamía la cara de la inocente nena, gesto que significaba un emocionado agradecimiento. Simultáneamente el perro ovejero que los condujo y oficiaba
de guardián, tenía de frente  al aguará jefe de la manada, a quien Julieta previniendo una agresión le gritó “Alfa” y éste acercándose lentamente, frotó
su cabeza con la de Sansón, cosa que para los entendidos expresaba: “Eres hermano de mi sangre”. De regreso le contaron lo sucedido a papá, quien reaccionó
lleno de soberbia y exclamó: ¡Bravo Yarará-Miní, esa es mi hija!

Mientras tanto, los yaguaretés no compartían los mismos sentimientos amistosos. Un hachero le comentó a la mujer guardabosque, que cuidara mucho a la niña,
ya que El Manco la estaba vigilando porque tenía una herida en su orgullo peor que la del balazo.

En una mañana que el guardaparque vigilaba los senderos selváticos, el yaguareté intentó sorprenderlo entre la vegetación para despedazarlo. Pero, imprevistamente
el Manco rugió esquivando la dentellada de un yacaré, alertando así  a Julio César quien velozmente preparó su rifle y el rengo animal, conociendo sus
efectos no dudó en desaparecer. La nueva derrota le provocó más odio como también aumentó la sed de venganza.

El tiempo fue pasando y la niña ya tenía unos cinco años, cuando había tomado por costumbre llevarle huevos para comer a mamá Santita y entregarles algunas
gallinas a los cachorros de aguará-guazú para que se divirtieran mientras aprendían a cazar. Así, luego de la siesta de un caluroso día, Eliana no encontraba
a su hija y comenzó a llamarla sin obtener respuesta. Cundió la preocupación pensando en El Manco y su venganza.

En medio de aquella incertidumbre oyeron un estridente aullido, corrieron hacia él y se encontraron con un alterado aguará-guazú que trataba de explicar
algo… como pidiendo que lo siguieran. Comenzaron una carrera tras él con incierto final y la mujer no podía contener las lágrimas imaginándose a la pequeña
entre las garras de la bestia felina.

Un tremendo bullicio cercano les indicó algo extraño. Era una mezcla de chillidos de monos, pájaros, papagayos, coyuyos, tucanes, aullidos de aguarás y
algo tan espantoso como el rugido del yaguareté. Llenos de esperanza los padres siguieron al aguará hasta un claro entre la vegetación donde la escena
era impresionante: El Manco estaba al acecho exigiendo el tierno cuerpo de Julieta y enfrentada estaba la manada de los canes indómitos en posición de
ataque mostrando sus colmillos, esperando la orden de su Alfa que se encontraba en el frente. Unos pasos más atrás Santita, la mamá-aguará cubriendo como
un escudo a la Yarará-Miní, que lejos de tener miedo mostraba un palo pretendiendo vencer al felino. El clima era de extrema tensión, se olfateaba un ligero
olor a sangre de guerra. Cientos de animales enmudecidos rodeaban el campo de batalla, cubriendo desde las copas hasta las raíces de los árboles, aves,
simios, batracios y reptiles observando inmóviles la secuencia del drama.

En el momento que apareció detrás de la manada Julio César apuntando con el rifle, acompañado por Eliana agitando un revólver en defensa de su hija y de
la madre canina, se oyó una exclamación del expectante reino animal, y al yaguareté le comenzaron a temblar las patas e intentó retroceder, pero los monos
carayás le cortaron la retirada arrojándose por decenas al suelo, con agudos chillidos y sacudiendo ramas, al tiempo que las chicharras sobrevolaban su
cabeza aturdiéndolo, incrementando el miedo de la fiera. A medida que el guardaparque se acercaba, El Manco llegó a sentir el caño del rifle entre los
ojos y se aquietó aterrorizado. El grito unificado de todos los animales pedía su muerte.

Julieta señalando hacia arriba alertó a su padre gritándole: ¡Tiene hijos, papá, por favor! El guardián observó que muy cerca, recostada sobre un árbol
estaba la compañera con dos cachorros sobre su lomo, y por lo tanto eran la familia del Manco. El guardaparque consciente protector de la fauna, muy decidido
hizo ademanes para que le abrieran paso a la derrotada bestia y se pudiese marchar. El Manco había aprendido la lección, lo trajo la venganza y huyó con
la vergüenza, había errado el golpe a su presa y jamás volvería a intentarlo.

Desde entonces la niña vive eternamente en el recuerdo como la “Reina de la Fauna Guaraní” y como sabiduría de la selva, que  si alguna persona llega a
encontrarse frente a un animal feroz, debe decir: “Yarará-Miní que este animal no me toque a mí”,  a modo de santo y seña para sobrevivir, porque Julieta
demostró que el amor es capaz de dominar a cualquier fiera por más bestia que sea…

© Edgardo González

“Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.