Texto publicado por SUEÑOS;

Cuentos olvidados.

cuento
pais mejico.
origen ficcion.
LA OPCIÓN

Elsa Abbadié

Salió del espaciopuerto y se dispuso a esperar un aerotaxi. Cuando uno se detuvo ante él, se abrió el costado posterior para su equipaje; el conductor lo colocó rápidamente, subieron ambos y luego se cerró. Javier era un hombre de unos cuarenta y cinco años, delgado, con cabello y ojos oscuros.
-Al hotel Tauro, por favor.
El aerotaxi avanzó, se elevó surcando los aires con gran pericia; los vehículos se entrecruzaban. Si él tuviera que conducir… chocaría. Si así se le ponían los pelos de punta. Era la tercera vez que iba a Marte, y aún no podía evitar tener los dedos incrustados en los lados del asiento.
Suavemente el vehículo bajó y siguió una vía lumínica, después tomó otra a su derecha. Cada vez iba más inclinado, manteniéndose en picada durante un buen rato, hasta que por fin se estabilizó.
Después de unos veinte minutos más, se detuvo. El conductor bajó raudo para descargar el equipaje mientras él se paraba a su lado.
-Son diez euros -dijo el taxista.
Le entregó el dinero y se dio la vuelta. Su equipaje iba en la banda conductora; eran varias cajas voluminosas y algunas valijas. El taxista, antes de irse, le dio su tarjeta. Él también se paró sobre la banda, que le llevó hasta la entrada del hotel; su equipaje le esperaba dentro.
Avanzó hasta la recepción, entregó la tarjeta de su reservación y el recepcionista apenas le entregó otra tarjeta para su habitación y ya atendía a otra persona. Un botones se hacía cargo de su equipaje; lo llevó a uno de los ascensores y esperó a que Javier entrara. Oprimió el 3.
Siguió al joven que conducía por partes su equipaje hasta su habitación. En la puerta se veía una placa que ostentaba A 25 al igual que su pequeña tarjeta; se la entregó al joven, quien la insertó y se abrió la puerta; se la devolvió, haciéndose cargo del equipaje.
Claro, la propina -pensó Javier. Medio euro cambió de manos-. Gracias.
Abrió su valija y sacó su fonovisor, revisó los datos y se comunicó con un cliente; era el Sr. Samuel Arenas, quien le observó sonriente.
-Qué milagro, lo esperaba en dos días más -Javier le contestó, sonriendo también.
-Tuve que adelantar el viaje, van de por medio otros asuntos que tengo que resolver.
-Claro, claro, los negocios. ¿Puede venir mañana a las nueve? ¿Le parece bien?
Javier se apresuró a asentir.
-Naturalmente, en la mañana ahí estaré sin falta. Buenas noches.
-Hasta mañana, buenas noches.
Javier se comunicó enseguida con otro cliente, el Sr. De la Parra; él contestó mientras daba órdenes a alguien, volteó y le vio.
-Usted es… es… -empezó a decir.
-Javier Arellano, el anticuario de la Tierra -dijo con amabilidad.
-¡Ah, sí! Podemos vernos mañana a las cuatro de la tarde, ¿le parece?
-Ahí estaré.
Cortó la comunicación, y luego hizo otra llamada. Con el Sr. Reno. Dejó dicho que si le llamaba le dijeran que le esperaba a las seis de la tarde.
Guardó todo lo que faltaba, se lavó y tomó su tarjeta de cuarto, saliendo enseguida fue hacia el ascensor. Al salir buscó el comedor; cenó maravillosamente, tenía buen apetito. Entregó su tarjeta para pagar como huésped del hotel y firmó. Se retiró a su habitación, ya eran muchas emociones por un día, se dijo.
En la mañana temprano pidió que le ayudaran a bajar algunas cosas, ocupaba un botones. No tardó en presentarse uno; al timbrar, la imagen del que estaba afuera se mostró a un lado de la puerta. Abrió y le señaló las valijas y cajas que había seleccionado. El joven fue sacándolas, y al terminar, fueron al ascensor y una vez abajo, le dijo:
-Habla al taxi, por favor -y le entregó la tarjeta del taxista.
-Enseguida.
No tardó en presentarse el aerotaxi, subieron todo y le entregó la tarjeta con los datos del Sr. Arenas.
-Qué bueno que se decidió llamarme, conozco todo aquí -le dijo el taxista y arrancó. A los pocos minutos estaban ante un edificio grande.
-Hay que bajar aquí dos de las cajas y la valija -el taxista siguió sus indicaciones y le colocó todo sobre la banda transportadora. Parándose sobre ella, le dijo Javier-, no me tardo.
-Aquí le espero -contestó el taxista.
Al llegar, se identificó ante un guardia, el cual dio aviso y llegaron unos hombres para entrar los objetos que traía. Lo condujeron al ascensor, subió al cuarto piso y allí le esperaba el Sr. Arenas, sonriendo.
-Bienvenido, Sr. Arellano, pase -y a sus ayudantes, señalando lo que traía Arellano consigo, les dijo-, pónganlas acá.
«Me da gusto conocerle personalmente».
-A mí también. Aquí está todo, bueno, la mayoría de lo que quedé de traerle, como podrá usted comprobar. He cumplido. Pueden abrirlas, pero con cuidado.
Los trabajadores se dispusieron a desensamblar las cajas. Javier se acercó y, quitando empaques, inició a sacar el tan esperado conjunto de objetos que el Sr. Arenas esperaba a ver con ojos brillantes. Unos peritos entraron mientras se descargaban las cajas.
Le acercaron unas mesas y fue poniendo las piezas con todo cuidado. Objetos de porcelana, loza, muñecos, relojes, candiles; así fue surgiendo un maravilloso conjunto de objetos. Al final, unos cuadros y unos pequeños muebles labrados como filigrana.
Con manos trémulas el Sr. Arenas fue tomando cada objeto y estudiándolo; sólo pequeños murmullos se escucharon de sus labios: dinastía Ming, artesanía colonial, Rembrandt, Picasso, siglo XVII -y así continuó por más de una hora. Los peritos rodearon al Sr. Arenas, Javier escuchó un murmullo y cuando terminaron, volviéndose a Javier, el Sr. Arenas le dijo-, le ofrezco dos y medio millones de euros.
Javier se puso pálido, pero reaccionó. Dijo, con seriedad:
-Acepto, Sr. Arenas. La transacción puede hacerse interbancaria; todo está en regla.
Se llevó a cabo la transacción y al despedirse, se dieron la mano.
-Sí le gustó la mercancía, ¿verdad?
-Naturalmente, me gustó, y si más adelante puede conseguir otras cosillas, comuníquemelo.
-Así lo haré -contestó Javier, dando media vuelta y salió escoltado por el guardia que le llevó de regreso a la entrada.
La banda transportadora le condujo hasta el aerotaxi. El taxista le abrió la puerta desde dentro y le preguntó:
-¿Todo bien?
-Perfecto, vámonos -y le alargó la tarjeta con los datos del Sr. De la Parra. Cuando llegaron, le dijo al conductor-, aquí las dos cajas planas únicamente.
Las bajaron entre los dos con sumo cuidado y las pusieron sobre la banda transportadora.
-Gracias, no me tardo.
Era un edificio enorme. Los guardias le pidieron identificación y la mostraron al lector electrónico. Uno de ellos le ayudó con las cajas y lo condujo a una oficina; la secretaria no se molestó ni en voltear. Cuando se abrió la puerta, un hombre ya mayor se le acercó.
-Le conozco, es el Sr. Arellano. Bienvenido. A ver qué me trae.
Las cajas fueron desclavadas de un costado y Javier empezó a sacar los cuadros rebosantes de celulosa que les fue retirando para mostrarle al Sr. De la Parra su contenido. Uno a uno los fue colocando y el Sr. De la Parra con un gesto llamó a unos señores que se hallaban sentados en un extremo de la habitación. Todos ellos iniciaron la supervisión exhaustiva; se notaba, una vez más, que eran peritos en la materia.
Después de más de una hora, se reunieron a discutir y Javier aguardó. Se hallaba sentado en un sillón de microplástico brillante. Le llegó una que otra palabra entendible.
El Sr. De la Parra vino hacia él y se puso de pie enseguida.
-Los acepto; son originales -caviló y añadió-. Le ofrezco seis millones de euros y dos por el más grande. Son magníficos. No sé cómo lo logró.
-Tardé en conseguirlos, pero apenas los obtuve le avisé -dijo Javier-. Acepto, la transacción se puede hacer interbancaria por el fonovisor.
Así lo hicieron. Javier fue acompañado a la entrada y regresó al auto. Al subir le dijo al conductor:
-Sólo falta uno.
Le entregó la tarjeta del Sr. Reno y se dirigieron al sitio. Todo era relativamente nuevo, pero se veía abandonado, feo. Javier dijo:
-Mejor volvamos al hotel, olvídese de aquí.
El aerotaxi dio la vuelta y cobró mayor velocidad, llegando a los pocos minutos al hotel.
-¿Cuánto va a ser? -indagó Javier.
-Cincuenta euros, señor.
-Por el tiempo y el buen servicio, gracias -y le dio ciento cincuenta euros, mientras sacaba las valijas que quedaban. El taxista gritó:
-¡Gracias!
Entró al hotel y se dirigió a su habitación; tratando de no apresurarse, se aseó y alistó sus pertenencias. Bajó al vestíbulo, dirigiéndose directamente a la recepción y le dijo al gerente:
-La cuenta, por favor. Y si es tan amable de pedir que bajen mi equipaje -le entregó la tarjeta de su habitación-. A 25.
Inmediatamente se dio la orden al botones; el equipaje restante fue traído enseguida, y liquidó el adeudo. Había una fonoplaca; acercó la tarjeta del taxi y no tardó en aparecer el sonriente rostro.
-Lo espero.
Se quedó de pie con su equipaje a un lado.
Encantado, contempló la luz diurna; cualquiera diría que era solar, la temperatura era agradable con una ligera brisa fresca. Todo a varios kilómetros bajo tierra. Había pozas de agua dulce, además un río. Qué más podían pedir, más de catorce millones de habitantes de los cuales cerca de la mitad eran nacidos en Marte.
Cierto, una vida diferente; rayos ultravioleta necesarios para el crecimiento, la soya, los hongos y arroz en las cuevas también iluminadas. Había muchas cosas sintéticas, pero era vida.
Su vida, si podía llamarse así, había sido en las excavaciones por entre las ruinas. Rara era la edificación que no tenía tumbados techo y muros. La guerra entre los mismos humanos. Con máquinas y con palas se la pasaba, comían todo crudo. En la Tierra costaba mucho trabajo conseguir alimento, así que a nadie le importaba el arte, únicamente la comunicación; la pagaba con trabajo, reparando cosas.
La bocina del vehículo le sacó de su abstracción, trayéndole al presente. El aerotaxi se hallaba delante suyo y el sonriente conductor subía el equipaje, diciéndole:
-Se le olvidó que vendría, ¿verdad?
-Así es, disculpe -le contestó, sentándose en el interior-. Vamos a la Zona Lunar, avenida diez, edificio cinco. Por favor.
A los pocos minutos se hallaban al pie del edificio en cuestión.
-En esta ocasión hay que bajar todo el equipaje.
Le pagó y se colocó en la banda con su equipaje por un lado. Llegó enseguida, cargó todo al ascensor y oprimió el botón al octavo piso.
Al abrirse la puerta, la atoró con una valija mientras sacaba todo lo demás y tocaba a la puerta. Mientras quitaba la valija, la puerta se abrió.
-Te vi por la teleplaca -le dijo la mujer-. Antes que me regañes por haber abierto. Espero que haya ido todo bien.
Él la contemplaba, no le daba oportunidad de hablar. Por fin pudo decir:
-Todo bien, ¿entro?
-Claro -contestó ella-. Te extrañamos. Mira, hay cuatro marcianitos esperándote -le señaló con la mano a dos niños y dos niñas asombrados ante el hombre que besaba la mejilla de su madre.
-¿Qué no saludan a papá? -les preguntó él. Se acercaron, rodeándole, mientras él les miraba sonriente y les abrazaba. Y mirando a su esposa, le dijo-: Aurora, tendrás a cinco marcianos desde hoy. Con las cosas que rescaté ya no ocupo el trabajo en la Tierra. Allá todo es desolador. Es una maravilla contar con Marte, ¿verdad?

FIN

Elsa Abbadié: Nacida en Guadalajara, poeta y promotora cultural, organizó por más de una década eventos literarios y artísticos como directora de los Escritores Independientes de Guadalajara. Es autora del poemario Una flor más, (ed. Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco, 1998).

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